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Existen pocos países que sientan una devoción tan absoluta por un autor nacional como la que sienten los rusos por Pushkin. No se puede comparar esta devoción con la gloria de esos profetas llamados Cervantes, Shakespeare, Twain o Balzac en sus respectivas tierras, pues siempre habrá algún español que se enorgullezca de no haber leído el Quijote, o un inglés que piense que Shakespeare es un muermo. Pushkin, pues, de quien se dice que renovó, o, yendo aún más lejos, fundó la lengua literaria rusa, hizo en realidad algo mucho más difícil: unir a crítica y lectores a lo largo de dos siglos, y contando, en el elogio más superlativo a toda su obra.
Es habitual que, al hablar de Alexandr Serguéyevich, en primer lugar se recuerde que murió en un duelo, y en segundo lugar, se lamente que sólo se hable ruso en Rusia, pues eso, dicen, nos priva de apreciar los versos de nuestro bardo en todo su esplendor. No sorprende, por tanto, que su popularidad fuera de Rusia se deba más a sus relatos, algunos tan conocidos como "La dama de picas", sus novelas en prosa, como La hija del capitán, o a su gran novela en verso Eugenio Oneguin, en la que argumento, personajes y el espíritu del romanticismo compensan la pérdida de la magia del verso ruso. No nos paramos a pensar que poco contribuye a la popularidad de Pushkin la ignominiosa ausencia de obras como Ruslán y Liudmila en nuestro mercado editorial. En efecto, si los datos no me engañan, no existe ni una sola traducción de esta obra al español.
Frontispicio de la primera edición
El Pushkin que escribió Ruslán y Liudmila era poco más que un mozalbete lenguaraz, mujeriego, amante de la juerga, y con el descaro del niñato que, además de pertenecer a la alta aristocracia, tiene una formación humanística que ya quisiera para sí más de un catedrático de nuestras universidades. En el Liceo Imperial de Tsárskoye Seló, nuestro héroe no hizo sino consolidar su conocimiento de los clásicos que ya había iniciado desde niño en la inmensa bilioteca de su padre. Y como no sólo de Virgilio, Dante y Byron vive el poeta, su abuela materna, una humilde campesina, le había abierto desde la cuna la imaginación a la magia de los cuentos populares rusos.
Algunos de los motivos más populares de esos cuentos están ya presentes desde el mismo prólogo, que se nos antoja más bien una dedicatoria a ese mundo mágico de cabañas sobre patas de gallina, baba-yagas viajando en sus morteros, lobos, rusalkas y un gato atado con una cadena a un roble, al que da vueltas y vueltas, y le cuenta al poeta la historia que viene a continuación...
La imagen más emblemática del Ruslán
Digamos de entrada que el поэмa ruso abarca un terreno diferente del poema español. Un поэмa es una larga narración en verso, mientras que lo que nosotros solemos entender como "poema", en la lengua de Putin suele llamarse стихи, es decir, versos. Pushkin fue un genio en ambas formas, pero, volviendo a la difiucltad de traducir poesía, es cierto que la belleza, el ritmo, la creatividad y la sorprendente sencillez de sus versos sólo la pueden disfrutar al cien por cien los hablantes nativos.
Los pechenegos masacrando a las huestes de Sviatoslav I de Kiev
Así pues, dividido en seis cantos, Ruslán y Liudmila es el primer поэмa de Pushkin y está considerado un cuento de hadas épico. La historia, situada en esa fascinante época que fue la Rus de Kiev y durante el reinado de Vladimir el Grande, se abre en el palacio de éste, donde se celebra la boda de Liudmila con el gallardo y apuesto guerrero Ruslán. El matrimonio, sin embargo, no puede tener peor comienzo, pues justo cuando Ruslán, arma en ristre, se dispone a consumarlo, una extraña presencia llena la habitación y entre rayos y centellas se lleva a Liudmila y deja a nuestro héroe con dos palmos de... narices. No es de extrañar que, aparte de las críticas que cuestionaban su estilo y temática, la obra fuera recibida entre acusaciones de obscenidad.
