Por Crystina Martínez
Ricardo Piglia, el destacado escritor argentino, está sentando junto a otros colegas en el pequeño cafetín del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg). Piglia se encuentra en Caracas en su labor de jurado de la edición XVIII del premio homónimo de este centro cultural, ubicado en Altamira. Me acerco a preguntarle sobre la posibilidad de que me conceda una entrevista. “Tengo una apretada agenda —confiesa—. Mañana, a eso de las ocho, me toca con Correo del Orinoco; luego, atenderé asuntos del premio y en la tarde estaré en Telesur”. “Es un no clarito, contundente”, pienso. Nada que hacer, pero insisto un poco. El escritor me mira fijamente a los ojos —con esos ojos de quien pasa una mala noche— y dice: “Vos sos estudiante de periodismo, ¿verdad? —tardo en responder—. Bueno, te espero mañana a esta misma hora, aquí en este mismo lugar”. Piglia ha dicho que sí, me ha confundido con una estudiante de periodismo y se ha compadecido.
Llego un poco antes de la cita porque no deseo hacer esperar al entrevistado. Reviso la agenda, me tomo un café, los minutos pasan lentos. Son las cinco de la tarde y no hay rastros de Piglia. Por un momento creo que no va a llegar, he perdido la esperanza. Pero el hombre de letras llega a eso de las cinco y diez, lo veo a lo lejos buscando como un loco a la estudiante de ayer. Le hago un gesto con mi mano derecha de que estoy aquí, en una mesa del cafetín. Se acerca, se sienta —reparo en su pelo despeinado—, pide una botella de agua, pregunta si no es mucho ruido el que hace allí para hacer una entrevista y que si mi grabadora recoge bien el sonido en medio de tanta gente. Le digo que sí aunque no estoy segura de tal cosa, pero Piglia debe entrar en media hora a una conferencia y mi único deber es aprovecharlo antes de que se marche.
—Voy a empezar por una pregunta que supongo ya le han hecho muchas veces…
—Tranquila, preguntá lo que vos quieras, lo que importa son las respuestas.
—Cierto. me refiero a su primer contacto con la literatura. ¿cómo fue?
—Yo tenía un profesor en el tercer año de Historia y Literatura, muy buen profesor, y fíjate que yo estudié Historia y me dediqué a la literatura, o sea, allí está la marca de él. Por otro lado, mi padre, que militaba en el peronismo, a la caída de Perón estuvo preso y, en un momento dado, la situación en la localidad donde vivíamos se hizo difícil. Entonces, decidió que nos fuéramos a vivir a Mar del Plata y yo viví ese cambio de lugar como si fuera un destierro terrible. Tenía 16 años. En los siguientes días, cuando ya casi todo estaba listo en la casa nueva, me puse a escribir un diario, como si el diario hubiese sido un modo de reflexionar sobre la pérdida. La literatura restaura una pérdida, una pérdida que, a veces, uno no sabe cuál es. Pero me parece que uno escribe porque hay algo que uno quiere recuperar. Uno no sabe muy bien qué es la escritura ni cómo se hace.
—Claro, usted ha dicho que no existe una fórmula para aprender a escribir. pero, ¿qué cree que debe hacer alguien que tenga las aspiraciones de escribir?
—En lo posible leer de una manera distinta y que comience a escribir sin importar que lo que escriba sea muy primario, porque eso le irá cambiando el modo de leer. Yo siempre cito una frase de William Faulkner, que en el prólogo de una de las ediciones de El sonido y la furia dice: “Escribí este libro y aprendí a leer”.
—¿Cuáles fueron los primeros libros que Piglia leyó?
—Comencé con una edición de los cuentos de Hemingway, aunque para nosotros está siempre Borges en el horizonte. Cuando yo entré a la universidad, al año hicimos un ciclo de conferencias y decidimos invitar a Borges. Fui a verlo, él me recibió e inmediatamente yo me sentí muy cómodo, tan cómodo que le dije: “¿Sabés, Borges? Hay un cuento suyo que no está bien terminado…”.
—¿Se atrevió a decirle eso a Borges?
—Me da vergüenza todavía contarlo (risas). Es un cuento que se llama “La forma de la espada”, que habla sobre un traidor, un tipo que está contando su propia historia como si fuera la de otro. Uno no sabe que es él a quien le han pasado las cosas aunque, al principio del cuento, Borges dice, de manera muy bella: “Le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa” y, en un momento del relato, alguien pasa una espada, hace esa cicatriz. Es allí donde te das cuentas que el mismo que lo está contando es quien lo hizo y allí era que tenía que terminar el cuento, pensaba yo a los 18 años.
