Segundo hijo de la reina Isabel II, y primer varón, a los once años tuvo que exiliarse junto con toda la familia real por las convulsiones políticas del Sexenio Revolucionario que provocó el destronamiento de su madre. Alfonso, desde pequeño, dio muestras de ser un príncipe enfermizo y propenso a los resfriados, a lo que se unía su carácter dócil, sencillo y leal para con sus protectores. No obstante, demostró una gran entereza de espíritu, franqueza y jovialidad que le hizo ser muy querido por todo el pueblo. Alfonso XII, como monarca, quizás ha sido el rey más popular y amado por sus súbditos, y en especial por el pueblo de Madrid.
Sin duda alguna, hubo en la vida de Alfonso circunstancias que alentaron la faceta popular de este rey, muchas de ellas luego engrandecidas por el sentido romántico que se le dio: el casamiento por amor con su prima María de las Mercedes, la muerte prematura de ésta que postró al rey en un estado de melancolía perpetuo, los diversos amores ilícitos que tuvo el rey, entre los que destaca el que mantuvo con la cantante Elena Sanz, y para finalizar, el hecho de que el rey muriese de la más romántica y popular de las enfermedades: la tuberculosis. Todo este cúmulo de anécdotas, más las que se inventó después el pueblo madrileño, dieron pie para perpetuar la imagen del rey cercano al pueblo, en sus males y en sus alegrías.
El exilio del príncipe Alfonso duró seis años. En un principio, la familia real fijó su residencia en París, donde continuó la sólida formación del príncipe. La corte española en el exilio estaba obligada a vivir con cierta modestia y privaciones, aspecto éste que luego recordaría Alfonso ya de rey, y que le sirvió para adquirir experiencia personal. En el año 1869 siguió la formación de Alfonso en Roma, bajo la protección de su padrino, el papa Pío IX.
En ese mismo año, Alfonso fue enviado a Austria para estudiar en uno de los colegios más aristocráticos de Europa, el Theresianum, en la ciudad de Viena. Permaneció en ese colegio tres años, donde el futuro rey recibió experiencias y sorpresas que absorbió con auténtico deleite, resultando ese período crucial en su formación. Fue en Viena donde empezó a desarrollarse intelectualmente y a acercarse progresivamente al mundo de la política, del que había estado ausente hasta el momento.
En España el fracaso de la monarquía demo liberal de Amadeo de Saboya (impuesto por el general Prim), la tercera guerra carlista, la revuelta cantonal y la insurrección cubana, hicieron que ciertos sectores de peso provenientes de las antiguas filas de los moderados y unionistas de la época isabelina, liderados por Cánovas del Castillo, comenzaron a trabajar de firme en una cada vez más factible restauración monárquica en la figura del príncipe Alfonso. Dicha restauración no era posible en la persona de Isabel II, puesto que su regreso hubiera contado con múltiples oposiciones. Cánovas del Castillo pudo convencer a Isabel II para que abdicara en favor de su hijo Alfonso. Así, el 25 de junio de 1870, Isabel se resignó “por razones de Estado” y abdicó sus derechos al trono en su joven hijo, al que se le designó como príncipe de Asturias.
Cánovas del Castillo consiguió con esta medida dos propósitos: restaurar la dinastía borbónica en la figura del príncipe Alfonso, más preparado y desvinculado de los modos monárquicos antiguos; y por otra parte, preparar el terreno para instaurar el sistema político del bipartidismo. Cánovas del Castillo se hizo cargo de la educación del príncipe, así como de su posterior proyección política, esperando el momento adecuado para regresar a España.
La Primera RepúblicaEl reinado de Alfonso XII.
Cánovas del Castillo mandó al príncipe a seguir sus estudios a Inglaterra, a la academia militar de Sandhurt. La intención de tal medida era dotar a Alfonso de una adecuada preparación militar, a la vez que aprendiera el sistema monárquico constitucionalista inglés, del cual Cánovas era un ferviente admirador. Con motivo del decimoséptimo cumpleaños del príncipe (con capacidad legal para reinar), Cánovas del Castillo preparó y alentó la lectura pública del famoso Manifiesto de Sandhurst por parte del príncipe. Aquel documento era toda una declaración de intenciones expositivas del eventual programa que llevaría a cabo el futuro rey en caso de que los españoles le llamaran para ocupar el trono, como el mismo Alfonso declaraba en el texto. En este documento, el príncipe hacía mención a su legitimidad, pero sin aludir para nada a una posible continuidad del régimen isabelino, sino a un régimen nuevo, abierto hacia todas las tendencias.
