Cada vez con más frecuencia muchos experimentamos la sensación de los personajes de las distopías de Philip K. Dick. Es como si los procesos mentales colectivos y su plasmación en medios audiovisuales estuvieran situados en coordenadas aberrantes y alienígenas. Es la sensación que te lleva a preguntar «¿por qué todo el mundo dice estas cosas?».
Es como lo del chiste aquel («hoy todos los locos se han puesto de acuerdo»), pero sospecho que ni la gente está loca ni vivimos en una distopía inspirada por el ácido lisérgico. Los fenómenos que provocan que pensemos que mucha gente se ha vuelto irrecuperablemente imbecil de repente, son conocidos y tienen explicación. Tenemos por ejemplo el hecho de que el conflicto venda más que el acuerdo. También tenemos el hecho conocido de que la masa siempre —siempre, siempre— es más tonta que el individuo. Y por supuesto aquella cosa (que no sé si está demostrada) de que para que un mensaje se extienda por la masa, su nivel de exigencia intelectual debe igualarse al miembro más cazurro de esa masa.
Todas estas cosas son conocidas y explican la incapacidad humana para la toma colectiva de decisiones (cada persona puede decidir, pero la masa nunca puede decidir, por eso el sistema republicano triunfa sobre el democrático). Pero lo de hoy no va exactamente de la crítica a la masa sino de poner el acento a ese cóctel que mezcla la incapacidad lectora y la motivación política. Pongo un ejemplo: una noticia puede ser redactada de diferentes maneras. Con cierta motivación política detrás, se puede construir un contexto para una noticia y dos lectores sacarán conclusiones opuestas de la misma noticia.
Y ahora es cuando trato lo de Rivera y Espada.
Lo de Rivera. El yerno de España estaba haciendo campaña en Andalucía y dijo que no había que repartir peces a los andaluces sino enseñarles a pescar. No me acuerdo muy bien pero más o menos era una cosa así. Existe un proverbio que dice «regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida». Es una frase que existe en varios idiomas y su utilidad política es clara. Así por ejemplo, la ministra socialista Matilde Fernández la decía en 1988 para criticar la renta de inserción vasca. Y un ministro de la dictadura venezolana también la emplea para hablar de un programa de formación para jóvenes delincuentes. Todo el mundo entiende la frase, pero en su debido contexto, gente motivada políticamente puede convencer a gente sin capacidad de comprensión lectora que el Rivera llamaba vagos a los andaluces.
Nadie con dos dedos de frente o sin una agenda política puede concluir de la frase de Rivera que llamaba vagos a los andaluces, lo que sí se pudo interpretar como un insulto es que para justificarse el político dijera que tiene familia andaluza. Eso sí me parece mal.
Y ahora vamos a lo de Arcadi. Arcadi Espada escribió hace un año una columna en la que criticaba una publicación en facebook de un tal García Montero que ahora se presenta a la Comunidad de Madrid por IU. La publicación fue la siguiente:
Al tradicional estilo de "Yo también soy Barrionuevo", Montero apela a un "nosotros" (es decir, a un "ellos" en el que se incluye) y se coloca en la misma situación que los inmigrantes que se ahogan al cruzar el mar para tratar de llegar de forma ilegal a nuestras costas. Es importante subrayar lo de "ilegal" porque dudo que Montero le dedique una frase a los turistas que se ahogan en las piscinas de los hoteles. Esos que se jodan.
La crítica de Arcadi es inmediata y cae de cajón: Montero no es un ahogado, sino un sinvergüenza. Claro que la crítica a Arcadi, en lugar de hacerse contra su punto de vista (es decir, explicar por qué Montero no es un sinvergüenza), se hace contra él. La gente no critica que el propio fotógrafo ve cómo la Guardia Civil se hace cargo del cadaver en la playa y que evidentemente no puedes mover un cadaver ni tocarlo sin que aparezca la orden de un juez (por eso todos los periodistas que hay en la escena y que el fotógrafo no enfoca no hacen nada). Va a lo emotivo, a ese efecto del bystander que es muy conocido pero que a él le viene de nuevas. Se lamenta el fotógrafo junto a Montero por la insensibilidad de los bañistas que están en la playa, probablemente horrorizados por una situación tan terrible.
Pero esta tontería de hace un año ¿por qué reflota hoy? Pues porque Arcadi le dijo cuatro cosas en el programa de Amarrosa a uno de esos individuos que llegan queriendo construir la nueva España alegre y faldicorta (quitad lo de faldicorta, no se vayan a molestar los ayatolás). Y eso que en mi opinión Arcadi trató con excesiva deferencia al individuo ese (nótese cómo empleo el sintagma "individuo ese" y no su nombre, aun sabiéndolo. Todo suma).
¿Y qué tiene que ver que Arcadi critique las opiniones de un fulano con reflotar un artículo de hace un año? La respuesta a esa pregunta la borró la Coleta Suprema de su perfil de Facebook. Pero más o menos se trata de que ante las críticas de los periodistas, cientos de fulanos buscan en la hemeroteca cualquier polémica que hayan tenido los periodistas en el pasado para tratar de desautorizarlos en el presente.
Y así estamos. En lugar de responder a la frase "Te tienes que hacer el patriota porque te llaman venezolano" (que exigiría la explicación de las relaciones de un partido político con un narcoestado), en las redes se habla de un artículo de Arcadi de hace un año.
Existe un análisis a mayores sobre el peso relativo de las redes sociales. Basta unas docenas de personas (no falsicuentas) para crear tendencias en las redes sociales. Normalmente logran mayor impacto las cuentas humorísticas que acumulan decenas de miles de seguidores. Para dar más énfasis a polémicas enlatadas basta con que algo parecido a un medio de prensa se haga eco. Al enlazar la crítica a ese medio en un tuit o post de FB, se logra un mayor "peso". A continuación el caracter exponencial de las redes sociales se encarga del resto. Es decir, es una técnica muy de abecé. No se trata de conspiraciones extrañas ni de secretos alquímicos. La creación de una falsa polémica en las redes sociales es hoy algo tan sofisticado como pegar carteles en las paredes (y su fin es el mismo).