Revista Toros
Dice el acervo popular: `De la boca del ladrón, todos lo son´. Portada de MundoJuli ayer.
Ya bien adentrada la noche nos enteramos de la nueva obra importante del Juli, maestro de esgrima, está vez en Alicante, con los zalduendos, esos toritos de terciopelo negro, con los que uno se imagina más a una gitana flamenca cerca de sus pitorritos, como en las tiendas de souvenirs sevillanas, que a una persona que presume y vive de ser torero. Además, el mejor, según el criterio íntegro y cristalino de los entendidos en lides taurómacas. Las crónicas, o eso que se escribe ahora, venían atiborradas con la misma cantinela de siempre, reincidiendo en la injusticia del escaso número de residuos cárnicos con los que ha sido obsequiado por sus quehaceres taurinos, cualquiera que sean, entre los que el verbo torear no se incluye. El protagonista de la historia, el malo, como todas las tardes por donde pasa El Importante, es el presidente. En este caso, le ha tocado el papel del maligno Hannibal Lecter al señor Mudarra, que para colmo de males, de los suyos sobre todo, no satisfizo las peticiones del público, los toreros, ni mucho menos de los aficionados cabales, lo que es un hecho notable y casi insólito en estos tiempos en de mortadela y atún en lata.
Aquellos, que a causa de su garrulería y charlatanería, tienen el atrevimiento de meter a El Juli en el mismo saco que Antoñete, Camino, Rincón, El Cid o Curro, por citar algunos, no quieren ver, bien por omisión o por convicción, que éste de figura sólo tiene lo que el soldadito de plomo: cuento para niños. Para empezar, sólo para empezar, una figura tiene un poder de convocatoria, una capacidad cuasi nigromántica para persuadir a las masas, cual Flautista de Hamelin con las ratitas, de la que Julián no dispone. Hace una semana se devolvieron en Madrid miles de entradas, la gente hacía cola en las taquillas... para canjear sus billetes por unas perras gordas. Ayer, para empezar, le cambian el horario de trabajo, lo ponen a las ocho de la tarde, qué es cuándo empiezan a trabajar los acomodadores de las salas de cine y no las figuras, por motivos balompédicos. El partido del siglo, el Real Unión - Hércules, tuvo la culpa. Mano a mano, en sábado de feria, con otro esteticista rutilante, Manzanares, y sólo llenan tres cuartos de plaza. Habrá que atribuir la floja entrada al fútbol, la crisis, los ciclos de las mareas o el cambio climático antes que revelar y asumir la evidencia. Es un torero que interesa más a los medios, a los círculos del priorato taurino y a los que urden turbios enjambres de negocios en nombre del toro que a los propios aficionados. Eso sí que es ser mediático. Tampoco es cuestión baladí la ruina económica del festejo: diez millones de pérdidas para el empresario. Figuras que hacen perder dinero. Bendecidos seáis si acabáis con el cuadro de rockefellers taurinos que pudren con su avaricia la credibilidad de la tauromaquia.
El Juli, invitando al mayoral de Zalduendo a salir a hombros:
`` montate que yo convido´´. Foto de Andrés Verdeguer
De lo que pasó en el redondel, no cabe destacar nada, pues no había elemento con lo que medir la importancia de la labor. El repertorio del Juli fue el de siempre: mucho acompañar, mucho ligar, mucho templar y poco torear. Todo ello jaleado desde el tendido con vivas al Hércules y gritos de campeones, campeones. El mundo al revés. Lo próximo será ver en el Bernabeú a los Ultra Sur exigiendo el segundo puyazo. No sé cuántas orejas le dieron, tampoco es que me importe, pero le pidieron de más, que como decía el castizo: más vale que sobre, que no que falte. A la muerte del quinto se mostró nuevamente irritado con el usía, por negarle un trofeo. Otro robo. Sale a un par de robos por semana. Pobre Julián. Si queda algo de humanidad en el orbe taurino deberían los mozos navarros de cambiar el Pobre de mí, con el que concluyen las fiestas, por el Pobre Julianin, en honor al valiente torero, que se las verá en Pamplona con jandillas y victorianos, que no es cuestión baladí.
El otro que le acompañaba en el cartel, del que he leído, que ha cortado menos orejas, que es lo primero que se puede leer y bien grande, era Manzanares hijo. Tiene que ser el único torero del universo al que le ganan la partida en casa. Tal vez sean los malos recuerdos, pues fue en esta plaza dónde cobró el único tabaco que ha tenido desde que debutó con los del castoreño, allá por 2002. La búsqueda de la elegancia, la gracia y el empaque llevan a esta clase de toreros al sitio equivocado: la sastrería. Ayer, Manzanares II lucía un terno azul noche y oro, que vaya usted a saber lo que será. Podía probar, por una vez, a ver como sale el experiemento, por dejar las sastrerías y buscar la pureza en Comeuñas, Zahariche, La Ruiza o Las Tiesas, últimos reductos de aroma a bravura.