Revista Arte

Rusos blancos, tiempo de nísperos: un canto a la insalubridad del amor

Por Asilgab @asilgab
RUSOS BLANCOS, TIEMPO DE NÍSPEROS: UN CANTO A LA INSALUBRIDAD DEL AMOR Decía Óscar Wilde que: "hay que elegir, aunque lo importante es saber lo que se quiere". Esa insatisfacción que va unida a la búsqueda de un lugar en el mundo, nuestro lugar, es la que impregna las letras de este Tiempo de nísperos que, para Rusos Blancos, se convierte en una suerte de leitmotiv al estilo de la melancólica y enigmática novela El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. En el caso de Rusos Blancos, las líneas no son tan rectas como deberían, ni la expresión de los sentimientos tampoco, y así, un “te quiero” se convierte en un “puta”, en un claro ejemplo de la guerra sentimental en la que se encuentra el protagonista de las letras del disco; pues hace del amor un poderoso combinado cargado con mucha ironía y unas gotitas de acidez. Porque ese distanciamiento entre ficción y realidad, es el segmento, extenso en unas ocasiones, y muy corto, en otras, por el que se mueven como pez en el agua las canciones de este disco, que ahora sí, es toda una declaración de los derechos de la marca Manu Rodríguez reconvertida en Rusos Blancos. Un posicionamiento que habla de la madurez del grupo, y no sólo en las letras, pues su música y sus melodías ganan muchos enteros, justo aquellos que les proporcionan una mayor participación de todos y cada uno de los miembros de la banda, a los que su productor, Paco Loco, de nuevo ha sabido aunar en una sinfonía perfecta, en la que los teclados se mezclan con los violines, y las guitarras se desperezan en cálidas armonías con el bajo o la batería. Esta fusión de sonidos, nos lleva sin dilación hasta el sol y la dejadez romántica del Puerto de Santa María… el influjo de Julio de la Rosa, y por ende, el acierto a la hora de elegir grupos de Ernie Producciones, un sello que desde el noroeste español nos regala una variada y rica amalgama musical bajo la batuta de Josiño Carballo y Arturo Enríquez, que conforman uno de los grandes tándem de la música indie española actual, pues su máxima es el buen gusto por la música, sea ésta del estilo que sea.
Rusos Blancos ha elegido como inicio de esta expresión de la insalubridad del amor el tema titulado Dudo que el amor nos salve, una canción que se comporta como hilo de unión entre su anterior trabajo y el actual, eso sí, con un toque shoegaze al final de la misma como queriendo ser testigo de su oscuridad que enseguida se rompe como un arco iris que sale en mitad de la tormenta con Orfidal y caballero que, aparte de un título cargado de ironía, es una bocanada de aire fresco y de la alegría sonora que rodea a buena parte de los temas del disco (a pesar de su estribillo: “soy un hombre triste”), pues esa es una de las nuevas características del CD, su cargado tono festivo en contra de unas letras que se mueven entre la causticidad y el desasosiego. Lo que se corrobora con Baile letal 3 (primer single), pues se desarrolla bajo las coordenadas sonoras patrias de Aerolíneas Federales con grandes dosis de la sofisticación acústica de Blow Monkeys y su atrayente cantante, Dr. Robert, factótum de una elegante forma de hacer y expresar buena música allá por finales de los ochenta, que en el caso de Rusos Blancos se traduce en una mordaz pista de baile con los antiguos novios de la chica en cuestión (original puesta en escena de la letra cuando menos). Una carta de presentación inmejorable para la gran canción del disco, que no es otra que Hogareña que, bajo el influjo hipnótico de una potente base de ritmos, despliega un pegadizo alarde de buenas sensaciones sonoras (“a veces aún me pongo tus calcetines”, nos recuerda Manu) que se hacen con toda nuestra atención desde la primera audición, sin duda, una gran acierto que les debe servir para tener un mayor número de seguidores (con un marcado ritmo a lo Pulp Fiction donde destacan unos inmejorables teclados). Un ejemplo de buena música pop que de nuevo se vuelve a traslucir en Oro, disfruto, donde las cadencias shoegazes atacan de nuevo en una espiral muy acertada (“nunca disfruto de nada en realidad”), y que en La playa de los locos se transforma en una melodía evanescente a lo Boat Beam, o si nos vamos más atrás en el tiempo, en un magnífico recordatorio de las enigmáticas melodías de Cocteau Twins que le sirven a Rusos Blancos para demostrarnos el nivel de compenetración de toda la banda.
Y si Julio de la Rosa les hace los honores en la hoja de promoción de su nuevo disco, Rusos Blancos le devuelven el favor con Bonito cortejo, pues esta canción es deudora de la singularidad compositiva y musical del gran maestro de las bandas sonoras de una parte del cine español y de una forma inteligente de ver e interpretar la música dentro del panorama indie español. Un destello que, se convierte en una sinfonía de luz y sol muy años setenta en Marina, en la que la melodía nos invita a navegar y perdernos por las aguas que nos proponen los madrileños Rusos Blancos (todo un acierto festivo que nivela la desazón de temas anteriores). Melodías que expresan la más que acertada versatilidad del grupo madrileño que se vuelve a poner de manifiesto en una experimental Se me enamoran, donde los ritmos entrecortados se funden con toques jazzies profundamente elegantes que conjugan a la perfección con un: “No es lo mismo amar / que buscar compañía” marca de la casa, y que nos trasladan a esa puerta de atrás de los club de jazz de los gloriosos años veinte, estilo El Gran Gastby de Scott Fitzgerald. Un glorioso antefinal que desemboca en Algunas cosas sobre mí que aprendí estando contigo, tema que, aparte de servir para cerrar el disco, también es la herramienta necesaria para juntar el círculo abierto por Rusos Blancos, en una tesis musical y existencial que tiene mucho de cántico a la insalubridad del amor, porque tal y como se canta en la canción: “decidí vivir mi vida/ con el simple objetivo/ de ser feliz,/ y si te quedas conmigo/ espero lo mismo de ti”.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel

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