La conclusión es que Alfonso prometía una monarquía restaurada. El manifiesto cayó sobre un terreno ya bastante propicio para la causa alfonsina. El 3 de enero de 1874, el general Pavía dio un golpe de Estado, irrumpiendo en las Cortes montado a caballo, cuando éstas estaban votando para la elección de un nuevo presidente republicano, toda vez que Emilio Castelar había sido obligado a dimitir por los disturbios que asolaban al país. Esta acción militar no fue un intento de derribar a la República, sino más bien para intentar poner orden en el caos político.
Se formó un gobierno provisional comandado por el incombustible general Francisco Serrano y basado en una constante indefinición y ambigüedad lo que hizo que el final de la Primera República española se acelerase. Este hecho se produjo el 29 de diciembre de 1874 con el último pronunciamiento militar exitoso de viejo corte isabelino, a cargo del general Martínez Campos, quien se había sublevado en Sagunto, proclamando por su cuenta a Alfonso XII como rey de España. El 30 de diciembre se constituyó un gobierno provisional bajo la dirección de Cánovas del Castillo. Realmente, el golpe militar de Martínez Campos disgustó profundamente a Cánovas del Castillo, que estaba preparando el triunfo de la restauración por medio exclusivamente legales y políticos. Martínez Campos, en su proclama golpista dirigida a Cánovas del Castillo, le desveló que no tenía intención alguna de lucrarse ni de acceder al poder, como realmente así fue. Por lo tanto, el triunfo político correspondió totalmente a Cánovas del Castillo, apareciendo ante los ojos de todo el mundo como el padre de la Restauración. Martínez Campos pasó inmediatamente a un segundo plano.
El 9 de enero de 1875 entraba Alfonso XII en Barcelona, ya como rey de todos los españoles. Seguidamente, el 14 de ese mismo mes hacía lo propio en Madrid, bajo el delirio de todo el pueblo que lo aclamaba con auténtico fervor y pasión. El recibimiento del pueblo fue inenarrable, sin precedente alguno desde la llegada de Fernando VII, su abuelo, en 1814. En seguida fue identificado como Alfonso XII el Pacificador, ya que fue presentado como el símbolo de la concordia y de la reconstrucción.
Alfonso XII aglutinó en torno a su persona las simpatías de todos los espectros políticos del país, a excepción de los últimos reductos carlistas.
Cánovas del Castillo, en su puesto de jefe del nuevo gobierno, comenzó a diseñar el nuevo sistema político de la Restauración. Alfonso XII supo responder a la confianza que en él se depositaba. Su reinado fue el más tranquilo del siglo XIX español, se logró la paz y la prosperidad. Alfonso XII dejó obrar a los políticos, reinando siempre constitucionalmente y con un exquisito tacto, puesto que nunca dejó entrever simpatías o antipatías hacia los distintos bandos políticos.
Fue un rey absolutamente neutral, tal como él mismo se había propuesto y presentado en el famoso manifiesto inglés. Aunque su papel político fue pasivo, desde el año 1883 empezó a intervenir activamente en los asuntos de Estado, siempre en un papel de árbitro. Su muerte prematura impidió constatar el alcance y los resultados de dicha orientación.
Como militar se adjudicó un gran éxito al comandar personalmente las tropas reales en la tercera guerra contra los carlistas. Gracias a su presencia, las tropas reales, desorientadas y sin saber qué régimen defendían, pudieron reagruparse en torno a un ideal y preparar a fondo una gran campaña ofensiva. La campaña terminó victoriosamente en el año 1876, con el problema del carlismo resuelto definitivamente. También se logró zanjar la peligrosa insurrección cubana con la Paz de Zanjón en el año 1878.