Con la desaparición de la dulce y virginal Liudmila, comienza la aventura de Ruslán y otros tres guerreros llamados Rogday, Ratmir y Farlaf, y comienza, sobre todo, la aventura del lector. Una vez más, nos encontramos con un clásico aparentemente soso y dulzón, valga la contradicción, y que en realidad es un polvorín de magia, acción, fantasía y un surrealismo que llega a ser casi grotesco.
La bruja Naina se aparece a Farlaf
Pushkin se inspiró para esta obra en, por decirlo en una palabra, todo. Todo lo que había leído, desde los clásicos griegos y latinos hasta la literatura rusa contemporánea, pasando por las obras de Byron o Voltaire, sale a relucir en esta extraordinaria parodia, porque, en esencia, eso es lo que es. Lo que más destaca en ella, no obstante, es la parodia de las obras de caballerías, sobre todo del Orlando Furioso. Este tipo de obras, con caballeros andantes, doncellas prisioneras y perversos brujos, gozaba de cierta popularidad en la literatura de la época, pero Pushkin añadió algo hasta entonces inédito en esos tristes intentos de épica pergeñados por sus contemporáneos rusos: el humor. Ruslán y Liudmila está preñado de humor, ironía y autoparodia desde el primer hasta el último verso, y, como suele suceder con las grandes obras clásicas, es una obra de lectura fácil, apasionada e, insisto, divertida.
Preciosas escenas de la versión cinematográfica de la obra, de 1972
La incontenible fuerza visual del Ruslán ha creado imágenes inmortales que todo ruso conoce. Una de ellas es esa cabeza gigante que Ruslán se encuentra en un campo de batalla. Sorprendido, pero no mucho, el héroe le mete la lanza por el agujero de la nariz para hacerle cosquillas. A continuación escucha maravillado su trágica historia y jura venganza. Otra de esas imágenes emblemáticas podría ser cualquiera de las intervenciones de Chernomor, el perverso mago enano. Desde su entrada en escena, cuando una fila de sirvientes negros entra en el dormitorio de Liudmila transportando sobre unos cojines la barba de Chernomor, tras la cual aparece su dueño, hasta el impagable duelo entre Ruslán y el enano, con éste volando por los aires y el héroe agarrado a su barba, y que podéis ver en la primera ilustración de esta entrada, pasando por Ruslán llevándoselo metido en su faltriquera, esta obra rebosa imágenes icónicas en la cultura rusa.
Vladimir el Grande, Gran Príncipe de Kiev
Aparte de toda la historia de la literatura occidental y rusa, la otra gran fuente de inspiración en esta obra de fantasía es, curiosamente, la historia. Así, por ejemplo, los nombres de muchos de los personajes están sacados de la Historia del estado ruso, de Karamzin, del mismo modo que algunos de los hechos narrados tienen una incuestionable base histórica. Entre éstos destaca el asedio a la ciudad de Kiev por parte de los pechenegos, que tuvo lugar en repetidas ocasiones hacia finales del primer milenio. Los pechenegos eran un pueblo seminómada que hablaba una lengua emparentada con el turco, y que habían ido avanzando desde Asia central hasta Bulgaria, Hungría y Ucrania. Sus enfrentamientos con la Rus fueron constantes, y se dice que tras matar a Sviatoslav I de Kiev, padre de Vladimir I, personaje del Ruslán, se hicieron un cáliz con su cráneo. La escena final del poema se centra en la lucha de Ruslán contra los pechenegos que asedian la ciudad.
Pushkin recitando ante Derzhavin
Hablaba más arriba del Pushkin que escribió Ruslán y Liudmila, que era un hombre muy diferente del hombre que escribió el epílogo, varios años más tarde. El joven poeta apasionado, amante del vino, del juego, de la risa y de las mujeres se ha convertido en un hombre maduro, con no menos pasión pero sí con la carga del desencanto encima. Pushkin, que siempre combinó su innata rebeldía con su proximidad al zar, y a quien de hecho el zar mismo protegía y censuraba, había visto a algunos de sus amigos ejecutados o exiliados por haber tomado parte en la Revuelta Decembrista de 1825. Ahora, lejos de los salones de Petersburgo, donde antaño deslumbrara a todo el mundo literario y sedujera a todo el mundo femenino, desde una curva del Cáucaso, triste y solo el poeta recuerda a la última rubia que vino a probar el asiento de atrás.