Revista Opinión
El falso llamado al voto nulo
César Ricardo Luque Santana
Votar o no votar no es un dilema (al menos por ahora); tampoco lo es anular el voto (voto en blanco). Creo que bajo las circunstancias actuales es necesario ejercer el sufragio y hacerlo a favor de AMLO. Empezaré por cuestionar las propuestas –por cierto aisladas- principalmente emitidas en las redes sociales que se pronuncian ambiguamente por el abstencionismo o el voto blanco. Enseguida daré unas cuantas razones para sustentar la necesidad de votar y para justificar el sentido de mi voto.
Hace tres años, durante las elecciones federales intermedias, abordé de manera exhaustiva el tema del voto nulo y del abstencionismo, principalmente del primero. Intuí que el tema se instalaría con fuerza en el Internet, no tanto en las redes sociales que eran incipientes sino en blogs (el movimiento de los “blogueros”), cosa que efectivamente sucedió, si bien con retraso de un par de meses porque se suscitó en México y otros países el problema de la pandemia de gripe, situación que eclipsó parcialmente el tema que luego emergería con la fuerza que yo había previsto ocasionando incluso un virulento debate entre sus promotores y detractores.
Mi intención original en esa ocasión fue darle seguimiento a la evolución de esa discusión, ayudar a su esclarecimiento mediante la difusión de las distintas reflexiones, valorando las razones vertidas por unos y otros y fijando desde luego una postura propia. La esencia del movimiento por el voto nulo fue enderezado esencialmente como una crítica a la partidocracia, como muestras de hartazgo y repudio a las burocracias políticas de todos los partidos, como expresión de una crisis de la democracia representativa y deliberativa que había degenerado en una disputa sorda por el botín de los recursos públicos desdibujando los proyectos de nación en pugna e incluso opacando la posibilidad de un proyecto alternativo al neoliberalismo. Las feroces disputas internas en los distintos partidos por las candidaturas a legisladores (principalmente plurinominales) al grado de hacerse a sí mismos fraudes electorales o recurriendo a mecanismos verticalistas para imponer a los incondicionales -muchos de ellos de bajo perfil- de la nomenklatura, alimentaban un rechazo de algunos sectores de la sociedad hacia las prácticas desaseadas de los partidos, aunado al descrédito de los legisladores de ambas cámaras y las campañas malsanas del duopolio televisivo para reforzar dicho descrédito a éstos y a la clase política en su conjunto.
Me pareció, dada las circunstancias de ese momento, que una estrategia ciudadana a favor del voto nulo era viable y que habría que probar los alcances de la misma, pues el abstencionismo prácticamente no es tomado en cuenta en los conteos y su existencia se presta a múltiples interpretaciones, porque no siempre queda claro que signifique un desprecio deliberado a los procesos electorales. Este rechazo me atrevo a decir, no era en sí mismo contra las elecciones sino con la manera en que solían darse donde la voluntad del pueblo era burlada impunemente provocando un desencanto. Esta postura de pensar las elecciones en términos fraudulentos era una inercia de las épocas donde el PRI tenía el monopolio de la política, donde controlaban las instancias electorales actuando como juez y parte, donde tenían un control casi absoluto de los medios impresos y electrónicos, etc. Este avasallamiento que el PRI hacía desde el poder a las demás fuerzas opositoras e incluso la fabricación de partidos paleros o satélites por parte del gobierno, les permitían incurrir a las formas más burdas y descaradas de fraude. El abstencionismo como tal puede tener sin embargo también otras causas como la apatía de muchas personas que deciden no ejercer su derecho al voto por razones incluso baladíes, o por extraviar su credencial de elector o no haberla tramitada a tiempo, entre otros factores posibles. El voto nulo en cambio implica que el ciudadano acude a la urna y manifiesta explícitamente su inconformidad con los candidatos, los partidos, el régimen, los poderes facticos, las autoridades electorales y en sí contra la inequidad del proceso electoral y la falta de certidumbre en la legalidad de las elecciones.