Alfonso XII se embarcó en la realización de una política populista con el objeto de revalorizar la institución monárquica. Para ello viajó por todo el país, recabando adhesiones y simpatías del pueblo, inaugurando líneas de ferrocarriles, asistiendo a fundaciones de hospitales y acudiendo a zonas catastróficas y pobres del país. También se realizó una gran gira por Austria, Alemania y Francia. Precisamente, a su paso por Alemania, hizo un comentario favorable al Reich alemán, insinuando la posibilidad de una alianza con Alemania. Esta noticia fue tomada por Francia, enemiga de Alemania, como una afrenta y amenaza, lo que provocó una crisis entre Francia y España que a punto estuvo de resolverse por las armas. Alfonso XII arregló el asunto no dándole la mayor importancia, por lo que poco a poco el clima de sosiego fue restablecido entre ambas delegaciones diplomáticas.
Alfonso XII se casó dos veces. El 23 de enero de 1878 con su prima, doña María de las Mercedes de Orleans, hija de los duques de Montpellier. A su bautizo precisamente asistió el que se convertiría en su esposo, Alfonso. Sin embargo, fue en su época de estudiante en Viane cuando monarca español quedó prendado de María de las Mercedes. ‘Cuando la vi, me di cuenta de que la quería desde antes de haberla conocido. Desde el primer instante comprendí el porqué de mi existencia’ comentó el joven monarca a un compañero de estudios.
La boda fue muy popular y sonada en todo el reino. Cinco meses después moría la reina, a la edad de diecisiete años: la última reina cantada y alabada por los romances del pueblo.
Dos años antes, en 1872, Mercedes y su primo el príncipe Alfonso habían iniciado una relación amorosa, cuando ella tenía solo 12 años. A pesar de la oposición de Isabel II a la boda, a causa del enfrentamiento que mantuvo con el Duque de Montpensier, y de la preferencia del gobierno por un matrimonio con alguna princesa europea (una de las candidatas deseadas fue la princesa Beatriz del Reino Unido, hija de la reina Victoria), se impusieron los deseos del ya convertido en rey Alfonso XII, celebrándose la boda el 23 de enero de 1878 en la madrileña basílica de Atocha. Fue la Reina consorte más joven de España, con 17 años.
La Reina montó en cólera
Dicen que fue en el transcurso de una reunión familiar cuando contra a todo pronóstico surgió el flechazo entre los primos carnales, Alfonso y Mercedes. Cuentan también que la reina Isabel II montó en cólera al conocer que su amado Alfonso quería casarse con la hija de su hermana y del Duque de Montpensier, que tanto había instigado para destronarla. Sin embargo nada frenó al joven monarca español en su empeño. Ni la oposición de su madre, la reina Isabel II, que no quería que una hija del Duque de Montpensier, llegara a ser Reina de España, y que decía: “No tengo nada contra la infanta, pero Montpensier no transigiré nunca”, ni la oposición del Gobierno, que buscaba una princesa europea, consiguieron disuadir a Alfonso XII.
El debate en las Cortes
El asunto se debatió en las Cortes hasta que uno de los ministros salió en defensa de los enamorados diciendo: “La infanta doña Mercedes está fuera de toda discusión: los ángeles no se discuten”. Se cumple entonces la profecía de una gitana que leyó la mano de la adolescente Mercedes unos meses antes de que los primos se encontraban y se anuncia el enlace. La noticia de un matrimonio por amor tan inusual en aquella época en las cortes europeas encandiló a los españoles. La joven que por aquel entonces tenía sólo diecisiete años además de ser princesa, era española y guapa. Quizás por ello el pueblo de Madrid cariñosamente la apodó ‘Carita de cielo’.
Fue un enlace de grandes festejos, no en vano la pareja se casaba por amor y su historia, llena de romanticismo, enterneció a los españoles que gustaban de oír las historias de palacio. “Quieren hoy con más delirio/ a su Rey los españoles/ pues por amor va a casarse/ como se casan los pobres”, rezaba una coplilla de la época. El triste final de María de las Mercedes, que murió a los dieciocho años de edad, hizo más todavía que aquella real y verídica historia de amor permaneciera en el corazón de la calle.
Los preparativos para la boda
La mayoría de las Diputaciones Provinciales decretaron alguna construcción para la provincia con motivo del enlace real: carreteras, hospitales, iglesias, escuelas… Madrid, por su parte, se vistió de gala y durante semanas se realizaron diversas obras para que la capital luciera en todo su esplendor. Del mismo modo se concedieron algunos indultos con motivo del enlace real. El mismo día, y para que el pan no faltara en ninguna familia, por pobre que fuera, éste se incluyó como limosna en el programa de actos públicos.
