Mi mirada empezó a desviarse con demasiada frecuencia en dirección a sus piernas, cubiertas por unas medias negras trasparentes y unos calcetines negros hasta las rodillas. Cada vez que su rodilla entraban en contacto con mi muslo tardábamos más en separarse, hasta que un momento que ya no se separaron. Ahí comprendí que había llegado ese momento en que dos personas notan que se están tocando, el contacto se prolonga hasta que se hace permanente, y ambas esperan a ver quién es el primero en separarse, gesto delatará que ha prolongado el roce más allá de lo casual. Sin separar su pierna de la mía, Julia decidió romper aquel silencio cómplice.
– Tengo una colección de discos de la época que te gustaría. Cuando estudiaba en Madrid, los fui comprando en pequeñas tiendas de segunda mano. Nada que ver con esas horribles recopilaciones actuales. Me gustaría que los vieras, podemos ir ahora, vivo aquí al lado.
– ¿Sabes que si vamos a tu casa podemos acabar follando?
Por su gesto deduje que no se esperaba aquella respuesta, pero no tardó en reaccionar.
– Si, ya lo sé.
– ¿Es eso lo que quieres?
– No lo descarto.
Nuestras piernas seguían rozándose, ese punto de fricción era imprescindible para mantener aquella conversación con esa sinceridad.
– No eres una niña pero te doblo en edad
– Mira, no me voy a enamorar de ti, no me estoy vengando de mi madre, no soy ninguna pija caprichosa con complejo de Electra. Créeme, no suelo levantarme la falda con esta facilidad.
Se quedó mirándome en silencio, y siguió.
Momento del relato Creo que no me he equivocado