Debido a la pandemia y, aprovechando los beneficios de Previaje, este año decidí vacacionar en Argentina y visitar Salta de nuevo. Nunca había ido en verano, así que ya en eso había un cambio. Fue una gran decisión. Uno suele creer que Salta es demasiado calurosa, pero la verdad es que casi no sufrí el calor. El sol es fuerte, pero a la noche refresca y -si está nublado- hasta hace frío. El único problema es que el verano es la temporada lluviosa y a veces eso puede complicar las cosas. Tuve suerte en ese aspecto ya que la lluvia no me arruinó ningún plan (o casi).
Originalmente yo había reservado un vuelo de Aerolíneas Argentinas que partía al mediodía. Eso me permitía dormir tranquila y salir a Ezeiza en la combi que uso para estos menesteres. Sin embargo, cambiaron la salida del vuelo a las 6 de la mañana y, como por el tema de la declaración jurada y la toma de temperatura, hay que ir tres horas antes para vuelos de cabotaje, tenía que estar en el aeropuerto a las 3 de la madrugada. De más está decir que esa noche no dormí. Ni siquiera me acosté. Estuve comparando precios y reservé con Cabify. Bastante más económico que un taxi. A esa hora ni siquiera tenía la opción de Tienda León dado que la empresa está operando con menos horarios nocturnos.
Mucho protocolo, mucho protocolo, pero adentro de Ezeiza era un quilombo de gente. Por fortuna salimos en horario. Para el trayecto del aeropuerto de Salta al hotel había reservado un transfer ($250): eficiente y económico. También se puede ir en colectivo, pero en este viaje intenté evitar los colectivos y las acumulaciones de gente lo más posible. Ojo que si van a usar el colectivo tienen que tener la tarjeta SAETA (que es como la SUBE, pero salteña).
Llegué mucho antes del horario del check-in al hotel, pero me invitaron el desayuno (o su versión reducida). Dejé mis valijas y salí a caminar un rato. A las 11h ya tenían lista la habitación.
Me hospedé en el Hotel del Antiguo Convento, un hotel al que le había echado el ojo en otros viajes. Esta vez pude darme el gusto de quedarme ahí. Mi estadía fue tan buena como había imaginado. Usé la ciudad de Salta como punto desde el cual moverme por otros sitios de la provincia, así que entre idas y vueltas estuve en cuatro habitaciones diferentes del hotel: todas amplias y confortables. Aire acondicionado, ventilador de techo, televisor con cable, armario…Si bien no cuenta con heladera, es posible usar una que es compartida con los otros huéspedes. La primera habitación donde estuve daba a un patio con pileta. En ese aspecto podía ser un poco ruidosa porque los niños jugaban a la tarde en el agua.
Incluye desayuno que se sirve de 8 a 10:30 (jugo, pequeñas porciones de torta, tostadas de pan casero y mermelada + la infusión). De 6 a 8 era posible pedir una versión reducida del mismo, ideal para salir de excursión (se solicita la noche anterior). La ubicación es genial, lo mismo que la atención y la limpieza. Cuenta con guardaequipaje gratuito.
Me duché y traté de dormir un poco. Al levantarme fui a la plaza principal y, como no había almorzado, comí un helado en Lucciano’s. Deambulé por las dos peatonales.
Al final fui al Café del convento para cenar. Todos los días tienen dos menúes que van cambiando a buen precio ($390 plato principal y postre). Ese día había ñoquis caprese…¡cómo no lo iba a elegir! Me extrañó ver a tanta policía por la zona y a peritos forenses. Resulta que un rato antes había habido un tiroteo en la esquina. Yo soy así,empiezo mis vacaciones a lo grande.
Los ñoquis estaban riquísimos. Cuando terminé estaba demasiado llena para el postre así que me llevé la ensalada de frutas al hotel y la metí en la heladera para el día siguiente.
