Roma, la ciudad eterna.
Es la segunda vez que visitamos Roma y espero que no sea la última. La primera fue hace siete años y medio y todavía recuerdo el buen sabor que me dejó ese viaje. Una ciudad llena de monumentos levantados, muchos de ellos, hace más de dos mil años, iglesias con grandes obras de arte en su interior, bellísimas plazas y miles de rincones por conocer en calles adoquinadas entre el caos que domina cualquier ciudad italiana con gritos, pitidos de coches y motos y la dejadez que las caracteriza.
Esta segunda vez, nos ha seguido impresionando como lo hizo la primera, pero no se si es porque venimos de Nápoles o porque es agosto y todos los romanos están en la costa Sorrentina y Amalfitana, hemos encontrado una ciudad mucho más tranquila y cuidada. Y sigo pensando que ha sido nuestra impresión porque con algunos españoles que nos hemos ido encontrando y hablando y que la visitaban por primera vez, se echaban las manos a la cabeza con la conducción y el estado de algunos servicios y edificios.
Pero repito, Roma es una ciudad bellísima, y callejear y descubrir pequeños y grandes tesoros por sus calles es todo un lujo y un placer.
El día después de nuestra llegada, desde la estación de Flaminia, a unos pasos de la Piazza Popolo, recorrimos las calles más céntricas y algunos edificios y monumentos emblemáticos de la ciudad como la Pizza di Spagna con sus míticas escaleras donde todo visitante acaba sentándose en ellas, la fantástica y monumental Fontana di Trevi donde, como cualquier mortal que pisa la ciudad, tiramos una moneda hacia atrás a la vez que pedíamos un deseo, la popular Piazza Navona y, para nosotros la plaza más bonita de toda Roma con el edificio más imponente, la Piazza della Rotonda con el Pantheon de fondo resistiendo al paso del tiempo y siendo el edificio mejor conservado de la Antigua Roma.
Para comer y descansar un rato fuimos a Lo Zozzone, una pizzeria tradicional romana cercana a la Piazza Navona donde hacen, dicen, la mejor pizza bianca farcita de la ciudad.
Después de reponer fuerzas seguimos caminando hasta llegar a la Piazza Venezia con su horrendo y colosal monumento dedicado al último rey del reino de Cerdeña, primero de Italia y padre de su unificación, Vittorio Emamuele II. Desde el cual, eso sí, se obtienen unas bonitas vistas de los Foros Imperiales, del Mercati di Traiano y, de fondo, el archifamoso y monumental Colosseum.
Entre las iglesias que visitamos, cabe destacar la Chiesa del Gesú, con un impresionante fresco que decora el techo, el Triunfo de Jesús pintado por Giovanni Battista Gaulli donde las figuras parecen sobresalir de la bóveda gracias al uso magistral de la perspectiva.
No podemos volver al camping sin antes tomar un helado en una de las muchas heladerías que salpican la ciudad, con sabores para todos los gustos y una orgía de colores que son un placer para los sentidos. Nadie puede resistirse a la cremosidad de los helados italianos, que por algo son famosos en el mundo entero, ¡uhmmmmm, que delicia!
Llegamos al camping antes de la hora de cierre de la piscina, así que un chapuzón después del duro día no nos viene nada mal.
Para cenar, una ensalada de tomates del Agricampeggio Oasi Verde es la envidia de nuestros vecinos de parcela, así nos lo han hecho saber unos chicos de Sitges con los que compartimos una cervezas y un rato de charla antes de ir a dormir.
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Segundo día en Roma.
Lunes, mal día para visitar el Colosseum y los Foros, la mayoría de los museos de Roma cierran y todos los turistas nos concentramos en los mismos sitios.
La cola de Colosseum es tremenda, por suerte nosotros compramos las entradas dos días antes por internet para evitar la espera. De este modo nos ahorramos unas dos horitas al sol.
Icono de Roma, el Colosseum es el edficio más majestuoso construido en la antigüedad destinado a espectáculos. En él se celebraban combates entre fieras, cazas, penas capitales, combates de gladiadores y hasta combates de barcos paro los cuales el área central se llenaba de agua.
