Robert Flaherty sentó las bases del documentalismo con su hermosa aproximación a la vida de los inuit en una época en que todavía se rodaba en blanco y negro y sin sonido. Nanuk, el esquimal data de 1922 y ha servido de espejo a todo el que se ha interesado por ese cine que pretende acercar la realidad al espectador, sin artificio ninguno, para usarlo no como medio de evasión sino como fuente de saber y de aprendizaje. La película que hoy nos ocupa se encuentra a mitad de camino entre estos dos extremos.
Traslada hechos sucedidos en 1987 en la paradisiaca isla de Tanna, perteneciente a Vanuatu, y se encuentra tan ligeramente ficcionado que nos da la sensación de estar contemplando cómo se desarrolla la vida y cuáles son las costumbres de los indígenas protagonistas en su día a día. El hecho de contar con interpretes no profesionales, miembros de la comunidad que ocupa esa parte del territorio insular, hace el resto y emparenta este trabajo con aquel que Flaherty desarrolló casi un siglo antes.
En este remoto enclave del Pacífico cubierto por la espesura de la selva tropical y dominado por un volcán en activo, en el seno de la tribu de los Yakel, se desarrolla una historia que habla de la lealtad entre dos hermanas, de un amor prohibido que desafía los convencionalismos y las costumbres arraigadas desde tiempos lejanos y de cómo la sabiduría y los acontecimientos pueden llevar a que se produzca un pacto entre lo ancestral y la modernidad.
Este canto a la libertad individual, a la posibilidad de elección por parte de las mujeres Yakel de la persona amada por encima de supersticiones y tradiciones, que por muy asentadas no dejan de estar trasnochadas, resulta extrapolable a entornos sociales completamente diferentes. Esas madres y abuelas que conminan a la joven Wawa a aceptar con resignación el fatídico destino que la convierte en poco más que una ofrenda a la tribu adversaria para evitar un enfrentamiento armado, pasando a ser esposa del hijo del jefe en contra de su voluntad, y lo que es más doloroso, de su corazón, podrían encontrarse bastante más cerca de lo que pensamos tanto en el espacio como en el tiempo.
La belleza de las imágenes, que emerge sostenida por tonadas étnicas y una breve partitura reservada para subrayar lo verdaderamente importante, no es óbice para poder disfrutar de un Romeo y Julieta entre naturaleza salvaje que reflexiona sobre cómo los jóvenes poco a poco han de participar, a veces de un modo traumático, en la actualización de lo tradicional para dotarlo de una modernidad que lo haga perdurar.
La universalidad del relato toca el alma de la audiencia de un modo tan contundente que fue capaz de convencer a los miembros de la Academia de Hollywood para admitirla como contendiente al Óscar a la mejor película de habla no inglesa por encima de contrastados trabajos del predicamento de Neruda, Elle o Julieta. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos.
Copyright imágenes © Contact Films. Cortesía de Alfa Pcitures. Reservados todos los derechos.
Tanna
Dirección; Martin Butler y Bentley Dean
Guión: Martin Butler, John Colle y Bentley Dean
Intérpretes: Mungau Dain, Marie Wawa, Marceline Rofit
Música: Antony Partos
Fotografía: Bentley Dean
Montaje: Tania Nehme
Duración: 104 min.
Australia, Vanuatu, 2015
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