En una hora se puede ir y volver sin ninguna prisa. Tranquileando por cualquier parte. Salir de casa, agarrar la moto y tirar por ahí delante. Si hay un desvío a la derecha te metes y descubres la fábrica del color verde que está entre Málaga del Fresno y Malaguilla, por donde va el arroyo de las Veguillas. Ahí es donde lo hacen. Seguramente tienen la fábrica escondida porque no he visto nada igual. El sol estaba detrás, a la espalda, y el cielo estaba muy nuboso. El paisaje se veía iluminado muy desigualmente por esas ventanas que dejan las nubes y los campos aparecen espectaculares a la vista del paseante. Si es cierto que el color negro lo inventaron los de Harley-Davidson, el verde lo inventaron los de Malaguilla.
En este pueblo de la Campiña me he encontrado con una portada plateresca. Es la de la iglesia de Nuestra Señora del Valle, donde rezan los vecinos en enero a la Virgen por la Candelaria. La iglesia está fraccionada por evidentes reformas en el tiempo: ladrillo toledano junto a contrafuertes de buen sillar. El edificio está exento y tiene una plazoleta que sirve de balcón para pintar de verde los pequeños barrancos que rodean a la población. Un lugar realmente encantador.
A la vuelta no he podido evitar hacer esos cinco kilómetros que separan Fontanar de Tórtola de Henares, el pueblo de mi amigo Agustín. Un tramo cautivador que hoy estaba lleno de esa tierra que los tractores derraman al pasar.
Hago notar al lector el problema que tengo tras haber cambiado los neumáticos. La moto se me cae en parado. Cuando pedaleas con los pies para salir del aparcamiento, cuando vas a dar la vuelta en parado, en fin, en ese tipo de maniobras. Da la sensación de que los nuevos neumáticos son más blandos y no tan rígidos, tan endurecidos, como se debieron quedar sus antecesores. Ciertamente es un gusto rodar con zapatos nuevos y con ABS. Esto no significa que un día no me vaya a caer, pero lo cierto es que voy muy a gusto.
Simplemente, lo de hoy se ha terciado. Hay días que es mejor salir y pasear. Alguien me argumentó hace poco la deriva semántica que hay entre el acto de pensar y el de caminar, el de pasear. Pues bien, ahora, en pleno siglo XXI, yo reformulo esa idea y digo que rodar es pensar.