Su construcción fue iniciada en el 72 d.C y el último espectáculo del que se tiene noticia se celebró en el 523 d.C. Fue a partir de entonces cuando empezó a ser desmantelado y a reutilizar sus materiales para la construcción de casa, huertos y cuadras. Y no fue hasta el 1803, después del terremoto, cuando se iniciaron los primeros procesos de restauración.
En el interior se puede observar a la perfección la estructura del anfiteatro: la arena, donde se desarrollaban los juegos, las arcadas de ingreso, el graderío o caveo dividida en sectores según las categorías sociales y los subterráneos con su entramado de galerías desde donde se preparaban y se organizaban los intríngulis del espectáculo.
Era tal la importancia de los eventos y la opulencia del momento que hasta se tapaba al público del sol con un velum enorme soportado por una estructura de madera. Como dato para imaginar la medida de dicho velum, el eje mayor del edificio mide 188 m y el menor 156 m, ¡Ahí lo dejo!
La entrada del monumento, 12 € (niños gratis y 1,5 € más por comprarla por internet) da derecho a visitar también los Foros y el Palatino, así que nada más salir del Colosseum empalmamos la visita con ambos recintos arqueológicos.
El Palatino es la más céntrica de las siete colinas de Roma y, según la mitología, es aquí donde se encontraba la cueva donde la loba Luperca crió a Rómulo y Remo y donde años después se fundó la ciudad. También en este monte muchos romanos de los clases más acomodadas encontraron un lugar ideal para tener sus residencias.
Desde el Palatino se accede a los Foros Romanos. Centro neurálgico de la Antigua Roma, era aquí donde se desarrollaba la vida política, social, económica y religiosa. Pasear por la Via Sacra es entrar en un túnel del tiempo y viajar veinte siglos atrás. Contemplar los restos de los templos que un día fueron imponentes edificios de culto a dioses o las basílicas que albergaban tribunales y departamentos de justicia es, sin duda alguna, trasladarse a la Roma capital del gran imperio.
La hora de la comida se nos retrasó bastante y muchos de los restaurantes habían cerrado ya sus cocinas, así que no tuvimos otra opción que comer un menú en un bar cercano a la entrada sur de la Piazza Navona. Nada del otro mundo pero correcto, el menú servido nos dejó un hueco para un helado. Esta vez saboreamos un delicioso helado de Giolitti, la heladería con más solera y más famosa de toda Roma. La decisión fue difícil, tiene tantos sabores para elegir… finalmente la combinación de sabores fue: nutella, pesca (melocotón) y un refrescante limoncello.
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Tercer día en Roma.
Decidimos tomarnos el día con más calma, darnos un baño en la piscina, comer tranquilamente en el camping y por la tarde visitar la Basílica del Vaticano y la Piazza San Pietro.
A primera hora de la tarde y justo cuando nos disponemos a salir del camping hacia la ciudad, el cielo se oscurece, una buena tormenta de verano se avecina y, no nos equivocamos, la salida de la estación de metro de Ottaviano se convierte en un tapón de gente, los que no podemos salir y los que entran empapados hasta la médula. Además de vendedores ambulantes paquistaníes que el día anterior vendían gorras y abanicos y hoy ofrecen a los turistas paraguas y capelinas para la lluvia, ¡renovarse o morir!
Cuando ya la tormenta va cesando, salimos.
La cola para visitar la Basílica del Vaticano es larga, pero bastante rápida. Hay que pasar varios controles antes de acceder, pero son más estrictos en el control de prendas de vestir que en el de objetos metálicos. ¡Me parece tan exagerado! Una cosa es pedir que los visitantes seamos respetuosos y otra muy distinta que los controladores estiren los vestidos de alguna turista hacia bajo para ver si se puede hacer más largo y le tapa, así, las rodillas ¡Por favor!