El mismo día de la boda se organizaron toda una serie de festejos: a las dos de la tarde se celebró un desfile de las tropas de la guarnición en la plaza de Oriente; a las ocho de la noche, hubo funciones de convite organizado por el Ayuntamiento en los teatros Español, Zarzuela, Apolo, Comedia, Novedades, Alhambra, Variedades, Martín e Infantil; se encendieron cientos de lámparas para iluminar la capital… Un corresponsal francés, impresionado con la belleza de las luces, calculó en “diez mil francos” el gasto que podían generar.
En la Puerta del Sol, las dos farolas centrales eran de luz eléctrica y según algunos diarios daban un esplendor como el de la luna llena en las noches de verano. La fuente de Neptuno, en su base, aparecía rodeada de mecheros de gas encerrados en globos de cristales de colores. El tridente estaba también dibujado con luces de gas. La fuente de Cibeles, por su parte, también estaba rodeada de un círculo de globos de cristales de colores y largos mecheros surtidores brotaban del fondo del agua.
El ajuar de la novia fue enteramente confeccionado en España, y no podía ser de otra forma al tratarse de una futura Reina de España. El vestido fue costeado por Alfonso XII y costó treinta y dos mil quinientas cuarenta y seis pesetas. Los zapatos que le acompañaron fueron planos para que no pareciera más alta que el Rey. Por lo demás, la novia portaba ricas joyas; destacaban por su hermosura, las perlas y los diamantes.
El discurso del rey
Alfonso XII dirigió a la Comisión del Congreso de los Diputados un discurso con motivo de su enlace, en el que entre otras cosas decía: “Señores diputados, el enlace que voy a contraer, inspirado al propio tiempo que por los más puros afectos del corazón por el conocimiento de las altas prendas que adornan a la que ha de compartir conmigo el Trono de San Fernando y de la Católica Isabel, del mismo modo que motiva vuestros entusiastas plácemes, alcanza sin duda los del país, a quien legítimamente representáis, y merece la unánime felicitación de las potencias amigas…”.
Madrid, engalanado
El día de la boda, con Madrid totalmente engalanado, el Rey salió del Palacio Real a las diez y media con toda la comitiva, tomando la calle Mayor, la Puerta del Sol, la carrera de San Jerónimo, el paseo del Botánico y paseo de Atocha hasta la Basílica de Atocha. El cortejo de la novia salió del Palacio de Aranjuez y llegó en tren a la estación de Atocha desde donde se trasladó a la basílica. La desposada había salido a las nueve de la mañana de Aranjuez y su tren había parado en los principales pueblos de la Comunidad de Madrid, en ese entonces: Ciempozuelos, Pinto, Getafe… para que los vecinos de estas localidades pudieran ver a la novia. La contrayente tardó en llegar a Madrid una hora y siete minutos.
EL 23 de enero de 1878 a las doce de la mañana contraían matrimonio el rey Alfonso XII con doña María de las Mercedes de Orleáns y Borbón en la real Basílica de Atocha. Fue la boda más romántica del siglo, el bello colofón de una apasionada historia de amor. Los jóvenes se conocieron cuando ella era un bebé y él apenas llegaba a los dos años de edad. María de las Mercedes nació y fue bautizada en El Palacio Real debido al deseo de Isabel II de apadrinarla.
El retrato nupcial de Alfonso XII y María de las Mercedes se conserva en el Palacio de Riofrío de Segovia. El vestido fue costeado por Alfonso XII y costó treinta y dos mil quinientas cuarenta y seis pesetas de las de entonces
El fallido atentado contra el Rey Alfonso XII
Un 25 de octubre de 1878, el Rey Alfonso XII era víctima de un atentado contra su persona durante su llegada a la ciudad de Madrid después de inspeccionar las provincias del norte, territorios que dos años antes habían combatido contra el joven monarca en el bando carlista.
