Robin Hood. De Ridley Scott.
Las escenas principales y decisivas de esta película son calcaditas a las del Día D en 1945. Los franceses del siglo XII, al mando de su rey, intentan invadir Inglaterra desembarcando en unos lanchones casi gemelos a los de las playa de Omaha, que no era de Omaha pero estaba en Normandía.
Robin de Lonstride, sajón reconvertido aquí en Robin de Locksley, comanda a sus arqueros en un escenario demasiado bueno para creerlo. Solamente a un rey francés idiota se le ocurre llevar lanchas de desmbarco a una playa pequeña y encerrada por un acantilado del tamaño XXL, donde Gladia, digoo el arquero justiciero, los acribilla a flechazos con deleite pantagruélico. Como no tengo tiempo, no he podido comprobar el nivel de veracidad y rigor histórico de la batalla, sorry, aunque la incompetencia militar no puede subestimarse y podría ser real.
Porque real parece y de justicia es reconocer la buena factura visual del film, cosa que se le supone siempre a este director, a pesar de que abusa de cierto tono azulino mate que ya empleó en la peli sobre las cruzadas. Los paisajes y la ambientación muy resultones, como no, con cierta sobredósis de ¿Enya? y musiquita celta, lista para comprar cuando sales del cine (bueno, no, pero casi lo esperas)
Lo que también le supones ya al amigo Ridley, vistas otras cositas suyas, es el mismo apego por el rigor que la mosca del vinagre. Si el rey Ricardo murió en brazos de su madre, aquí ni la ve siquiera. A ver, sino, como le entregaría la corona a esta, con careto solemne, nuestro amigo Robin, protagonizando otra de las deformaciones históricas a que ya nos tienen acostumbrados la moderna narrativa y comunicación ¿Quién se va a percatar? ¿Acaso reescribir la Historia no imita lo que ahora dicen que hace la memoria humana?
Si que percibes, eso sí, que salvo la crudeza de las batallas, poca chicha en general presentan las interpretaciones y lo demás ¿que hay más?. Russell no parece aterrizar nunca en el personaje; Cate Blanchett está un poco mejor y pone más pasioncilla, pero decae pronto. Se salvan Mark Robson (el malo de Sherlock) y Max Von Sidow. Aquel (Mark) protagoniza cierta fantasía inverosímil, eso sí. Ya me diréis: atacar varios feudos ingleses con tan solo doscientos franchutes infiltrados, je, je, hay que ver las maravillas del pluriempleo.
Ah, y el romance Robin-Marian una auténtica filfa descafeinada, lo siento por los románticos.
Un saludo de arquero.