Revista Cultura y Ocio

Revista Caleta dedicada a Carmen Laforet. Artículo de Nuria Amat

Publicado el 21 junio 2010 por Susanabb
Revista Caleta dedicada a Carmen Laforet. Artículo de Nuria Amat
Carmen Laforet (Barcelona 1921 - Madrid 2004)
"Si uno es escritor, escribe siempre, aunque no quiera hacerlo, aunque trate de escapar a esa dudosa gloria y a ese sufrimiento real que se merece por seguir una vocación."- Carmen Laforet
LA ESCRITORA Y LOS DEMONIOS porNuria Amat
   Ocurre, algunas veces. El artista de la palabra queda amarrado en su puerto de silencio. Su obra maestra actúa como una suerte de cataclismo. Los otros (me refiero a críticos, escritores, libreros, docentes y también lectores), advertidos de la exclusividad irrepetible de una obra de arte, y no suficiente preparados para darle el justo valor que se merece, tratan de silenciarla. El escritor queda solo, a la deriva, en su isla de incomprensión rotunda.   ¿Estamos hablando de una especie rara de escritores del silencio?   Por supuesto, que no. Son, por el contrario, aquellos escritores dotados de la destreza de narrar lo que no se dice, lo oculto, lo mal llamado “íntimo”, como suele calificarse cada vez que la firma de la obra corresponde a una autora de calidad. Me refiero, entre otras, a Chejov, Kafka, Dickinson, Rulfo… y, claro está, Carmen Laforet.   Creadores, en suma de obra única. Un gran libro. Una gran novela, cuya calidad ahoga al escritor y lo convierte, muy a pesar suyo, en viajero de obra única. Cuando esto ocurre, no hay salvación en la escritura ni tampoco en la no escritura.   Dos son los grandes escritores silenciosos en la lengua española contemporánea. Un mexicano: Juan Rulfo. Y una catalana: Carmen Laforet.   ¿Escritora catalana o española? ¿Quién había hecho caso antes a su verdadera identidad? Por arte de magia y de política cultural, la muerte de Laforet, a sus 82 años, produjo para el público mediático y lector un nuevo nacimiento como escritora catalana. ¿Desde cuándo? Pero, ¿no era la escritora de Nada, ganadora del Premio Nadal (1944), una autora española? Así lo creímos durante casi cincuenta años. De Carmen Laforet nadie tenía noticia alguna. Hasta su muerte, ocurrida, cuarenta años después de haber recibido el Premio, Cataluña jamás había reivindicado a Laforet en el trono de sus Letras Patrias, teniendo en cuenta, además, que Nada era una novela que retrataba como ninguna otra, la Barcelona de la posguerra. Laforet: la olvidada. La silenciada. La desconocida.   Hasta tal punto era así, que el mundo literario la daba por muerta.   A Pedro Páramo (1955) de Rulfo le ha salido una hermana gemela, en su viaje solitario hacia la eternidad, la novela Nada (1944) de la gran escritora en lengua española del siglo veinte, Carmen Laforet. Apenas, diez años separan la publicación de la novela de la española silenciosa de la aparición de la obra excelente del mexicano. Pero, no es la coincidencia en el tiempo la única afinidad que existe entre dos de las novelas más importantes escritas en nuestra lengua. Varias son las casualidades literarias y biográficas, entre los dos autores más silenciosos de la tierra. Que Nada es una novela excepcional en el panorama narrativo mundial ya iba siendo hora de aclamarlo públicamente, sobre todo, después de haberse olvidado de ella cuando la autora vivía, silenciada por sus circunstancias de vida y sus sueños de escritura.   En la década de los noventa, hubo muchos libreros británicos que manifestaron su protesta por la falta de lectores interesados en comprar libros de Virginia Woolf. La solución a este problema fue la aparición de una película americana (Las horas) que llegó, como el dios del consumo, a resucitar a la escritora para la audiencia lectora.   Carmen Laforet, siendo muy joven, tuvo el privilegio de escribir una obra maestra y este éxito, no tanto de ventas como de calidad literaria incuestionable, tuvo sus puntos negros peligrosos y decisivos para confinar al silencio a la narradora más importante de las letras españolas contemporáneas.   ¿Cómo escribir otro libro que pueda superar el éxito literario del primero?   Tanto la española como el mexicano tratan desesperadamente de hacer lo más difícil. Escribir una novela que supere la destreza de la anterior. Carmen Laforet lo intenta con La isla y los demonios (1952), con La mujer nueva (Premio Nacional de Literatura, 1956) y muy posteriormente, con La Insolación (1963). Novelas importantes y que, sin embargo, no encuentran respuesta de público y de crítica.   ¿Qué sucede? ¿Qué clase de demonio hay detrás de este sospechoso mutismo?   A la autora le disgusta todo lo que escribe. Se encuentra sola. Se sabe marginada por sus colegas escritores, varones en su mayoría, que no toleran tener como rival a una autora de insuperable calidad. “Estoy pensando en Cela, por ejemplo, que no soportaba que se uniera su Familia de Pascual Duarte con Nada y que hacía lo posible para que se silenciara”, cuenta Marta Cerezales Laforet, hija de la escritora.   Pese a tener el mundo literario en contra suya, Laforet siente el deber y la necesidad de seguir escribiendo. Ella es una escritora verdadera. Una madre verdadera. Una mujer “nueva”. Supone que podrá alternar la devoción de madre con la de escritora. En sus diarios personales y en sus cartas dirigidas a su querido amigo el escritor Ramón Sender cuenta sus propósitos: “Quisiera escribir una novela (pero no antes de dos años o cosa así) sobre un mundo que no se conoce más que por fuera porque no ha encontrado su lenguaje....Las pobres escritoras no hemos contado nunca la verdad, aunque queramos. La literatura la inventó el varón y seguimos empleando el mismo enfoque para las cosas. Yo quisiera intentar una “traición” para dar algo de ese secreto, para que poco a poco vaya dejando de existir esa fuerza de dominio, y hombres y mujeres nos entendamos mejor, sin sometimientos, ni aparentes ni reales, de unos y otros... tiene que llover mucho para eso. Pero, ¿verdad que está usted de acuerdo, en que lo verdaderamente femenino en la situación humana las mujeres no lo hemos dicho, y cuando lo hemos intentado ha sido con lenguaje “prestado”, que resultaba falso por muy sinceras que quisiéramos ser?”   Así piensa Laforet en 1967. Tiene muy claro en qué consiste la creación literaria y confiesa su voluntad deadquirir un lenguaje original. Una voz propia. Nos preguntamos entonces: ¿Qué estará sucediendo para que la vida y los años vayan minando sus deseos de escritora? ¿Dejó de necesitar escribir con las exigencias que Rilke le reclama a un joven poeta? “Confiese si no le sería preciso morir en el supuesto de que escribir le estuviera vedado”.   Que el éxito mata al escritor es un axioma a tener en cuenta, pues la fama es un demonio que no viaja en solitario.   ¿Qué le ocurre a la escritora que parece desaparecida del mapa? Por sus cartas a Sender, exiliado en Estados Unidos, y las confidencias de sus hijos Marta, Cristina y Agustín Cerezales sabemos que la situación de España y de la crítica literaria en este país, durante los sesenta y setenta, influyeron muy negativamente en el trabajo de creación de la escritora.   Se queja con razón de las “envidias, enemistades y rencillas” del medio literario. Su hija Cristina trata de explicarnos las razones del silencio.   “¿Pueden estas circunstancias desviar a un escritor de su vocación? Muchos lectores se han preguntado sobre el motivo del silencio literario de Carmen Laforet. Yo diría que en la vida de mi madre, tan ansiosa de libertad e independencia, tan deseosa de recuperar la alegría y la despreocupación que formaban parte indisoluble de su carácter, estas actitudes insidiosas fueron minando su espíritu y su entusiasmo”.   Estos modos de comportamiento contribuyeron a la inseguridad de la escritora. A diferencia de otros autores, a Laforet le interesa, sobre todo, la literatura. No se siente en competencia con nadie. Y le hieren los comentarios y las críticas que empiezan a surgir a su alrededor.   Toma una determinación:   Decide no conceder ninguna entrevista. Resolución que mantiene de forma categórica hasta el final de su vida. Determinación que, al contrario de lo que posteriormente ha sucedido con otros grandes escritores (pienso en Salinger, o el mismo Coetzee) cuyo silencio voluntario actúa como arma mediática, en el caso de Laforet la hunde en la invisibilidad absoluta.   Como le sucede a Rulfo, tampoco Laforet es luchadora. Y ella suele confesar que es poco trabajadora. La separación con su marido, el periodista Manuel Cerezales, aumenta su inseguridad y parálisis. “Mi economía anda muy mal, porque no he trabajado nada, pero es posible que se arregle. Y así, de indecisión en indecisión de lo que voy a hacer, se me pasa el tiempo sin escribir ni cartas ni artículos que me pide Destino y que tengo, pero una vez terminados, los encuentro imposibles”.   