Los mayores problemas que tenemos es la incapacidad de hacer un diseño inteligente de partida y en vez de eso adaptamos soluciones evolutivas. Lo que hacemos, por tanto, es adoptar soluciones que aquí y ahora están bien aunque no lo estarán en un futuro; y cuando las circunstancias cambian y los problemas aparecen hacemos variaciones a partir de las soluciones vigentes para encontrar nuevas soluciones que aborden nuestro problema satisfactoriamente. Tal aproximación, por lógica que parezca, puede llevarnos hacia una colisión inevitable contra un escollo que se encuentra al final de la cadena evolutiva que hemos seguido; y que si hubiéramos podido ver el problema en su conjunto hubiéramos podido escoger otra solución siguiendo un rumbo perfectamente diferente.
Este tipo de lógica evolutiva (o más bien, de huida hacia adelante) está presente en muchos problemas que hoy abordamos desde la tecnología. Introducimos tecnologías que resuelven problemas sin darnos cuenta de que esas mismas tecnologías introducen otros problemas para los cuales proponemos más tecnología y así sucesivamente, hasta que chocamos contra los límites de nuestro ingenio o de los recursos disponibles. Este problema se engloba dentro del llamado Principio de las Consecuencias Imprevistas, que fue introducido por el sociólogo Robert Merton el siglo pasado. Veamos ahora un ejemplo práctico.
Sabemos que a día de hoy hay un problema grave con el diésel: la producción mundial de diésel podría haber llegado a su máximo en 2008 porque, a pesar de que esos sucedáneos de petróleo a los que llamamos “otros líquidos” han conseguido disimular la caída de la producción de petróleo crudo, el hecho es que para hacer diésel hace falta petróleo crudo y además la mezcla que se usa para refinar diésel tiene que tener cierta proporción de petróleo ligero, del cual cada vez hay menos (Irán ya no produce, Venezuela produce muy poco y en Arabia Saudita comienza a escasear). Todo esto ha hecho que la producción de diésel se esté resintiendo ya: algunas refinerías en el mundo occidental están haciendo grandes inversiones para adaptarse a la falta de petróleo ligero y a los altos costes de la materia prima y de la energía (vean aquí un ejemplo en el Reino Unido) mientras que muchas otras refinerías directamente cierran (pueden encontrar una lista en esta página web). En suma, la por fin reconocida llegada del peak oil ha generado muchos efectos no lineales en nuestro complicado mundo, y entre ellos el cierre de refinerías y la disminución aún mayor del acceso a los combustibles.
Uno de los aspectos reconocidos que han hecho más grave esta crisis del diésel es el cambio histórico de coches de gasolina por coches de diésel en Europa durante las últimas dos décadas. Tal movimiento ha respondido a una lógica evolutiva, del mercado: dado que de manera natural se producía en las refinerías una cierta cantidad de diésel y el diésel de automoción tiene mejor economía de combustible que la gasolina, de manera natural el mercado ha tendido a buscar un hueco al relativamente más abundante y más económico diésel. Como ven, todo lógica evolutiva y todo libre mercado.
Sin embargo, por las razones explicadas más arriba la llegada del pico del diésel se ha anticipado a la del pico de la gasolina y en este momento se ve el error de haber fomentado tal dieselización masiva del parque automovilístico. Llegados a este punto, ¿qué podemos hacer? Volver a la gasolina no es fácil: los motores de diésel no son compatibles con la gasolina, y forzar un cambio masivo de vehículos particulares en medio de una crisis que justamente está acarreando una caída de ventas de coche no parece ni fácil ni muy popular. Por otro lado, dejar que el libre mercado regule esta situación tampoco es la mejor opción, puesto que el transporte por carretera y la maquinaria en general usan el mismo tipo de gasoil; ya está habiendo problemas con el transporte por carretera, que se está desplomando por los altos costes del transporte y la caída de la demanda de productos, como para permitir que se agrave aún más y acabe disparando la inflación, lo que traería una mayor caída del consumo y el agravamiento de la crisis. En suma, hemos llegado a un callejón sin salida: cualquier opción que se escoja provocará muchas consecuencias desagradables. Vamos en rumbo de colisión inevitable.