El hecho sucedió a la altura del número 93 de la calle Mayor de Madrid. Alfonso XII cabalgaba al frente de la comitiva y cuando prácticamente llegaba a palacio, un joven tonelero anarquista catalán saco una pistola y disparó hasta tres balas contra el monarca. Ninguno de aquellos tres tiros alcanzó a Alfonso XII ni a ninguno de los generales que le rodeaban.
El autor de aquel atentado, Juan Oliva Moncasi, fue detenido en el acto y el 4 de enero de 1879 ejecutado mediante el garrote.
El segundo atentado
No obstante, el intento de asesinato de Juan Oliva no fue el único que sufrió durante su reinado. El segundo atentado contra la persona de Alfonso XII se produjo un año y dos meses después. Tuvo lugar el 30 de diciembre de 1879 en el momento en el que los monarcas volvían de pasear de los jardínes del Retiro.
El atacante, un joven gallego de 20 años llamado Francisco Otero González les disparó casi a quemarropa sin llegar a herirles. Otero González era el dueño de una pastelería de la capital que apenas llegaba a fin de mes. Tenía la intención de suicidarse pero en el camino le convencieron de que era mejor tratar de acabar con la vida de Alfonso XII. Finalmente, Francisco Otero González fue ejecutado el 14 de abril de 1880 de la misma forma que Juan Oliva, mediante el garrote.
El matrimonio fue breve por la prematura muerte de la reina Mercedes a causa del tifus cinco meses después y un aborto espontáneo, lo cual produjo una infección que probablemente condujo a su fallecimiento. Falleció en el Palacio Real de Madrid, dos días después de su 18º cumpleaños, acompañada en todo momento por su esposo.
Fue enterrada en una capilla del Monasterio de El Escorial, no pudiendo ser en el panteón real, reservado únicamente a las reinas que tuvieran descendencia. La reina Mercedes fue impulsora de la construcción de la catedral de la Almudena de Madrid, cuya construcción se inició en 1883. Sus restos fueron trasladados a esta catedral el 8 de noviembre de 2000, en cumplimiento del deseo expresado en su día por el rey Alfonso XII. La lápida de su tumba está realizada en mármol blanco y tiene la siguiente inscripción:
«María de las Mercedes, dulcísima esposa de Alfonso XII».
La ‘Reina Niña’ había muerto prematuramente sin dejar ningún heredero a la Corona y a pesar de que el rey estaba sumido en un profundo dolor, era urgente que contrajera de nuevo matrimonio para dar un heredero al trono. En esta ocasión, el monarca tuvo que dejar de lado todo el romanticismo que había impregnado su primera historia de amor y buscar a la candidata ideal. María Cristina de Habsburgo Lorena no fue muy apreciada por el pueblo al principio, pero ella pudo demostrar con el tiempo que sería una magnífica Reina para España.
Perteneciente a la estirpe de los Habsburgo, doña María Cristina contaba entre sus antepasados a Reyes y Emperadores. Sus padres eran tíos del emperador austríaco Francisco José I. Cuando Alfonso XII visitó por primera vez a María Cristina, ésta colocó sobre la tapa de un piano el retrato de María de las Mercedes, hecho que le valió la aprobación del monarca, todavía tremendamente afectado por la muerte de su primera esposa.
Los regalos del Rey
El Rey hizo espléndidos regalos a María Cristina, entre ellos las joyas realizadas en los talleres del señor Marzo. Todas ellas estaban hechas de oro fino y brillantes delicadamente trabajados. El valor total de los regalos ascendía a cinco millones de pesetas de las de entonces. No obstante, el pueblo estaba todavía conmocionado con la muerte de la joven Reina María de las Mercedes, y María Cristina no lo tuvo nada fácil para ganarse el favor de los españoles. De hecho, cuando la comitiva real volvía al palacio, los que pudieron verla destacaron en ella una actitud algo arrogante. Pronto, sin embargo, fue bautizada con el sobrenombre de ‘Doña Virtudes’.
La dote que dio la novia, trescientas cincuenta mil pesetas, le fue proporcionada por Francisco José I, ya que la madre de la futura Reina de España apenas contaba con recursos económicos. El ajuar de María Cristina, que fue confeccionado en París, fue un regalo de su futuro marido, Alfonso XII.