Al igual que sucede con Juan Rulfo, Carmen Laforet trata de buscar el equilibrio en sus hijos. Declara que ellos son lo más importante de su vida. Se refugia en su familia, ahora rota por la separación del marido, y hace de esta devoción la excusa de su silencio literario. Sus hijos crecen, viajan al extranjero. Carmen se convierte en vagabunda. Lleva su orfandad a cuestas. Es una desheredada. En lugar de escribir, asegura que viaja a Roma, París, Alicante... para escribir o decir(se) que escribe. Cada uno de sus viajes contiene en su maleta un propósito de escribir novela. Se obsesiona con escapar del país, si bien es cierto que su situación familiar, de la que disfruta, la tiene anclada a esta tierra. Se pasa la vida prometiendo que escribe, o que escribirá, o que está escribiendo, terminando su trilogía: “Voy a ver por mi parte si hago como Pizarro y emprendo la marcha a conquistarme yo misma, y a volver a hacerme escritora, que, dentro de todas mis limitaciones, parece que es lo que me va más”.   En lugar de hacerlo, Laforet viaja, emprende su fuga hacia el silencio. Su viaje a la escritura se transforma en una huída de la escritura. Mientras dice que busca soledad, independencia, dinero y una habitación propia donde escribir, su vida inicia el gran viaje hacia la melancolía. La enfermedad final de los escritores silenciosos.   ¿Hasta qué punto contribuyeron a su enfermedad depresiva las circunstancias externas que rodearon a la escritora?   En mi opinión, de una manera determinante. La inseguridad, el miedo al fracaso, la invisibilidad a la que es sometida por el medio literario, la envidia y demás zancadillas de colegas y editores fueron factores definitivos. Laforet es una mujer nueva. De inteligencia talentosa y cultivada a la manera que lo fueron Virginia Woolf, Jean Ryhs o Katherine Mansfield, pero sin un hombre-compañero a su espalda para protegerla o ayudarla en esta sociedad de individuos que desprecia cualquier rasgo de independencia femenina. Otra intrusa. Otra deslenguada.   Mientras se encierra en su sordina creadora, sorprende comprobar la lista de proyectos novelísticos de la escritora que contrasta con el silencio absoluto que sobre sus novelas manifiesta Ramón Sender, como puede observarse en la correspondencia hermosa que mantienen ambos escritores. Sender, que no cesa de escribir y publicar novelas, jamás hablará de ellas antes de que salgan a la luz. Sin embargo, es propio de los escritores silenciosos como Carmen Laforet y Juan Rulfo hablar y escribir de lo que no están llevando a cabo, por mucho que propaguen sus aspiraciones, como si con ese ruido quisieran asesinar el demonio del silencio.   En su estudio sobre la autora, Israel Rolón nos habla por primera vez del conflicto emocional de Carmen Laforet.   “Parece claro que la separación matrimonial que ella misma deseaba, y que es también un símbolo de ruptura con la España de Franco, en combinación con la falta de ambiente adecuado y de una estabilidad económica, la llevan a sufrir un conflicto emocional que le impide continuar con los planes literarios que tenía trazados en su agenda”.   Como Rulfo, Laforet se siente silenciada por sus colegas, agobiada por la economía, presionada por la fama de su novela Nada y su alto nivel de autoexigencia.   De otra parte, los silenciosos se sienten cuestionados y atribulados por las demandas de sus lectores y amigos, que se niegan a comprender este no enfermizo a la escritura.   Sender trata de animar a su amiga española: “Temo que anda usted buscando el lado perezoso del oficio (crónicas, conferencias, etc.). No le escurra el bulto a la novela, porque ahí es donde hace usted maravillas. Claro es que cuesta trabajo, pero es importante para todos, especialmente para los lectores que esperamos libros nuevos de usted. Supongo que no le faltarán a usted excusas”. Y le pone como ejemplo a Tolstoi y su silencio de los últimos años. “Lo que le pasaba era que una novela le costaba diez veces más trabajo que un ensayo, pero lo que ha quedado es Ana Karenina, Guerra y Paz, etc...”   A Laforet ya no le quedan pretextos para el silencio del artista. El miedo a dejar de escribir, a no poder escribir, tiene sus razones. Es posible que también sus reglas para evitarlo: ¿Cómo actuar para no ser atacado por el tedio de la no escritura? ¿Cómo regular la parte creativa del cerebro, ese lado fértil del “inconsciente” que nos lleva lo más cerca posible del libro verdadero? Caso de que hubiera modos de vencer el demonio del silencio, ¿los conocían ellos, los escritores de novela única, los anti suicidas del reino literario?   