En medio de los campos manchegos se alza la ciudad de Cuenca. Doblemente asentada y anclada entre un pasado intensamente histórico y entre unas rocas desde donde surgieron sus casas desafiando al propio abismo.Se levanta la ciudad orgullosa ante dos ríos que casi llegan a unirse, Huécar y Júcar. Dos ríos que la obligaron a surgir como una villa de trazado irregular y vertical, en constante provocación a la gravedad. Y aunque recorrer su entramado histórico nos va a suponer un pequeño esfuerzo físico por subir y bajar pendientes y escaleras cuando terminemos en alguna recoleta plazoleta el descanso va a ser mucho más placentero.
Cuenca es una ciudad mágica, una villa típica de cuento. Lo es por sus dos ríos que la protegen, por sus diferentes culturas que la forjaron y por la forma de subsistir que eligieron sus habitantes. Porque aquí, con el devenir del tiempo, supieron convivir artesanos, nobles, comerciantes y bohemios.
El casco histórico de Cuenca, o Cuenca Alta como también lo llaman, está salpicado de pequeños barrios que rompen con la monotonía y nos ofrecen la atractiva posibilidad de recorrerlos sin rumbo fijo. Un placer para todos los sentidos…En Cuenca habitaron los concanos, aquel pueblo desconocido que, según cuentan, se alimentaba de sangre y leche de caballo y yegua. Y también los lobetanos, aquel pueblo que se entremezcló con los celtas. El origen histórico de Cuenca se remonta al siglo VIII con la dominación musulmana que la perfiló como una villa dependiente del califato de Córdoba. Un castillo en su parte más alta, una alcazaba y sus murallas la protegían. Decían los musulmanes que esta villa fortificada se encontraba al lado de un lago. Un enclave estratégico para todo aquel que quisiera conquistarla.Fue Alfonso VIII quién la sitió durante meses. La conquistó y pasó a formar parte del reino de Castilla. Fueron los cristianos quienes comenzaron a diseñar la ciudad a partir de la Plaza Mayor. Con el tiempo, esta pequeña villa fue configurándose en pequeños barrios para alojar a los judíos (calle Zapatería), musulmanes (Plaza de Mangana) y cristianos, el resto del casco histórico de la ciudad.
Fue Cuenca una importante ciudad dedicada al paño que consolidó una importante industria textil, productora de lanas y con una gran tradición trashumante.Un esplendor arquitectónico con la construcción de Palacio Episcopal, los conventos de los jesuitas, las petras y los angélicos durante el siglo XVI. Algo que cambió radicalmente durante el transcurso del siglo siguiente ya que, una terrible epidemia de peste, afectó a Cuenca y otros pueblos de la provincia. Fue el preludio de grandes desastres como sequías prolongadas, plagas incontrolables y un descenso muy preocupante de la población.
Y aunque parecía que durante el siglo XVIII la industria lanera comenzaba a recuperarse muy lentamente un edicto de Carlos IV la volvió a sumergir en la ruina al prohibir todos los telares de Cuenca. Con ello quería evitar la competencia directa hacia la Real Fábrica de Tapices.La industria de la pañería la haría floreciente pero también la sumergiría en la ruina. Las guerras carlistas destrozarían la ciudad al igual que el asedio franquista durante la Guerra Civil. Cuenca resistió y supo dar ese empuje necesario para convertirla en un buen reclamo cultural para todo aquel viajero que buscara naturaleza e historia impregnada entre sus muros.
Estos vaivenes de esplendor y decadencia vamos a poder verlos reflejados en sus casas y monumentos. Cuenca reinventada, medieval y misteriosa. Caminos empredados que nos acercarán a miradores de vértigo sobre las dos hoces.Dijo Pío Baroja que Cuenca era una ciudad ‘nido de águila’ por su apariencia de casas abigarradas y callejones pequeños. Coloreada y bohemia. Obra de arte sobria y colorista a la vez. Aureola legendaria.Vamos a iniciar nuestro recorrido por la parte más alta de la ciudad para que así nuestro paseo sea más cómodo y sosegado. Por eso, vamos a dejar el vehículo en una de las explanadas que hay antes del Arco Bezudo.
Nos asomamos al mirador.
Avanzamos hacia el arco. Lo traspasamos. Recuerdos musulmanes por unos restos del castillo que solo mantiene reconstruido parte de su torreón y el arco. Una muralla que llegó a tener seis puertas. Restos de una fortaleza que fue dinamitada por las tropas de Napoleón.
