Siete puntos en siete partidos, preocupantes rendimiento colectivo y paupérrimos rendimientos individuales, un promedio que cada día acecha y aprieta más, una realidad demasiado similar a la de River durante la temporada pasada. El final, el mundo entero lo conoce: el Millonario descendió a la B Nacional.
Dentro de ese contexto inundado de pesimismo, el regreso de Leandro Romagnoli es un elemento al cual aferrarse en una realidad afectada por la desazón y la tristeza. El Pipi fue el mejor dentro de un equipo que volvió a demostrar las carencias que enunció durante todo el certamen.
Pese a no estar en plenitud física desplegó su talento y confirmó que es indispensable dentro de un equipo que necesita de su liderazgo y su conducción futbolística para comenzar a forjar un funcionamiento colectivo. Sus virtudes se resumen en la jugada del empate transitorio del Ciclón: pausa para pensar, panorama para vislumbrar al compañero mejor ubicado y habilidad para dejarlo mano a mano frente al arquero rival. Así lo hizo frente a la Crema, en su vuelta como titular como enlace en la estructura del Turco Asad.
Romagnoli encontró en Sebastián González, a quien asistió en la jugada
del gol, a su socio ideal. Ambos de buen pie, se juntaron y
complicaron al fondo rafaelino. En esa busqueda de pequeñas sociedades, el Pulpito y el Pipi podrían formar una. Néstor Ortigoza, ausente por lesión, se convertirá en el tercer eslabón en esa cadena que incrementará el caudal futbolístico del conjunto de Boedo. Juntos, los tres podrán darle el salto de calidad que imperiosamente necesita el equipo de Omar Asad para salir de su nefasta realidad. Un halo de luz dentro de tanta oscuridad.