Al otro día aproveché para descansar y caminar por el centro sin apuro. Compré media docena de empanadas en La Salteñería que comí en un patio interno pero abierto del hotel (tiene tres patios contando el de la pileta). Baratas y jugosas en horno de barro.
Después fui al Museo de Antropología, uno de los pocos que no conocía. Por el tema de la pandemia hay que pedir turno para ingresar a los museos. Yo había pedido un turno por email. Es un museo pequeño, pero no por eso deja de ser interesante si a uno le gusta la arqueología. Dado que el museo está a pasos del Monumento a Güemes, aproveché para sacarme unas fotos. Había visto el monumento de pasada en un City Tour en 2012. Esto era distinto. Luego caminé hasta la feria del Parque San Martín. Una opción para compras de artesanías. De ahí fui al Mercado San Miguel donde compré algunas especias.
Luego probé un helado artesanal en Rosmari. Tiene muchos gustos. El de manzana me encantó.
Cené nuevamente en el patio del hotel lo que había sobrado del mediodía junto con la ensalada de frutas. Al otro día tendría que levantarme bien temprano: mi viaje por la Puna estaba a punto de empezar.
Desde hacía años quería conocer el Cono de Arita, una formación piramidal de unos 200m de altura en medio del salar de Arizaro. La población más cercana, Tolar Grande, se encuentra a 80km del cono. No es fácil llegar hasta ahí salvo que tengan una 4×4. Yo contraté un tour de tres días con De Altura, una agencia de turismo que recomiendo por el compromiso con el que se manejaron. En este momento no es posible ir en transporte público. Antes de la pandemia se podía ir a Tolar Grande en micro desde San Antonio de los Cobres y, desde ahí, ver de arreglar con un guía. Igual no sé si recomiendo esta opción. Tolar Grande no es un pueblo dedicado al turismo sino a la minería (fuente principal de ingresos) y no sería raro que al llegar a Tolar se encontraran sin nadie que los llevara al cono. ¡Y son 80km de desierto!
El guía, Renato, pasó a buscarme a las 7:30. Recogimos a la otra chica con la que compartiríamos el viaje y partimos. Compramos facturas en Campo Quijano e hicimos una parada en Santa Rosa de Tastil para visitar el sitio arqueológico pre-incaico. Hermoso lugar. Allí se observan las piedras campana que, al tocarlas, suenan como campanas. Argentina no tendrá ruinas tan impactantes como las de Perú o México, pero tiene lo suyo.
Almorzamos en San Antonio de los Cobres, en un restaurant llamado Club General Güemes. Yo comí un tamal y tres empanadas de llama. Sí, empanadas de llama. La verdad es que su gusto no era diferente al de la carne de vaca. Seguimos viaje hacia la Puna salteña, adentrándonos más y más en el oeste. Ascendimos hasta los 4560m en Alto Chorrillo. Pasamos Olapato y una planta de energía solar. Entramos en el salar de Pocitos y atravesamos el desierto del Diablo y Siete Curvas. Todos paisajes espectaculares. Finalmente llegamos a Tolar Grande a eso de las 18h. Me dolía la cabeza, signo de que me había apunado.
Nos alojamos en la Hostería Andina, un hospedaje municipal y muy lindo que posee habitaciones con baño privado. Tiene pocas habitaciones así que es importante que reserven con tiempo. Mi cuarto era amplio, con televisor con Direct TV y buena ducha caliente. No tiene internet, así que uno tiene que conectarse al wifi gratuito de la Municipalidad. Yo conseguí señal en la puerta de la hostería y en la recepción. No incluye desayuno, pero hay una pava eléctrica, tazas, azúcar e infusiones para prepararse algo. Como no sirven nada es conveniente llevarse galletitas o facturas (ahora entienden la razón por la que pasamos por una panadería en la ida). La hostería está muy limpia y es cómoda.
Como me dolía la cabeza, preferí quedarme sin cenar. Me tomé una cafiaspirina (uno de los componentes del remedio para el apunamiento) con té de coca. En el almacén adonde compré agua mineral me prestaron un poco de alcohol y me dijeron que lo oliera, que iba a hacerme bien. Les hice caso. Tardó un tiempo, pero se me pasó el dolor y pude dormir aunque no muy bien.