—¿Qué le contestó Borges al cuestionamiento que le hizo?
—Cuando yo le dije eso él me dijo una cosa fantástica: “Hombre, ¡caramba!, usted también escribe cuentos”. Borges tenía eso, a veces la gente lo paraba en la calle y le decían: “Borges, soy escritor”. “Ah, yo también”, decía Borges.
—¿Qué escritores de su generación usted destaca?
—Los que empezamos a publicar las primeras cosas en los años 60: (Manuel) Puig, (Juan José) Saer, (Rodolfo) Walsh, (Miguel) Briante. Una generación post-Borges que hizo su obra tratando de respetar la obra de Borges, pero sin caer en lo que, al mismo tiempo, había sido una plaga, que era la gente que copiaba. Yo tuve un pasado muy cercano con estos escritores.
—Sí, y particularmente me interesa su opinión de Walsh, de su legado periodístico
—Como periodista me parece que el libro suyo más extraordinario es Operación Masacre, que es una denuncia de un fusilamiento ilegal. Pero lo mejor no es solo la denuncia, sino el principio del libro donde él hace pequeñas biografías de obreros peronistas de la resistencia. Él, en ese momento, no era peronista, era alguien que se conectó con ese tema y fue capaz de hacer unos perfiles de esos individuos que eran muy lejanos a su vida. El primer consejo que daría sobre el legado de Walsh es que los periodistas sean capaces de ver a los que no son como ellos, que sean capaces de percibir la diferencia.
—¿Qué otra lección aprender de Walsh?
—Que la noticia está vivida por personas. Walsh lo primero que hace es individualizar a las personas para encarnar lo que va a contar. A los que hacen periodismo les digo que tengan eso en cuenta y a los que escriben ficción hay que decirles lo que diría el mismo Walsh: “Traten de cortar todo lo que puedan de lo que escriben”. Nosotros leímos 200 novelas en esta última edición del Premio Rómulo Gallegos con mucho interés, muy buenas, pero muchas hubiesen sido excelentes cuentos de 20 páginas.
—¿Cuál es el tema más persistente en las obras que participaron en la última edición del premio Rómulo Gallegos?
—La violencia política, en algunos casos. Muchos textos ligados a la narcoviolencia en México, a la violencia criminal y también unos textos que no trabajan en sí en los hechos violentos, sino en el efecto de la violencia, memorias de esos que se vieron con hechos violentos.
—La novela ganadora de esta edición del rómulo gallegos ha sido Simone, de Eduardo Lalo, y el jurado la ha calificado como un texto donde convergen “las modalidades de la crónica, el diario, la psicogeografía urbana, el collage de citas, el aforismo y el arte conceptual”. ¿qué quiere decir exactamente psicogeografía urbana?
—No lo sé muy bien porque no escribí yo ese memorándum (risas). Supongo que está ligado a la idea del que va por la ciudad y tiene con la ciudad una mirada que no es solamente la geográfica, sino también la sentimental, una mirada ligada a su psique; sería un tipo de ciudadano que se acerca a la ciudad con una mirada no solo objetiva, sino que tiene que ver con su propia concepción de la vida.
—Hablemos de la relación entre literatura y nuevas tecnologías. recientemente usted decía en un conferencia que tiene muchas expectativas al respecto. ¿es usted un optimista en el tema?
—Soy optimista y estoy atento a cómo se está desarrollando. Las nuevas tecnologías nos ayudan a resolver muchas cosas en el trabajo. Hay una serie de beneficios que no podemos negar. ¿Qué efecto va a producir esto en la cultura, en el arte? Estamos viendo pequeños indicios, todavía no lo tenemos claro. Hay novelas de repudio a las tecnologías, pero el problema es cómo eso va a cambiar el modo de escribir…
—A su juicio, el internet es muy democrático. pero, teniendo en cuenta que vivimos en una guerra de cuarta generación o guerra asimétrica, ¿cuáles son los riesgos de esta democracia?