Cuando salimos, el cielo ya está casi completamente despejado y seguimos nuestro paseo hacia la Piazza Campo de Fiori, una bonita y anima plaza rodeada de cafés y restaurantes. Bordeamos al Río Tiber hasta llegar al barrio del Trastevere. Ubicado en el lado oeste del río que divide la ciudad y con sus calles completamente adoquinadas, Trastevere conserva edificios de casas populares medievales con centenares de pubs y restaurantes en sus plantas bajas que hacen de este barrio uno de los centros más importantes de la vida nocturna de Roma. La Piazza di Santa Maria in Trastevere, con su céntrica fontana, es durante el día un lugar tranquilo y sin demasiado bullicio pero se transforma durante la noche en escenario de la movida romana.
Mientras va anocheciendo, seguimos callejeando. Rodeamos el Teatro Marcello y atravesamos el Ghetto, un barrio judío que ha sabido entremezclarse a la perfección con la tradición romana. Y es en sus muchos restaurantes donde mejor puede comprobarse esta mezcla de culturas, en recetas donde la alcachofa es el principal protagonista.
En una pequeña plaza, Piazza de la Coppelle, situada entre la zona norte de la Piazza Navona i la Piazza de la Rotonda (Pantheon) paramos a cenar. El restaurante Maccheroni, recomendado en algunas guías turísticas, fue una muy buena elección. Platos típicos romanos, sin olvidar los tradicionales y mundialmente conocidos. Nosotros nos decantamos por unos gnocchi con pere e gorgonzola, maccheroni con provola e zucchine y unos tonnarelli a cacio e pepe todo ello acompañado de un típico y fresco lambusco. A parte de estar todo delicioso, el servicio es muy correcto, amable y rápido.
Para acabar el día, nos acercamos a la Piazza Rotonda. Rodeado de un bullicioso gentío, observamos una de las imágenes más bellas de Roma, el Pantheon iluminado. Contrastando con la noche parece, si cabe, aún más impresionante.
La Piazza Navona es, también, un hervidero de gente. La Fontana dei Fiumi, simbolizando los cuatro grandes ríos que se conocían en la época de su construcción, el Ganges, el Nilo, el Danubio y el Río de La Plata, sobresale imponente ante las miradas y flashes de los turistas. Y rodeando la fuente, artistas, unos más originales que otros, muestras sus obras intentando venderlas entre el la multitud.
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Cuarto día en Roma.
Volvemos a plantear un día como el anterior: mañana de relax en el camping y después de comer visita de Roma hasta que anochezca.
Bajamos toda la Via del Corso desde la Piazza Popolo hasta la Piazza Venezia, adentrándonos por las calles cercanas a la Fontana di Trevi para comprar un helado en la Gelateria Valentino donde además de deliciosos, los sirven con un esmero y un cuidado digno de admiración.
Mientras admirábamos el Mercati di Traiano y la Colonna Traianna, el cielo empezó a oscurecerse y en cuestión de minutos una tormenta descargó sobre Roma. Por suerte nos dió tiempo a llegar a la Piazza del Campodiglio donde los edificios de los Musei Capitolini, los más antiguos del mundo, nos albergaron de la lluvia durante el tiempo que duró la tormenta.
Rodeando el Teatro Marcello, encontramos por casualidad una pequeña basílica, San Nicola di Carcere, construida sobre las bases de tres templos paganos y las cuales aún hoy pueden visitarse en los tétricos subterráneos de la iglesia.
Para cenar esta vez, elegimos otro restaurante típico de la noche romana, el Da Francesco, situado en la Piazza del Fico muy cerca de la Piazza Navona. Especializados en pizzas al horno de leña nosotros volvimos a decantarnos por unos tradicionales platos de pasta, farfalle al pesto, spaguetti a la carbonara y por un paccheri alici fresche menta e pecorino, como siempre… ¡delicioso!
Aprovechamos la última velada del viaje para volver a pasear por las plazas más céntricas de Roma y hacer algunas fotos nocturnas. Es nuestra despedida de esta maravillosa ciudad a la que, espero, volver algún día.