Es significativa la evolución del Gobierno francés respecto a este problema. A mediados del año pasado hubo cierto revuelo y debate público incubado por los medios de comunicación sobre la conveniencia de arrinconar el diésel, al menos en las grandes ciudades. De acuerdo con el relato que repitieron machaconamente los medios de comunicación galos, un nuevo informe de la Organización Mundial de la Salud ratificaba lo nocivo que es para la salud los gases de los motores de diésel, y eso abría el debate “urgente” sobre la necesidad del cambio. En realidad, desde hace varias décadas se sabe que los motores de diésel son más contaminantes que los de gasolina, a pesar de las muchas mejoras significativas que se ha hecho en su ingeniería; por otra parte, en Francia como en el conjunto de la OCDE (y no hablemos ya de España) el tráfico rodado ha disminuido como consecuencia de la crisis, lo cual retrae relativamente la urgencia de este debate (al menos desde una perspectiva política; el tema de la contaminación del diésel es ciertamente serio y debería haber sido abordado seriamente hace muchos años). Por tanto, da más la impresión de que este debate espoleado por los medios obedece a la necesidad de trasladar a la ciudadanía la necesidad de deshacerse del diésel aunque los motivos reales de esta necesidad se presentan maquillados.
Casi un año después, el Gobierno francés aún sigue deshojando la margarita, sin saber muy bien por dónde tirar. Saben que quieren deshacerse del diésel, pero dentro del Gobierno galo hay sensibilidades contrapuestas sin que nadie sea capaz de proponer un plan realista y viable para hacer ese abandono. Tal impasse ha llevado a algunos hasta hacer bromas sobre la supresión radical del diésel en Francia (inocentada de la que erróneamente yo mismo me hice eco). Mientras tanto, la disponibilidad de diésel sigue bajando, se prevén nuevos cierres de refinerías este año y la situación es cada vez más apurada… pero no hay ni un solo avance.
Un Gobierno debidamente informado hubiera tenido 40 años para anticipar este problema, y la sociedad hubiera podido adaptarse paulatinamente y con cierto éxito. Tal estrategia es la que se conoce como “diseño inteligente”: se ve el problema en su globalidad y se diseña la mejor respuesta, con una monitorización constante del resultado. Sin embargo, la estrategia que hemos seguido es la de la respuesta evolutiva: ir dando respuestas a los problemas que se iban presentando, uno por uno, hasta llegar a un callejón sin salida (como el que se puede estar presentando ahora en Venezuela o en Egipto). Es la estrategia del corto plazo, del beneficio inmediato. Éste es el producto de la lógica de lo que llamamos libre mercado.
La estrategia evolutiva se puede comparar a una escalera que construimos añadiendo un peldaño cada vez; escalera que vamos remontando sin tener garantías de llegar a ninguna parte en concreto. Y a veces estas escaleras acaban abruptamente, precipitándonos la vacío. Esto también pasa con la evolución de las especies: que a veces se llega a puntos muertos, y las especies asociadas se extinguen. Aquí se ve, una vez más, la lógica perversa de imponer una cierta concepción del darwinismo a la esfera social, y es que la selección del más apto en cada momento no es una garantía de éxito, sino que a veces lo es de un fracaso final y definitivo. Lo más cruel de este fracaso total -la extinción- es que es la coronación de una larga sucesión de éxitos.
Si queremos pervivir como especie, si queremos darle una continuidad al experimento humano, tenemos que intentar superar la lógica del cortoplacismo y encarar los problemas globalmente. Toda la gente que propone pequeños parches (esta nueva fuente de energía aquí, esta nueva fiscalidad allá…) para “resolver el problema” no se dan cuenta que la clave está en “replantear el problema”. Y el primer paso es decir la verdad, cruda, a la cara. Y el segundo, pasar a la acción.
Esperanza ?