-En cierto modo me gusta usted, señor. ¿Habría algo que yo pudiera hacer?
Sus pechos se erguían como los cuernos de un dilema. Me apresuré a pasar junto a ella...-¿Cuántos años tiene, Gretchen? - pregunté desde la puerta.
Ella no me siguió hasta la puerta.
-No es de su incumbencia. Unos cien, aproximadamente. Por el calendario, diecisiete.
Diecisiete. Un año o dos más que Cathy. Y tenían en común a Reavis.
-¿Por qué no vuelve con su madre?
Su risa resonó como papel desgarrado en una cámara con eco.
-¿Volver a a Hamtramck? Ella me abandonó en la Sociedad de Beneficiencia Stanislaus cuando obtuvo su primer divorcio. He vivido por mi cuenta desde 1946.-¿Cómo se las arregla, Gretchen?
-Como usted decía, lo paso bien.
-¿Quiere que la lleve de vuelta al local de Helen?
-No. Gracias, señor. Tengo bastante dinero para vivir una semana. Ahora que sabe dónde vivo, venga a verme de vez en cuando.Esas palabras despertaron un eco que duró cincuenta millas. La noche estaba llena de las voces de muchachas que dilapidaban su juventud y se despertaban aterrorizadas a las tres o las cuatro de la mañana.
Archer está de nuevo inmerso en un caso criminal que vuelve a ser también el escenario de una tragedia que supera ampliamente los -para otros- estrechos límites de la novela policial.