Un edificio muy oscuro nos llama la atención, la sede del Tribunal de la Inquisición. Éste puede ser uno de los rincones legendarios de Cuenca. Muchas leyendas en torno a estos muros. Escalofriantes relatos de quienes aseguraban que se escuchaban los lamentos de los presos que eran ajusticiados con una espada al rojo vivo. Nos apartamos de este lugar para dirigirnos hacia la calle San Pedro. Vamos a pasear por el barrio que representó a la alta nobleza. Casas señoriales con escudos, balcones, rejería forjada y aleros de madera. Llegó a convertirse en la calzada principal ya que era el camino que rompía con el entramado de callejones que existía a su alrededor. Rejas que nos van a llamar mucho la atención porque también forman parte de Cuenca legendaria.
Diego, caballero cristiano que había luchado contra las huestes musulmanas, era conocido por su fuerza descomunal. Por eso sus amigos le llamaban Sansón. Valiente soldado que había sido capitán de guardia del Papa Alejandro VI.
Nos cuenta la leyenda que una noche arrancó la reja que le separaba de su amada para poder entrar en la habitación donde la habían encerrado. Pensando que esto la podía dejar en evidencia en el momento que se dieran cuenta de lo que había ocurrido, fue arrancando las rejas de todas las ventanas de la calle para que nadie pudiera sospechar que había ocurrido esa noche. Ningún rumor debía afectar a la muchacha.Pasamos por la iglesia de San Pantaléon en la que existen símbolos del temple. Junto a ella, un convento y un arco.
Y tras cruzar el pasadizo, una recoleta plaza con una fuente nos va a provocar una sonrisa y sensación de descanso.
Si descendemos por las escaleras de roca hacia el barranco umbrío, llegamos a otro rincón legendario de Cuenca, la Ermita de las Angustias.
Retrocedemos para traspasar el arco y dirigirnos hacia la Plaza Mayor. El espacio al aire libre que rebosa vida y color. Nuestra mirada al frente se centrará en ese extraño edificio que no es más que el Ayuntamiento. Sus tres arcos de medio punto invitan a traspasarlos y seguir calle abajo.
A nuestra derecha, un edificio pequeño y de color rosáceo nos llama la atención. Es otro de los rincones legendarios de Cuenca. Fue el Convento de las Petras el protagonista de la leyenda, el Cristo del Pasadizo. El misterio castellano de una muchacha que fue enclaustrada para purgar eternamente sus pecados.
Y seguimos girando nuestra mirada. A nuestra izquierda, su inconfundible catedral. La única de estilo gótico-normando de España.
En la Plaza Mayor se disputan el protagonismo monumentos, restaurantes y tiendas de artesanía. Seguramente hemos visto la botella de cerámica que evoca la imagen de las Casa Colgadas. Es un recipiente que guarda un licor artesanal llamado resolí elaborado con café cocido, azúcar caramelizada, canela en rama, piel de naranja, aguardiente, brandy… Antiguamente, los taberneros competían entre ellos para tener la mayor aceptación entre los jóvenes que iban probando el licor de local en local. Cada uno mantenía un ingrediente en secreto que hacía el resolí, único.
Es la Plaza Mayor telón de fondo de la fiesta declarada Interés Turístico Internacional, la Semana Santa. Procesiones que se remontan al siglo XVII con la participación de más de treinta cofradías. La más famosa es la del amanecer del Viernes Santo con la entonación del Miserere camino del Calvario.
Bordeando la catedral por un callejón estrecho que hay a la derecha de la calle San Pedro entramos en la ronda del Huécar. Nos esperan callejones muy estrechos y solitarios, casas en ruinas, ventanas enrejadas y algún mirador de los que se quedan grabados en la memoria.
Algún cruce nos deja adivinar el paisaje de la hoz y el río. Llegamos a la entrada de un pasadizo. Sí. Es otro de los rincones legendarios de Cuenca. Sobrecogedor pasadizo si ya conoces la leyenda… Madera, hierro, muros de piedra y en lo alto y a nuestra espalda, Cristo en la cruz.
Varias ventanas… Buscamos la imagen de Inés asomada entre las rejas…
Nos asomamos al mirador para retomar aire fresco.
