Este país no está preparado para que gobierne la izquierda. Fue la principal conclusión que extraje de las elecciones del 26 de junio, cuyo decepcionante resultado me llevó a dejar de escribir sobre política en ‘la recacha’. Había demostrado sobradamente ser un analista pésimo, así que mejor ahorrar a los (pocos) lectores mis discursos izquierdistas y dedicarme a otros temas menos crispantes.
La verdad es que estos tres meses he estado muy relajado, asistiendo al esperpento político como si la cosa no fuera conmigo. Dejé de escuchar tertulias y de leer la prensa que hace tiempo certificó la defunción del periodismo (lo de ‘El País’ es de vergüenza ajena). Tenía claro que nos esperaban otros cuatro años de gobierno dirigido por una organización criminal franquista. Era lo que habían querido ocho millones de cómplices, más los diputados elegidos por los (en su mayoría) bienintencionados votantes del sucedáneo naranja. Y, lo más importante, era lo que querían los poderes que realmente cortan el bacalao, a los que, por supuesto, nadie vota.
Durante este tiempo se ha desarrollado el guion más o menos según lo previsto, con el teatrillo necesario, en el que cada actor (político) ha ido representando el papel que se le suponía… hasta que uno de los personajes protagonistas decidió saltarse el guion por su cuenta y riesgo.
No voy a intentar discernir las motivaciones reales de Pedro Sánchez para mantener esa cabezonería del “no es no”. Lo que está claro es que con su determinación sacó de las casillas a algunos de esos poderes en la sombra, hasta el punto de que mandaran a cantarle las cuarenta a uno de sus principales portavoces. El mayor fraude de la democracia española, icono del “socialismo”, sacó a bailar su lengua de serpiente, para poner en su sitio al “rebelde”.
Es curioso cómo Pedro Sánchez, en mi opinión (seguro que equivocada) un político mediocre sin madera de líder, ha acabado convirtiéndose en abanderado del “socialismo”, esa figura a la que los sufridos militantes de izquierdas del PsoE se han agarrado como símbolo de que sí, por muchas decepciones y decisiones controvertidas (por ser suave) de sus representantes, su partido les seguía representando.
Y, ciertamente, Sánchez ha demostrado tener un buen par de narices para mantenerse firme, hasta el punto de haber sido la causa de que el gurú del “socialismo” agotara las existencias de habanos en su yate.
Se dice que el exsecretario general del PsoE estaba negociando con Unidos Podemos y los nacionalistas la posibilidad de formar un gobierno progresista. Desde luego, lo hubiera sido bastante más que otros cuatro años de Rajoy y su gabinete del Doctor Caligari. No sé si la posibilidad existía de verdad. Ya digo que no voy a entrar en las motivaciones reales de Sánchez, entre otras cosas porque sólo las sabe él. Pero, desde luego, se ha ganado mi respeto, aunque sólo sea por haber provocado ese terremoto en los pilares del sistema.
Tampoco nos emocionemos. El terremoto no ha sido tan grave. Los que manejan los hilos han podido controlar la situación gracias a los muchos peones leales que conservan en una de las dos principales organizaciones políticas que sustentan este régimen de apariencia democrática. La presidenta andaluza, Susana Díaz, alumna aventajada del de los puros (y la cal), ha hecho un buen trabajo para sus jefes y, pese a la indignación (en caliente) de miles de militantes, es posible que en un par de semanas las aguas vuelvan a su cauce.
Incluso el propio Sánchez ha mostrado su cara más sumisa a la hora de la despedida. Ha sido elegante y educado, cosa que le honra, y dicen que igual concurre en unas futuras primarias para repetir. Pero no sé, el viernes anunciaba en rueda de prensa que este sábado se iba a dirimir si se abstenían para que gobernara el Partido Podrido o intentaban un gobierno alternativo, y resulta que se te amotina la tropa, no se decide nada (es decir, se decide abstención sin atreverse a decirlo), y tú te vas dando las gracias y jurando lealtad eterna. No lo entiendo demasiado, a no ser que en todo lo anterior hubiera bastante de fuegos artificiales.
Y vuelvo al principio: España no está preparada para que gobierne la izquierda. El franquismo sociológico está aún fuertemente instalado en buena parte del país y las élites económicas y empresariales siguen siendo las mismas que durante la dictadura. Jamás van a permitir que Unidos Podemos acceda al poder político, por lo que pueda pasar.
En cualquier caso, la crisis del PsoE es un síntoma de lo que puede suceder en unos años. No sé si se recuperarán. Es obvio que jamás van a volver a gobernar en solitario, y ya veremos si vuelven a ser una fuerza significativa. Desde luego, los “poderes fácticos” harán lo posible para que lo sea. Para ello necesitan que Rajoy forme gobierno y dé tiempo a que Susana Díaz y sus “barones” recompongan la situación. La memoria de los votantes es muy volátil, así que un par de discursos populistas y beligerantes con “la derecha” pueden borrar muchos agravios.
De todas formas, esta vez, y si Unidos Podemos abandona definitivamente la tibieza y el tacticismo, creo que lo van a tener difícil. El riesgo de “Pasokización” es serio, pero no me hagáis mucho caso, ya he dicho que soy un pésimo analista.
El interés durante las próximas semanas lo centrará la negociación entre PsoE y PP. A ver cómo consiguen los exsocialistas y exobreros vender que han arrancado de la organización mafiosa enormes concesiones “por la gobernabilidad de España”. Aunque, claro, visto el panorama, ¿quién le dice a Rajoy que en unas terceras elecciones no va sacar mayoría absoluta? ¿Por qué debería ceder en nada?
Mi pronóstico es que habrá acuerdo. A los que mandan les interesa que haya gobierno ya y van a pedir a Rajoy que sea generoso y no haga sangre. Les conviene (a todos) mucho más un PsoE “liderando” la “oposición” con 85 escaños, que el riesgo de que pierda la mitad y los ganen “los radicales bolivarianos, amigos de ETA”.
Me vuelvo a la cueva.