El mismo día de la boda, el 29 de noviembre de 1879, a las ocho de la mañana se reunieron en la plaza de la Armería las bandas de música de todos los cuerpos que componían la guarnición de Madrid. Después de ejecutar una diana, recorrieron la calle Mayor, la Puerta del Sol y la calle de Alcalá. En Madrid, se prohibió durante el día del enlace y las jornadas posteriores circular en carruaje por determinadas calles y se decretó que las personas que marcharan por lugares céntricos deberían hacerlo a pie.
El vestido de la novia
La novia lucía un magnífico traje de raso blanco con cola cuadrada y bordado de plata, hecho en Madrid. El manto, también de raso, llevaba bordadas flores de lis con hilo de oro además de dos hileras de encaje entre las cuales aparecían rosas blancas y flores de azahar. En Barcelona, por su parte, se confeccionaron las cuatro elegantes mantillas de blonda que formaban parte del trousseau regio.
Asistieron a la boda, la reina Madre Isabel II, la archiduquesa Isabel, las infantas doña María de la Paz, doña María Eulalia y doña Cristina; los embajadores y Cuerpo Diplomático acreditados en Madrid, los Ministros del Gobierno, así como los Capitanes Generales del Ejército.
El recorrido de vuelta al Palacio
A las dos y media de la tarde, concluida ya la ceremonia religiosa, la comitiva real emprendió el regreso al palacio de Oriente por los paseos Botánico y del Prado, la calle de Alcalá, la Puerta del Sol, la calle Mayor, la calle Bailén y la plaza de la Armería. La pareja correspondía a los saludos de las personas que acudieron a la capital española para ver a los jóvenes esposos. Hasta trescientas cincuenta mil personas siguieron el recorrido de la carroza real.
La iglesia donde se celebró el enlace matrimonial fue la Real Basílica de Atocha, y la hora, las doce y media de la mañana. Presidió la ceremonia el cardenal Benavides, patriarca de las Indias. Fueron padrinos de la pareja el archiduque Raniero, en nombre del Emperador de Austria, y la archiduquesa María.
Se proclamaron, como en la anterior boda del Rey, varios días de fiesta en las que hubo representaciones teatrales y, cómo no, los populares festejos taurinos de la época. María Cristina, a pesar de que no le gustaba la fiesta popular, tuvo que asistir a todos ellos para no caer en desgracia al pueblo. Al día siguiente del enlace, toda la Familia Real acudió a la representación que tuvo lugar en el teatro de la Opera para presenciar Los hugonotes. – Fuente:
HIJOS: con María Cristina de Habsburgo-Lorena
- María de las Mercedes (1880-1904), infanta de España y princesa de Asturias. Consorte Carlos de Borbón-Dos Sicilias (1870-1949)
- María Teresa (1882-1912), infanta de España. Consorte Fernando de Baviera
- Alfonso XIII (1886-1941), rey de España desde su nacimiento, pues éste se produjo después de la muerte de su padre. Consorte Victoria Eugenia de Battenberg
La inesperada muerte de Alfonso XII
El 25 de noviembre de 1885, España despertó consternada con la noticia de la muerte de Alfonso XII. El rey habría cumplido los 28 años tres días después y su –para muchos— inesperado deceso conmocionaba a una sociedad heredera de la vorágine política, social y económica de décadas anteriores. El motivo del fallecimiento, la tuberculosis que padecía desde hacía años y que siempre se había mantenido en secreto.
Desde 1868, España había vivido el destronamiento de Isabel II, una república, varios gobiernos provisionales y la entronización de una dinastía extranjera en la persona de Amadeo de Saboya, había tenido que batallar en una tercera guerra carlista y combatir la insurrección de Cuba. El joven monarca parecía haber puesto fin a aquella etapa frenética de su historia garantizando una cierta estabilidad institucional. Como había pasado a la muerte de Fernando VII en 1833, ahora la heredera, la infanta María de las Mercedes, era una niña y el reino quedaba en manos de una reina regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena. La situación, además, se complicaba porque la reina estaba embarazada de tres meses y, en caso de que tuviera un varón, éste tenía mayor derecho al trono que la princesa de Asturias. Era evidente, pues, que durante unos meses existiría un vacío de poder cuyas consecuencias eran imprevisibles.
Alfonso XII, fallecido días antes de cumplir 28 años, dejaba una hija y una reina viuda embarazada de tres meses.
