Vestirse tiene su intríngulis. Sobre todo cuando abres el ojo a las seis de la mañana y, legaña en ristre, tratas de pescar en el armario un par de prendas que no desentonen demasiado entre sí. De complementar, ni hablamos. Y el charme... mejor cuando hayamos podido despegar la pestaña.
La ropa dice mucho de uno. Quizá demasiado. Sobre todo cuando pones el tacón en Cibeles y miles de ojos abducidos por los preceptos fashionistas escudriñan tus rodillas nada huesudas, tu tobillo inexistente, la chaqueta que no termina de entallar y la camiseta sudada de tanta carrera en pos del reportaje perfecto.
Pero hay excepciones a la frivolidad. Hay modistos que se entregan cuando hablan, que te tratan con cariño y que, como no van de nada, no tienen tras de sí a una becaria maquilladora que le quite los brillos entre respuesta y respuesta.
Por ejemplo, Alma Aguilar. La conocí hace tres años, en mi primera Pasarela Cibeles -aún no tenía esos aires de grandeza que le han hecho rebautizarse como Cibeles Madrid Fashion Week- y, desde entonces, siempre ha seguido el mismo patrón de conducta -Dios, parezco psicóloga-: sencillez, cariño, dulzura, elegancia y mimo. Y perfeccionismo, pero sin estridencias. Y pasión por la moda -que más que su trabajo, es su vida-, pero sin descoque.
El viernes grabé un reportaje en su taller sobre el proceso de creación de una colección de moda. De dónde nace, cómo crece, qué necesita para desarrollarse y cómo no muere, sino que sirve de germen para la siguiente colección, que arranca cuando deja de sonar el último aplauso desde el front row.
Éste fue el resultado. Y estoy deseando ver el final de verdad -o el principio, según se mire-, que llegará el martes y que pondrá ante nuestros ojos una mujer elegante, sensual, femenina, seductora... pero, sobre todo, tierna y cómoda. En eso consiste la ropa con Alma.
Vídeo: laSexta Noticias.