Revista Filosofía

Rousseau y los signos.

Por Juanferrero
Rousseau y los signos.
  
En Proust y los signos Deleuze diferencia cuatro tipos de signos distintos: signos sensibles, signos mundanos, signos amorosos y signos de arte. En el Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad de los hombres de Rousseau y especialmente las primeras páginas de la segunda parte nos permite realizar una genealogía de estos signos que también puede verse como una genealogía de las facultades. La propuesta es utilizar esta clasificación para aplicarla a la obra de Rousseau.
En primer lugar, el hombre natural (el denominado buen salvaje) está dominado por signos naturales o signos sensibles según los dos principios de la naturaleza humana: la conservación propia y la piedad tal y como los enuncia Rousseau. Advertir que no puede denominarse estrictamente signos a lo que el hombre natural responde, reservaré la denominación de signo para las relaciones de los humanos. Por tanto, la naturaleza humana del buen salvaje es una naturaleza ficticia (en tanto que es una figura que sirve de referente para el ser humano, pero que no puede decirse que haya existido), y que sólo tiene tintes reales cuando aparecen los signos propiamente humanos. Quizá el nombre más adecuado para denominar lo que emite y recibe el hombre natural para relacionarse sea el de señales (con esto no me ajusto a la denominación de ninguna semiótica pero espero que se me conceda tal diferenciación).
¿Cómo aparecen los signos estrictamente humanos? Para Rousseau junto a los principios citados anteriormente el buen salvaje tiene la capacidad de perfectibilidad y acostumbrado a percibir relaciones en el medio y en su quehacer, cuando la necesidad apretó, obligó a éste a encontrar medios que le permitieran ser más eficiente en su supervivencia. La técnica se presenta  de este modo como el punto de inflexión en el que las señales devienen signos principalmente porque el mundo ya no se observa seguiendo el ritmo de la naturaleza, sino que es la naturaleza es observada según la potencia de las herramientas y principalmente en la medida que estas son signos, los primeros y verdaderos signos mundanos. Evolutivamente la eclosión de los signos mundanos habría que remitirlos al homo habilis, aunque en un sentido muy primario aún.
Solamente instaurado los signos mundanos los que se articulan a partir de la técnica se puede explorar en qué consiste el otro principio de la naturaleza humana, aunque esta vez es un principio derivado, a saber, el principio de sociabilidad. La memoria y la imaginación humanas no se dibujan más que a la luz de los signos mundanos, es decir, a partir de la técnica o del hacer humano considerado como praxis. La memoria y la imaginación de este modo no son nunca comprendidas en sentido estricto como facultades psicológicas que explican nuestra conducta, sino que su comprensión depende de la acción humana. La conducta humana nos aproxima a los animales, sin embargo, su aproximación nunca la alcanza porque la conducta humana depende de la praxis que en último lugar configura aquella sin confundirla.
Los signos mundanos designan principalmente los usos del medio que aparecen por la paulatina adquisición de la técnica. Sin embargo, los usos no se conservan, quedan restos de los mismos. Rousseau supone estos usos de cuatro tipos; en primer lugar el uso de las herramientas mismas; en segundo lugar, un tipo de obligaciones mutuas que se adquieren para la ayuda en la caza pero que no obligan más allá de los actos mismos de la caza y sólo eventualmente; en tercer lugar, un lenguaje que medie en estas relaciones; y en cuarto y último lugar, los usos asociados a la construcción de cabañas y a mantener a la familia unida. Estos son usos nuevos en los que la memoria y la imaginación se configura sobre el fondo de los principios naturales de la conservación y la piedad (a este respecto la discusión entre la piedad como natural o convencional, creo que puede encontrar una problematización en la idea de que la piedad natural es el vector que apunta a la formación de la facultad de la imaginación, y la imaginación es la cualidad que ilumina algunas potencialidades del buen salvaje que denominamos piedad).
El mundo para el buen salvaje ha cambiado radicalmente. La diferencia puede consistir en la distinción entre señales y signos. Ahora bien, en qué consiste esta distinción, no se me ocurre otra que la de apelar un grado de retardo entre el estímulo del medio y la respuesta del individuo representado por un útil o artefacto. Este grado no sólo remite a una cantidad de tiempo en la conservación de herramientas sino, que remite principalmente a la resolución de problemas en esta representación, que anticipa las soluciones de supervivencia comunes a todos los seres humanos. La memoria y la imaginación son las potencias manipuladoras de los signos mundanos, para hacer un lenguaje y colaborar en la caza, para realizar herramientas más complejas, para mantener a la familia unidad, hacer cabañas, para abandonar el hogar por parte de los hijos a cierta edad, para encontrar distintas formas de cazar y colaborar. Los signos mundanos son los términos que remiten a la nueva potencia para encontrar nuevas soluciones.

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