Antonio Benlliure recrea en El último beso la defunción del rey en el Pardo. – FOTO: Museo Nacional del Prado, en depósito en el Palacio de Pedralbes.
A la preocupación política se unía el halo romántico que rodeaba al difunto rey. El espíritu del Romanticismo aún estaba muy vivo entre el pueblo, y la corta vida del monarca fallecido tenía todos los ingredientes propios de las tragedias de la época. Se había casado por amor –”como se casan los pobres”, según rezaba una copla popular– y contra la voluntad de su madre con su prima María de las Mercedes de Orleans, hija de los duques de Montpensier. Pero la reina había muerto a los seis meses de la boda cuando sólo contaba dieciocho años, y el rey, pese a su desespero, se había visto obligado a contraer nuevo matrimonio con María Cristina de Habsburgo-Lorena. Aunque su nueva esposa acabó por convertirse en una de las reinas más amadas por los españoles, por entonces despertaba una profunda antipatía entre el pueblo, que la consideraba distante y fría, y una enorme desconfianza en los sectores políticos que erróneamente la creían incapaz para el gobierno.
El azote de la tuberculosis
La enfermedad que había acabado con la vida del rey, la tuberculosis, se había convertido en el mayor azote del siglo XIX. Su difusión en las ciudades europeas alcanzó casi rango de epidemia –se calcula que llegó a causar un cuarto de las muertes en el continente–, y se cebaba en los adultos jóvenes, de entre 18 y 35 años.
Los facultativos poco habían podido hacer ante un mal que el monarca arrastraba desde años atrás. Desde su viudez y aun después de casarse de nuevo, el rey mantenía una intensa vida galante que no excluía mujeres de la más variada condición, y se aseguraba que podía haberse contagiado en una de sus frecuentes escapadas nocturnas. Ante la escasa información sobre la enfermedad de su primera esposa, se decía también que podía haber sido la propia reina quien le transmitió la enfermedad, si bien recientes investigaciones parecen asegurar que la soberana falleció de tifus.
En cualquier caso, lo cierto es que Alfonso XII no vivió, como algunos de sus ancestros, encerrado entre los muros de palacio, por lo que el contagio de una enfermedad tan extendida como la tisis era poco menos que inevitable.A su muerte, el monarca se encontraba en la última fase de un largo proceso tuberculoso. A tal punto llegaba su estado que solía llevar un pañuelo de seda rojo para enjugar, sin que se notase, cualquier amago de hemoptisis. Por prescripción de los médicos de cámara, Esteban Sánchez Ocaña y Laureano García Camisón, desde el mes de octubre había permanecido retirado en el palacio del Pardo, y pese a que pareció que se reponía, en la tarde del día 24 de noviembre un empeoramiento súbito disparó todas las alarmas. Pocas horas después se le administró la extremaunción y falleció a las nueve de la mañana del día 25.
El ceremonial fúnebre fue solemne y complejo. Obedecía en su mayor parte al protocolo establecido por la dinastía de los Austrias, que los Borbones sólo habían simplificado ligeramente. La prensa informó de modo exhaustivo de todos los pasos que se siguieron en las exequias con la prosopopeya de la época, y sin escatimar detalles tan concretos e incluso íntimos como que la propia reina viuda, María Cristina, se encargó de lavar y preparar el cadáver para que los facultativos procedieran al embalsamamiento.
La capilla ardiente se abrió, horas después, en la misma alcoba del palacio de El Pardo donde el monarca había fallecido. Allí se celebraron varias misas y se procedió al velatorio. A las once de la mañana del día 27, el féretro fue introducido en el coche-estufa que trasladó los restos mortales del rey a Madrid, cubierto de terciopelo negro bordado en oro y tirado por ocho caballos negros lujosamente enjaezados. Le seguía una enorme comitiva, formada, entre otros, por la familia real y los Grandes de España en sus coches, miembros del clero, ayudantes del rey, el Real Cuerpo de Alabarderos, el Regimiento de Lanceros de la Reina y los distintos estamentos de servidores de la Casa Real que cerraban el cortejo fúnebre portando hachones encendidos. Se formó así un desfile entre teatral y fantasmagórico que fue seguido por miles de personas.
