Revista Opinión

Rifirrafe

Publicado el 18 mayo 2020 por Jcromero

El partidismo muestra su faceta más incomprensible durante el confinamiento al mostrarse incapaz de aparcar estrategias electorales. Sus dirigentes más exaltados manifiestan ignorancia y mediocridad cuando acusan al gobierno de mantener el estado de alarma por razones políticas, para aferrarse al poder o amordazar la libertad.

Cuando nos convoquen a las urnas será tiempo recapitular y apoyar a quienes mejor representen las ideas políticas con las que nos identificamos, al candidato honesto y sólido en sus argumentos, a quien tenga la capacidad de aglutinar y generar algo de ilusión en la búsqueda del bien común. Tampoco estaría mal que tuviera capacidad suficiente para no abochornar. ¿Un liderazgo carismático? No. Además de lo indicado, bastaría que fuera receptivo a las propuestas de otros.

Si como demócratas nos tomáramos con interés la gestión de los asuntos públicos, la solvencia o ineficacia del gobernante de turno no sería tan relevante. Pero cuando el sistema está gripado y pensamos que la gestión de lo público es cosa de los políticos, quedamos a merced de la fortuna o de la fatalidad.

Uno de los riesgos de nuestra democracia es el no saber qué hacer con el partidismo exacerbado. En estos días, antes también, me pregunto cómo reaccionar ante quienes fomentan el odio desde trincheras partidistas y mediáticas. ¿Cómo reaccionar ante tanto ataque cargado de insultos y descalificaciones? ¿Diálogo o enfrentamiento? Sin duda, necesitamos menos ardor mesiánico y más escepticismo reflexivo.

Que el Gobierno haga las cosas bien es necesario; que comunique mejor y con toda transparencia, también. Lo mismo debe exigirse a la oposición que, además de fiscalizar la labor del gobierno, cabe suponer que tiene la obligación de proponer y ayudar. ¿Y nosotros? Hay quien aplaude apasionadamente y quien aporrea cacerolas. Hay quien decide mantenerse al margen, colaborando con su indiferencia, y quien opta por dar la razón a los gobernantes ante tanto insulto. Me gustó este tuit de @Mr JoseRosales: "Si vais a defender a vuestro partido pase lo que pase, estáis asumiendo que os dará igual militar contra vuestros principios". ¡Exacto! La fidelidad mal entendida es un error. No se trata de convertirnos en incondicionales; la obediencia ciega y el fervor están reñidas con la razón. Por ello, frente a los sentimientos de pertenencia a una secta política, religiosa o económica; pensamiento crítico.

Profundizar en la polarización es absurdo. Pensar que el gobierno por el que hemos votado lo hace todo bien y los otros mal, es una simpleza. ¿Siempre hay que apoyarlo, haga lo que haga? Ante situaciones parecidas, ¿actuaríamos según gobiernen unos u otros? Si nuestros criterios se modifican en virtud del partido que gobierna, se evidenciaría que hemos evolucionado muy poco como personas y como demócratas. Por ello, el ejercicio del pensamiento crítico es un salvoconducto para comprender nuestro presente. Si tuviéramos la implicación y el pensamiento crítico necesario, si fuéramos independientes, que no neutrales, otro gallo cantaría.

Ni líderes portentosos, ni seguidores aborregados. La democracia tiene que ir más allá de permitir opinar y votar; los demócratas más allá de acompasar sus respuestas al sonido de ese tam-tam reiterativo de arengas y eslóganes. Para dejar de danzar al son que nos toquen se precisa menos sumisión y más ciudadanos cargados de incertidumbres rastreando certezas. Para dejar de acompasar el ritmo que nos tocan, es preciso crear una coraza de indiferencia ante el filibusterismo informativo y la palabrería de quienes reducen la política al sempiterno rifirrafe partidista.


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