Revista Opinión
Antes de comenzar he de confesar mi absoluto desconocimiento del mundo futbolero. Debo ser, rara avis, uno de los pocos ciudadanos que no aguardan resultados quinielísticos, ni se saben las alineaciones, ni mucho menos los nombres de los estadios o de los jugadores. Vamos, que no me interesa para nada el deporte rey. Dicho esto he admitir también que una noticia de hoy mismo referida a este campo ha conseguido arrastrarme a las páginas deportivas. La protagoniza Ronaldo. Poco hay que decir de él y, sin embargo, el titular y, en especial, la foto, me han impedido volver la página en busca de la sección de política nacional.Este tipo, jugador de pro, se va. Se retira. Abandona el Olimpo de los dioses del esférico. (Recuerdo haber oído este cursi apelativo en algún programa deportivo). Pero no es eso lo que me ha sorprendido. Su vida personal no me produce emoción alguna. Son sus palabras las que me han impactado: “Hasta para subir las escaleras siento dolor”. "Es una situación difícil cuando la cabeza piensa que puedes eludir a un zaguero y tu cuerpo no lo consigue".¿De qué me sonaban esas afirmaciones? Tras un ligero estremecimiento sigo leyendo. Ronaldo explica su impotencia cuando su cuerpo no responde a las jugadas que intenta ejecutar y se emociona al comentarlo. Unos ojos enrojecidos contrastan con esa sonrisa amplia con que siempre recuerdo haberlo encontrado en los noticiarios.Y ahora, la bomba: Se retira porque le falla el cuerpo. Hipotiroidismo. Rara avis también. Enfermedad rara, dolencia extraña, dolor caprichoso… ¡Bienvenido al club!, susurro mientras avanzo en la lectura. Me invade una rara –odioso adjetivo- sensación de placidez y, de inmediato, abomino de ella. No se trata de alegrarse del mal de los demás. ¡En absoluto! Es sencillamente la humana condición de identificarse con aquel que carga con una cruz similar a la tuya. Otro nombre. Otros síntomas. Otro dolor… pero resultados comparables.Y sigue: “Jugar fue maravilloso. Es muy duro abandonar algo que me hizo tan feliz, que tanto amé y con lo que podría seguir porque mentalmente estoy preparado, pero tengo que asumir una derrota”. ¡Hostia, Pedrín! (Nunca supe si esta interjección llevaba “h” o no y no es el momento de investigarlo. Doctores tiene la santa ortografía.) Ahí me toca las fibras sensibles y como en un vahído circunstancial y momentáneo me encuentro con la perspectiva de tener que renunciar a mi adorado –si, adorado- trabajo cotidiano. Si mi amiga miastenia me condujera o condujese (Seguimos con las clases de gramática…¡deformación profesional!) por los oscuros senderos de la jubilación… ¿cómo soportar la ausencia de esos niños y niñas que me empujan cada día hacia adelante?. Si, sé que muchos habrán torcido el gesto –el morro quizá- ante semejante afirmación. ¡Pero tío, con la que está cayendo… ¡jubílate cuanto antes!, dirían. Y posiblemente llevan razón. Cuando tita miastenia me inste a acompañarla por los senderos de la inutilidad será el tiempo del llanto y el crujir de dientes, pero antes queda el banderín del reenganche a la vida. Abandonar tu vida cotidiana es el triunfo de “ella” y uno, en su modestia, pretende ser el vencedor. Como decía uno de los frikis “granhermaneros”, “ pa chula, chula, mi pirula”. Santiago, y cierra España.Ronaldo tira la toalla frente a una prima carnal de la miastenia. ¿Qué nos deparará el ring en próximos asaltos?Me niego a bajar la cabeza. (O a cerrar el ojo). Con la tropa de Mestinón y sus soldados formaremos un frente abierto y extenso. Sonarán cañonazos, sufriremos heridas, bisturíes afilados perforarán nuestra carne cansada pero no vencerán. No habrá armisticio. Ni campo de batalla sembrado de huellas abandonadas. Pisaremos fuerte. Defenderemos la portería. Los esbirros del Miastenia F.C. no nos batirán. Parece que el árbitro pita el fin de la primera parte. Que nadie se mueva. El partido, la lucha, continúa.
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