– Pero cómo íbamos a estar celebrando un gol de la selección chilena en un Mundial cuando aquí nos estaban matando y estaban torturando a la gente en las cárceles.
Claro, ¿cómo se podía entender? Caszely tenía a su madre detenida y aquí no lo sabíamos. La dictadura tuvo secuestrada a la madre de Carlos Caszely. Yo he leído todo esto en Europa. Hay muchas cosas que acá no se saben.– ¿Ya tienes lo que buscabas?- me pregunta Rubén.
Y yo me quedo pensando un segundo y le respondo:
– Sí. Es mucho más de lo que buscaba. Muchísimo más.
Originalmente publicado en URBESALVAJE:
Rubén Adrián Valenzuela por dentro
El 22 de octubre de 1982 nadie durmió en la ciudad chilena de Calama, en el Norte Grande, pleno desierto de Atacama.
Aquella madrugada dos hombres, Gabriel Hernández, jefe de la local Central Nacional de Inteligencia (CNI) -organismo creado por la dictadura de Augusto Pinochet- y su lugarteniente, Eduardo Villanueva, iban a ser fusilados por un crimen que tenía complejas facetas políticas y humanas.
Ese amanecer los acusados enfilaron por una alfombra roja con calcetines, pero engrillados. Al detenerse frente al pelotón un círculo púrpura fue adherido en sus corazones para que los tiradores no fallaran. Cuando dieron las 6,10 de la mañana un rumor de muerte se escuchó destemplado. Los dos hombres cayeron al suelo pero uno de ellos persistió en moverse. El médico forense llamó a un funcionario para que le diera el denominado tiro de gracia. Había que rematar al moribundo. El…
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