Laforet como Rulfo dispusieron, a su manera, su muerte literaria. Sus talantes creadores determinaron el principio y el fin de su biografía, nacieron con su novela y murieron con ella. Como poetas suicidas colocaron la palabra dentro del horno de gas y terminaron con ella. Vivieron dos vidas. Morirán dos veces. Pero, la pregunta que sigue asaltándonos a lectores y escritores es: ¿pudieron evitarlo? Es posible, de haberse permitido ser pensadores de sí mismos, revisores de su propia ansia de obra. O, tal vez, no. Porque la obra estaba en ellos mismos, ellos formaban parte de la tarea creativa.   Rulfo encubrió cuánto pudo su depresión melancólica. Casi nunca habló de ella. La pasó por alto. Formaba parte de su sabiduría poética. Enmudeció y punto. Se dedicó a viajar y a la fotografía. Se movía por el mundo como el gran escritor que era. Sus colegas terminaron por reconocer su obra inimitable.   Los colegas de Laforet, caso de haberlos tenido, no tuvieron tiempo ni ganas de reconocerle mérito alguno.   Laforet no tiene tiempo para explicarse lo que le está sucediendo. Aunque conoce a la perfección las causas de su desesperanza, como escritora sabe muy bien que será incapaz de luchar contra ellas. El país donde vive es España. Un país de clérigos, caciques, militares y amanuenses. Un país en el que la Modernidad que vive Europa, pasará de largo. Y ella, es una mujer solitaria, independiente, sensible, ajena acualquier estrategia de poder. Una escritora. Nada más y nada menos. Una madre de familia, también. A la manera de Silvia Plath, poeta bella y talentosa, cuyo suicidio pocos comprenden todavía, Carmen Laforet eligió una especie de muerte en vida.   Lentamente, su depresión, sin tratamiento, irá derivando en una enfermedad mental que la apartará del mundo. En sus cartas hay avisos. En 1975, al final de su correspondencia, le dice a Sender: “¡Sigues publicando libros! ¡Te admiro muchísimo! Yo tengo que salir de ese vaso de agua psíquico en que me ahogo. Saldré si Dios quiere”.   Y no quiso. Hasta se diría que fue la misma literatura el fantasma ocupado de llevarse a la escritora a su paraíso de novela.   Una vez más, viene a demostrarse, que el arte, vida y literatura navegan juntos y, si es el caso, naufragan hermanados.   Es muy posible, según se enteraron mis oídos, que a Camilo José Cela le hubiese peligrado el Premio Nobel de no haberse dedicado él y sus cofrades en acallar la voz de la gran rival.   En ocasiones, no puedo evitar hacerme la suposición siguiente: Pongamos por caso, que el Premio de la Academia hubiera recaído en Carmen Laforet, tal y como habría podido suceder si los demonios no hubieran actuado en su contra. Sin duda, el reconocimiento internacional que hoy tiene su obra se habría adelantado varios años. Sin embargo, algo más hubiera ganado la literatura en lengua española, una distintivo del que otros países del mundo van sobrados: la confirmación de que tampoco en literatura la genialidad es solamente un atributo masculino.
Revista Caleta dedicada a Carmen Laforet. Artículo de Nuria AmatREVISTA CALETA  Literatura y PensamientoDedicada a Carmen Laforet Número 14  2008 SUMARIO
Revista Caleta dedicada a Carmen Laforet. Artículo de Nuria Amat
PÁGINA DE CARMEN LAFORETUna página con abundante material de calidad para conocer más y mejor a la escritora española Carmen Laforet.
 Revista Caleta dedicada a Carmen Laforet. Artículo de Nuria Amat
Página de NURIA AMAT, autora del artículo
Revista Caleta dedicada a Carmen Laforet. Artículo de Nuria Amat
NADA
Carmen Laforet
Premio Nadal 1944
Ediciones Destino, Barcelona, 1945.

De entre las numerosas ediciones:
Nada. Edición, notas y estudio de Domingo Ródenas de Moya. Editorial Crítica, Barcelona, 2001.
-  Nada. Comentado por Rosa Navarro Durán. Ediciones Destino CCC, Barcelona. Undécima edición, julio 2004.
-  Nada. Prólogo de Nuria Amat. RBA Coleccionables, S.A, 2009. 

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LOS COMENTARIOS (1)

Por   Susanabb
publicado el 21 junio a las 17:10
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NADA de Carmen Laforet RBA Coleccionables, S.A, 2009 Prólogo de Nuria Amat http://www.carmenlaforet.com/vista_por/15. Nuria Amat. Nada.pdf

Un saludo. Susana