Reconozco que simpaticé con la postura del voto nulo aunque mi conclusión fue matizada al considerar las situaciones específicas. Decía por ejemplo que no se trataba de aplicar mecánicamente esta estrategia sin reparar en el contexto o en el candidato. En este último caso, decía que ante una candidatura como la de Rosario Ibarra o alguien con su prestigio, sería un error anular el voto. De cualquier manera, el entusiasmo que se despertó en ese momento no se tradujo de manera significativa en las urnas, más no obstante, sus promotores más radicales hasta realizaron un congreso al respecto en la ciudad de Guadalajara. Lo rescatable de esa temática que por momento atrapó la agenda de los candidatos y dirigentes políticos y cuya reacción en general fue para mi gusto inapropiada porque mostraron falta de sensibilidad a las razones válidas que impulsaron a un segmento importante de electores a esta opción fue el debate en sí mismo, que los ciudadanos pusieran el tema en la agenda política y la emergencia en los distintos espacios del Internet de un protagonismo ciudadano de naturaleza plural y ajeno a los controles corporativos que refrescaron el debate político arrebatándoles el monopolio de la palabra a los “analistas” mediáticos y a su pretensión de ostentarse como “líderes de opinión” o referentes inevitables (e incontestables) de masas desinformadas, es decir, de reyes tuertos en tierra de ciegos. Las redes sociales son ahora una verdadera ágora donde los argumentos mandan: no importan las investiduras ni los títulos profesionales. Las redes sociales (facebooky Twitter principalmente) han mostrado ser un instrumento de debate democrático que han podido movilizar a la sociedad y derrocar gobiernos autoritarios como ocurrió recientemente en el mundo árabe donde se depusieron a algunos sátrapas iniciando un proceso de democratización en sus respectivos pueblos. En México, las redes sociales han emergido como un instrumento del pueblo contra la manipulación de los grupos de poder a través de los grandes medios electrónicos que actúan como poderes facticos. Mi postura sobre el voto nulo en ese entonces puede constatarse en mi blog “Hetairos” en las fechas referidas (http://hetairosfilosofía.blogspot.com.mx) para quienes quieran echarme en cara una incongruencia.
Las posturas contra el voto que intermitentemente aparecen en las redes sociales no alcanzan la profundidad de análisis ni la autenticidad que hace tres años tuvo. Regularmente se ciñen a frases tipo cliché como: “todos los candidatos son iguales de corruptos”, “votar es una tomadura de pelo porque la decisión ya está tomada por los poderosos”, etc. que muchas veces son coartadas para auto-eximirse de las propias frustraciones e impotencias. En ocasiones se hacen citas sugerentes pero descontextualizadas, es decir, sin considerar las diferencias o especificidades sociales e históricas de las mismas. Podría sospecharse incluso que quien insiste en esta postura lo hace deliberadamente para desanimar a quienes podrían votar contra el PRI. En este caso, realmente uno no sabe si la persona que está llamando a no votar o a hacerlo en blanco, va a ser congruente con esa postura. En una contienda donde probabilidades de ganar del PRI han estado disminuyendo persistentemente, es importante para ellos inhibir o anular a los indecisos y atajar el eventual voto útil. Desde luego que podría tratarse también de gente que actúa con sinceridad pero que igualmente están equivocadas. Quiero dejar claro en este punto que respeto a las personas que –auténticamente o no (no podría discernir una cosa de otra)- abogan por la abstención electoral o el voto nulo y asimismo respeto su derecho a expresarlo, pero no tengo porque respetar su postura y menos cuando no aportan argumentos mínimamente plausibles.
Decir que “todos son iguales” es negar la honestidad que ha caracterizado a Andrés Manuel López Obrador y los personajes que eventualmente conformarían su gabinete. AMLO puede tener varios defectos pero nunca se le ha podido demostrar que haya usado los puestos políticos para hacerse rico. Se dirá que a casi ningún político se le ha podido comprobar la corrupción, pero es evidente que el no poder comprobarlo judicialmente no significa que uno no se dé cuenta de los políticos deshonestos. Decir que “los dados ya están cargados” es decir una verdad a medias, pero ello no significa ninguna fatalidad. Ciertamente puede haber dudas del arbitro electoral pues a los consejeros del IFE los ponen los partidos políticos, principalmente el PRI y el PAN. No son consejeros ciudadanos como lo fueron originalmente. La mayoría de los poderes facticos (medios de comunicación, grandes empresarios, la Iglesia, entre otros) se cargan hacia el candidato del PRI; el derroche de dinero de priistas es evidente sin que las autoridades electorales actúen para frenarlo; el PAN y el PRI utilizan más o menos en forma encubierta los programas sociales de sus gobiernos para comprar consciencias, se han planteados formas de fraude cibernético que son técnicamente posibles, etc. Hay en consecuencia muchos elementos innegables de inequidad entre los actores políticos, pero aun así, es falso que todas ellas por sí mismas determinen los resultados electorales. La votación masiva en torno al candidato de las izquierdas y la organización de la gente que apoya a AMLO para cuidar al cien por ciento las urnas es un factor fundamental para derrotar al neoliberalismo. Las brigadas del Movimiento Progresista deberán asimismo de anular las mapacherías durante la jornada electoral, mientras que quienes estaremos cuidando casillas como funcionarios del IFE tendremos que apegarnos plenamente a la legalidad para evitar que la voluntad popular sea tergiversada.