Reconozco que hacía mucho que no
publicaba nada pero un amigo me prestó La fiesta del chivo y no me
he podido resistir a escribir algo sobre esta novela. Lo primero que
he de decir es que, a pesar de que en este blog hemos reseñado a
Willy Toledo y
estamos al tanto de sus advertencias contra el último premio
Nobel de Literatura en castellano, en este blog (modestamente)
tenemos amplitud de miras.
De este modo me he adentrado en una
narración que mezcla ficción y realidad sobre los últimos días de
Rafael Leónidas Trujillo, dictador de la República Dominicana desde
1930 hasta su asesinato en 1961. El texto tiene una estructura un
tanto compleja por las distintas tramas entrelazadas que lo forman y
los continuos saltos temporales entre presente y pasado que hace
dentro de estas.
Por una parte está la que podríamos
considerar el personaje principal, Urania Cabral, hija de un
exministro de la dictadura que vuelve a la isla tras no pisarla
durante décadas fuera y que rememora sus últimos días en ella
justo antes del fin del dictador. Y por otra parte están los
ejecutores del magnicidio que mientras esperan a llevarlo a cabo
rememoran cada uno los motivos que les han llevado a cometer una
acción tan arriesgada.
Pero, para mí, lo que verdaderamente
transmite la novela es el ambiente de miedo, incertidumbre y miseria
moral en el que se ve envuelto el país bajo la bota de la dictadura
trujillista. Y dentro de este paisaje, lo que más me ha llamado la
atención son los paralelismos que he encontrado con ciertos lugares
comunes sobre otra dictadura de infausto recuerdo que en España
sufrimos hasta hace aún menos tiempo que en la República
Dominicana.
El primero de esos paralelismos se
produce cuando el personaje de Urania Cabrales pregunta a la joven
criada de unos familiares nacida tras el fin de la dictadura sobre
este periodo y su respuesta es que tiene entendido que con Trujillo
había más empleo y más seguridad. No sé porqué pero
automáticamente en mi cabeza resonó "con Franco se vivía
mejor". Y luego hay otra serie de aspectos que también resultan
bastante sospechosos como el firme apoyo de la Iglesia a la
dictadura (hasta que el barco empieza a hacer aguas y se convierten
en firmes opositores, aunque dentro de un orden), la afición por celebrar los 25ºaniversarios del régimen o la conversión de hombres de la
dictadura en demócratas de toda la vida. Aunque este último
punto encuentra cierta justificación en la narración cuando uno de
los participantes en el atentado contra el dictador explica, no sin
mala conciencia, que él mismo había sido un cómplice del régimen.
Y es que cuando se controlan todos los resortes del poder y de la
economía se hace muy difícil mantenerse al margen si se quiere
subsistir.
Pero tras la muerte del sátrapa sí
que se perciben algunas diferencias con nuestro caso, por desgracia.
En la República Dominicana el Estado al menos requisó parte de las
propiedades y los bienes a su familia. Cosa muy distinta a lo quesucedió en España donde genera resistencias incluso cambiarel nombre de una calle. Quizá sea la diferencia entre que el
dictador sea asesinado y que muera en la cama de viejo.
Todas estas similitudes quizá sean
coincidencia o quizá denotan cómo es la triste condición humana en
la mayoría de los casos y muestran lo que sucede bajo todos los
regímenes dictatoriales. Hasta que unos pocos no lo soportan más y
deciden inmolarse para librar a su patria de una losa que la oprime.
Así que me temo que por el interés
del tema y la maestría con que lo describe en Atendiendo a Razones
nos decantamos más por recomendar que lean a Mario Vargas Llosa que
a Willy Toledo.
Revista Cultura y Ocio
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