«Eso era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros. Seguros de qué, dime un poco, cuando yo, un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros. En la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja, todo como un colador colándose a sí mismo...»Si tuviese que elegir una única palabra para comentar el libro que os traigo hoy, escogería umbral. Ya desde Las puertas del cielo, primero de los relatos reunidos en este volumen, Julio Cortázar juega a situarnos en el umbral de la irrealidad y a convertir esa irrealidad en real con su correspondiente pellizco de inquietud.
Si esas puertas del cielo que abren este libro las atraviesa una muerta, otro muerto es el que resucitan Las cartas a mamá que recibe el protagonista del segundo relato. Un muerto que en realidad estaba bien vivo entre la relación del protagonista y su esposa, ya que las misivas lo que realmente despiertan es la culpa, la traición y la constatación de saberse viviendo una «mentira de una paz traficada, de una felicidad de puertas para afuera sostenida por diversiones y espectáculos, de un pacto involuntario de silencio en que los dos se desunían poco a poco como en todos los pactos negativos».
Cartas de mamá me parece una maravilla y creo al concluirlo comenzar a comprender los elogios que siempre recibe su autor. Digo creo porque aún no sospecho lo que estoy a punto de encontrarme, ese tipo de texto que nos hace vibrar, saltar, releer, subrayar, carcajearnos de asombro, enmudecer y que solo puedo calificar como auténtica genialidad que es El perseguidor. Con él la comprensión y mi admiración por el escritor argentino se tornan absolutas.
¿Quién comprende al perseguidor, sin embargo? ¿Quién llega a alcanzarlo como tampoco llega él a alcanzar del todo lo que persigue? ¿Quién tiene el valor de perseguirlo asumiendo las renuncias que ello supone como lo tiene él de cruzar el umbral, de atravesar la puerta, de dejarse precipitar por los agujeros? «Es terrible que un hombre sin grandeza alguna se tire de esa manera contra la pared. Nos denuncia a todos con el choque de sus huesos, nos hace trizas con la primera frase de su música». Al otro lado quedamos nosotros, los cobardes, los que tal vez, en última instancia, nos acerquemos a él solo por egoísmo.
El personaje del perseguidor, Johnny Carter, está inspirado en el saxofonista de jazz Charlie Parker, y quien narra el cuento es su amigo y crítico musical Bruno, quien concluye que «Quizá lo que pasa es que Johnny es un hombre entre los Ángeles, una realidad entre las irrealidades que somos todos nosotros». Lo que yo concluyo es que me siento un poco Bruno y que mi Johnny particular en este momento no es otro que Julio Cortázar.
Tras El perseguidor le llega el turno a Final del juego, relato en el que tres niñas abandonan el divertimento que han inventado cuando una de ellas consigue a través del mismo hacer por un momento real lo que sabe que nunca conseguirá.
Retrato de Charlie Parker, 1947
Fotografía de William P. Gottlieb
Le sucede a este el relato del que toma el título el volumen, Reunión. En él un grupo de guerrilleros desembarca en una isla. El narrador, que se ha desprendido recientemente de la máscara de su acomodada vida de médico burgués para luchar por el ideal de un mundo más justo, teme tener que afrontar el momento de tomar el relevo de Luis, el líder de la guerrilla, y de asumir cubrir su rostro con su cara. El cuento está encabezado, y no creo que casualmente, por un epígrafe del Che Guevara. Es una narración de mayor complejidad que la que aparenta y no carente de cierta belleza simbólica.
Recalo a continuación en un Lugar llamado Kindberg, «un pueblo al que llegan de noche desde una lluvia que se lava rabiosamente la cara donde todo está preparado para el olvido de lo que sigue allí fuera golpeando y arañando». Son una chiquilla que hace autostop y un hombre que la recoge los que llegan. Es el hombre el que inconscientemente trata de olvidar lo que sigue allí fuera golpeando y arañando; él quien bebe de la juventud de Lina (así se llama la muchacha) como si el bebedizo pudiera obrar la magia de ahuyentar las obligaciones y recuperar las oportunidades perdidas. A la mañana siguiente... lo que pasa en Kindberg se queda en Kindberg.
Llego así a Texto en una libreta, narración que se desarrolla entre el metro de Buenos Aires y la superficie y relato que pone un brillante broche final a esta joya de libro. Tal vez también sea el que mejor aglutina la esencia del mismo. Ese texto en esa libreta es la prueba escrita de lo que se ha vivido y se ha visto, de lo que se sabe. Al leerlo «sentí que algo se coagulaba en extrañeza, casi en miedo. Quizá, de los de fuera, fui el primero en saber». Porque es cierto que tanto en este relato como en varios de los precedentes hay un punto de terror (al igual que en algunos de ellos se detecta cierto toque de humor y cierta carga filosófica). Porque no es menos cierto que uno ingresa en este libro y sabe con mayúsculas por primera vez. Sabe lo que ya sabía en silencio o en bajito. Sabe lo que no se atrevía a expresar o no sabía cómo hacerlo. Y lo que más miedo le da es no ser el único en saberlo. Porque con la sabiduría compartida la paranoia cobra visos de realidad. Por eso uno cierra el libro y vuelve a la engañosa realidad como si trancara la puerta y sellara los agujeros, deseando cobardemente mantenerse en la línea de flotación que es desterrar de su lado a los fantasmas que han cruzado el umbral y que amenazan con tambalear su mundo. Porque «soy lo bastante honest[a] para reconocer que si ellos son expulsados [...] voy a sentirme más tranquil[a]. Y no porque mi vida se haya visto amenazada mientras estaba ahí abajo, pero tampoco me sentí segur[a] un solo instante mientras avanzaba en mi investigación de tantas noches (ahí todo transcurre en la noche, nada más falso y teatral que los chorros de sol que irrumpen de los tragaluces entre dos estaciones, o ruedan hasta la mitad de las escaleras de acceso a las estaciones)».
Tribunales Subte, San Nicholas, Buenos Aires. Fotografía de Andrew Milligam sumo
Ficha del libro:
Autor: Julio Cortázar
Editorial: Seix Barral
Año de publicación: 1983
Nº de páginas: 240
ISBN: 84-322-2179-1
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