—Es democrático porque el acceso es gratis, me refiero a la libre circulación y a la inmediatez. Porque los Estados progresistas de América Latina están tratando de que los chicos tengan sus computadoras. Antes, el acceso estaba más restringido al dinero que tenía uno para ir a las buenas bibliotecas y para acceder, de una manera particular, a la información. Ahora es muy distinto. Por otra parte, es verdad que los usos y los efectos siguen respondiendo a las jerarquías sociales establecidas y eso sí hay que romperlo.
—También usted decía que si este avance tecnológico hubiese existido durante la dictadura argentina, habrían sido menos los desaparecidos. pero, ciertamente, en el mundo sigue habiendo guerras, conflictos armados, represiones brutales
—La tecnología ha ayudado mucho a ciertos movimientos de resistencia. El poder tiene menos posibilidades de manejar el conflicto porque la gente tiene acceso inmediato a fragmentos de la realidad: pueden filmar situaciones de represión, lo pueden subir a la web. Si los jóvenes de los años 70 hubiésemos tenido estos medios hubiésemos hecho la revolución. Lenin decía: “Lo fundamental para hacer un partido es hacer un periódico”. Ahora cualquiera tiene un periódico y no me refiero a la capacidad personal de hacerse notar, sino que cualquiera puede subir la información que es importante que se conozca.
—Ha dicho usted que la literatura es un elemento extraordinario para leer cualquier cosa, incluso para hacer análisis de discursos políticos. ¿puede ampliar este planteamiento?
—Hay mucha retórica en la política. Si yo digo que hay novelas de 200 páginas que serían buenos cuentos de 20, también hay discursos de muchas palabras que sería bueno que se redujeran un poco. Si nosotros nos tomáramos el trabajo de ver las metáforas políticas con los instrumentos que nos da la literatura, conoceríamos, a veces, más de los pensamientos políticos que de los contenidos políticos.
—Usted propone talleres literarios en las escuelas primarias
—Me parece muy importante que los chicos tengan una clase de composición, que tuvieran que expresar no sus ideas sino sus sentimientos y tuvieran que contar un día en su vida o la situación más triste que vivieron, porque eso los ayudaría a establecer con el lenguaje una relación más creativa, que luego les ayudaría a leer mejor, a interesarse más por la literatura.
—Según su perspectiva de la literatura, ¿cuál debe ser el compromiso social del escritor?
—El escritor debe politizar a partir de lo propio, de nuestro campo, de lo que conocemos, porque hablar en abstracto de la política es facilísimo. La política está pensada, muchas veces, en un sentido muy general. La política es: si tú eres periodista, plantearte cuáles son los problemas que tienen los periodistas. Creo que ese es el modo en que un escritor tendría que politizarse y adquirir sus compromisos.
—¿Cómo usted ve el periodismo actual?
—Muy crítico, muy crítico…
—Hay una tendencia de los medios a autodenominarse neutrales, objetivos, imparciales, y es, para mí, la muestra más real de que pasa lo contrario
—Es exactamente así. El otro asunto es que los periodistas están mal pagos. Otra cuestión es: si tú trabajás en la redacción y llevás un artículo, ¿quién te lo corrige? Eso es una cosa que hay que discutir, ¿quién pone el título de tu nota? Es algo que los periodistas sufren mucho, porque llevás un artículo y le pones el título que quieres, pero a veces no. Ese es, para mí, el inicio de la politización, la discusión tiene que pasar por ahí.
—Y en medio de todo eso le han quitado espacio a la crónica, ¿no?
—La crónica ha sido una manera de resistencia de los periodistas a la automatización de la noticia. Carlos Monsiváis, María Moreno, Rodolfo Walsh, los grandes cronistas, han intentado construir la noticia con una mirada que no es esa mirada estándar.
—¿Cómo ve usted el desarrollo actual de la política latinoamericana?
—Con mucha simpatía. En Suramérica se están planteando cuestiones que en la época en que nosotros hacíamos pequeñas revistas, en los grupos, eran temas de discusiones: derechos humanos, la relación con la justicia en términos más amplios, las diferencias sexuales, los medios; y hoy día son políticas de Estado.
—¿En qué anda actualmente trabajando?
—Acabo de terminar una novela que se va a publicar en agosto que se llama El camino de Ida. Ida es un personaje femenino, es la chica de la que se enamora Renzi, que es un personaje de mis novelas.
—¿Es género policiaco?
—No, es una autobiografía, una novela de amor, ¿será el amor el camino sin retorno? Ya veremos.
* Entrevista publicada en la revista cultural Épale CCS