Al día siguiente salimos a conocer los alrededores de Tolar. Primero fuimos a los Ojos de Mar, tres lagunas donde se encuentran unos de los pocos estromatolitos vivos (cianobacterias) de la actualidad. Cuando llueve los salares (y los Ojos de Mar) se ven como enormes espejos. No fue el caso. Igual su color turquesa en medio de un paisaje blanco y rojizo es de película.
De ahí al Arenal, una duna entre montañas. Daba para hacer Sandboard si no fuera porque ninguno tenía fuerzas para subir por la arena. A 3500m de altura bastante que caminábamos despacio.
Almorzamos. Compré pan, atún y tomate y me hice un sandwich. Salimos de nuevo después de comer. Esta vez fuimos hacia el Cono de Arita. ¡Qué emoción! Ingresamos en el Salar de Arizaro, el más grande de Argentina y el tercero de los Andes después del de Uyuni (Bolivia) y del de Atacama (Chile). Hacia la derecha el volcán Llullaillaco, una de las cumbres sagradas de los pueblos originarios (en su cima se encontraron las famosas momias que ahora descansan en el Museo de Alta Montaña de Salta). Se trata del segundo volcán activo más alto del mundo. Hacia la derecha, el Cono de Arita, una geoforma de origen volcánico.
Nos quedamos un rato sacando fotos. Es muy difícil acercarse porque se encuentra en medio del salar y es muy complicado caminar sobre esa superficie corrugada y áspera, con aristas filosas que parecen de piedra porosa. Al no haber llovido, semejaba más roca que sal. Me hubiera gustado tener un dron. Es increíble que exista una pirámide así en medio de un mar de sal.
Volvimos y traté de descansar un poco. Más tarde salimos a caminar por el pueblo hasta la estación de tren. Cenamos en el Comedor del “Almacén Lili” (una construcción rosa): sopa, estofado de pollo con arroz y postre. Volvimos a reunirnos con el guía que nos llevó a un kilómetro del pueblo a ver las estrellas sin la interferencia de las luces de Tolar. La Vía Láctea se veía tan clara que era impresionante. Pasaron dos estrellas fugaces. ¡Un deseo! Fue mágico. No hay nada como la inmensidad del cosmos para curar una larga cuarentena en la ciudad. Volvimos al hotel con frío pero felices.
Otra vez me costó dormir por el dolor de cabeza. Más cafiaspirina. A las 9 abandonamos Tolar Grande. Era el momento de volver. Paramos en los Ojos del Salar Pocitos para sacar fotos. Es mejor hacerlo por la mañana porque a la tarde se levanta viento y pierden encanto. Caminé un poco por las Siete Curvas. Vicuñas, zorros.
Paramos nuevamente en San Antonio de los Cobres para almorzar. Preferí no hacerlo para no empeorar mi dolor de cabeza. Sólo probé un postre llamado “anchi“. La verdad es que es muy rico y refrescante. Tengo que buscar la receta y prepararlo.
Comenzó a caer agua nieve. Nos detuvimos en Campo Quijano para fotografiar la antigua locomotora y seguimos hasta la ciudad de Salta. Volví al hotel aunque a otra habitación, una con una mesa y con vista a un pasillo abierto. Cené en Sueños de Salta pollo a la plancha con papas fritas. No me convenció.
Mi viaje a Tolar Grande y la Puna fue una experiencia maravillosa. Me queda terminar de conocer la Puna catamarqueña.
DATOS:
- Museo de Antropología: [email protected]
- Si les interesa, pueden averiguar en el hotel dónde comprar la tarjeta Saeta. Se puede cargar por Mercado Pago. Yo la compré en un kiosco cerca del Convento San Bernardo.
- En Tolar Grande también es posible alojarse en casas de familia o en el Refugio Municipal con baño compartido.