Las exequias de un Rey
Tras realizar una parada en la ermita de San Antonio de la Florida, donde se rezó un responso, el cortejo enfiló el camino hacia el palacio real entre banderas a media asta, balcones con colgaduras negras y el respetuoso silencio de la muchedumbre, sólo roto por las salvas de los cañones. Una vez en palacio, el salón de Columnas acogió la capilla ardiente, que permaneció abierta a la ciudadanía. El 30 de noviembre, los restos del monarca, ahora con un acompañamiento más reducido, se trasladaron en tren desde la estación del Norte hasta el Panteón de Reyes del monasterio de El Escorial. Una vez allí, los miembros de la comunidad agustina, ataviados con hábitos negros y enarbolando antorchas encendidas, recibieron el cuerpo y, tras celebrarse una misa funeral en el templo, lo trasladaron al panteón real. Allí, de acuerdo con el protocolo, primero el Montero Mayor y luego el jefe de Alabarderos pronunciaron tres veces el nombre del monarca para concluir diciendo: “Pues que Su Majestad no responde, verdaderamente está muerto”. Acto seguido, siempre según el secular ceremonial, se rompió en dos pedazos el bastón de mando del monarca, que se depositó a los pies del ataúd.
El cortejo fúnebre hasta el Palacio Real fue un desfile entre teatral y fantasmagórico seguido por una muchedumbre silenciosa.
El último acto fúnebre en honor de Alfonso XII tuvo lugar doce días después en el templo de San Francisco el Grande: un funeral de Estado con asistencia de representantes de las casas reales europeas que alcanzó su clímax cuando el tenor Julián Gayarre entonó el Libera me Domine de Francisco Asenjo Barbieri, responsable de la música de la ceremonia.
Acabados los primeros lutos por el monarca, hubo de escenificarse la nueva organización de gobierno. Ya en vísperas de la muerte del rey, el líder conservador Antonio Cánovas del Castillo y el liberal Práxedes Mateo Sagasta habían acordado sucederse alternativamente en el gobierno a fin de garantizar la estabilidad política. La regente, María Cristina, había jurado la Constitución justo después del fallecimiento del rey, pero hubo de reiterar el juramento ante las Cortes el 30 de diciembre de 1885. Cinco meses después, el 17 de mayo de 1886, nacía Alfonso XIII, rey desde el mismo momento de su nacimiento, y con el que se cerraría la Restauración borbónica.
María Cristina de Habsburgo-Lorena. Gross Seelowitz, Moravia (República Checa), 21.VII.1858 – Madrid, 6.II.1929. Archiduquesa de Austria, reina de España por su matrimonio con Alfonso XII, regente durante la minoría de edad de su hijo Alfonso XIII.
En 1902 cedió sus poderes a Alfonso XIII, que el 17 de mayo de ese año alcanzó la mayoría de edad requerida por la Constitución, y que prestó el juramento preceptivo en manos del mismo presidente —Sagasta— que lo había recibido de María Cristina en 1885. Pero, contra lo que siempre se ha dicho, la Reina madre no abandonó del todo la política a partir de esa fecha, manteniendo siempre un papel de consejera cerca de su hijo el Rey. Alguna de las crisis registradas al comienzo del reinado personal de Alfonso se debió a su intervención en la sombra; apoyó decididamente a Maura, incluso en 1909, y se mostró adversa a Canalejas —aunque en todo momento Alfonso XIII mantuvo su independencia de criterio y acción como jefe del Estado—. Asimismo —y en este caso con indudable acierto—, María Cristina consideró un error, y un riesgo para la Monarquía, la dictadura de Primo de Rivera.
No alcanzó a ver la crisis final de ésta —crisis que arrastraría la del trono—: murió, a consecuencia de una angina de pecho —según la terminología de la época— en el Palacio Real de Madrid (donde había seguido viviendo tras el fin de la Regencia) el 6 de febrero de 1929. El traslado de sus restos al monasterio de El Escorial constituyó un sentido despliegue de fervor popular.
Comitiva fúnebre de María Cristina de Habsburgo-Lorena, madre de Alfonso XIII.
Carroza con los restos mortales de María Cristina de Habsburgo-Lorena a su llegada al cementerio del Monasterio del Escorial donde fue enterrada