Y seguimos nuestra aventura. Un edificio nos llama la atención. Es la Posada de San José, allí donde, según dicen, Velázquez realizó el primer boceto de Las Meninas. Otro mirador nos ofrece otras impresionantes vistas de la hoz, el río y la vegetación de las montañas. Si seguimos paseando llegaremos al Arco Bezudo de nuevo. Así que, como aún nos queda por recorrer, desandamos nuestros pasos hacia la Plaza Mayor.
Vamos a conocer la Casas Colgadas. Bordeamos la catedral por la calle Obispo Valero. Pasamos por el Palacio Episcopal y comenzamos a descender. Alguna plazoleta más. Y llegamos hasta la plaza de Ronda.
Un pasadizo muy viejo nos invita a conocer la imagen que todos asimilamos cuando se hace referencia a Cuenca, las Casas Colgadas.
Su origen no se conoce con exactitud. Unos dicen que fueron construcciones árabes y otros que fueron levantadas en el siglo XV. En cualquier caso, éste también puede ser un rincón legendario. Aunque estas casas fueron restauradas en el siglo XX aún tienen un encanto especial con sus balconadas de madera desafiando al barranco.
Un largo puente de hierro nos invita a cruzar a la otra orilla del Huécar. San Pablo fue construido en el siglo XVI en piedra. Material que dejó paso en el siglo XX al hierro al tener que ser reconstruido. Antes de cruzar vemos una curiosa figura de hierro en lo alto. Es el homenaje al pastor. Su modelo fue real.
Atravesamos el puente no sin antes fotografiar todo lo que la naturaleza y la ciudad nos ofrecen. Un precioso bosque de ribera sumergido en un entorno húmedo. Paredes de roca caliza. Un cañón por cuyo interior fluyen las aguas del río Huécar.
El Parador Nacional de Turismo lo encontramos en un lugar evocador, el antiguo Convento de San Pablo. Se levanta sobre una roca y al lado tiene una pequeña iglesia que se está al borde del barranco.
Retomamos nuestros pasos y volvemos a la Plaza Mayor. Esta vez sí que vamos a atravesar los arcos del Ayuntamiento. A nuestra derecha se encuentra la Oficina de Información y Turismo. Estamos en la calle Alfonso VIII, la que nos va ayudar a enlazar la parte alta con la baja de Cuenca. Y vemos que el ambiente ha cambiado. Abandonamos la Cuenca medieval, la no planificada. Aquella que fue construida según los desniveles de la montaña. Paseamos hacia la parte baja de la ciudad. La que surgió a partir de ensanches en el siglo XIX. Estas casas no son como las que hemos visto en el casco histórico en su parte alta.
Edificios humildes, sin fachadas de piedra. Por el contrario, son casas muy alegres. Una paleta de colores dispuesta en diferentes alturas. Puede resultar sorprendente saber que se las llama rascacielos. No son iguales si las contemplamos desde esta calle como si lo hacemos desde la hoz del Huécar. No nos parecerán las mismas.
Desde aquí, pueden elevarse sobre tres o cuatro alturas. Estas edificaciones comenzaron a construirse allá por los siglos XIV y XV cuando los conquenses se encontraron con el problema de la falta de espacio. Cuenca creció elevándose siguiendo la profundidad natural de las rocas hasta llegar al río. Los rascacielos son un conjunto de viviendas que sobresalen hacia el barranco. Lo más curioso es que desde la calle Alfonso VIII vamos a ver casas de cuatro o cinco alturas mientras que si las observamos desde la hoz algunas tienen más de diez plantas. Y no nos parecen las mismas.
Lo mismo ocurre con algunas de las viviendas que se vuelcan hacia la hoz del Júcar.
Aunque las casas son modestas también vamos a ver alguna construcción señorial. Pasamos por varias iglesias y siempre descendiendo llegaremos a la calle de los Tintes. Ya nos imaginamos a los artesanos mezclando sus colores para teñir esos paños que tanta fama dieron a la ciudad. A nuestra izquierda, las Escalerillas del Gallo. Terminamos nuestro recorrido por Cuenca legendaria en la Puerta de Valencia. No la busques porque no existe como tal. Aquí, según cuentan, descansaron las tropas de Alfonso VIII antes de entrar en la ciudad, ya conquistada.
Cuenca es una ciudad que se embellece cuando el sol ilumina sus casas coloristas. También una villa que se va envolviendo en una aureola mágica cuando comienzan a desparecer sus recovecos en la oscuridad.
Un nostálgico paseo hacia el barrio del Castillo por la hoz del Huécar al lado del río…
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