Ser moderno nunca ha sido fácil. Se ha de ser un coolhunter o, lo que es lo mismo, estar a l’aguait de las última tendencias. Saberlo todo acerca de gastronomía, cultura, planes de ocio alternativos ¡con niños! e invertir una pasta en ropa, sin que se note. Vivir en un barrio multicultural, céntrico y molón… hasta que se gentrifica.
Últimamente no deja de escuchar el término que viene ser algo así como morir de éxito. El último en hacerlo en Valencia, ya lo habrán adivinado, Russafa.
Gentrificación viene de la voz anglosajona “The gentry”, que se podría traducir por los burgueses. Así las cosas, este proceso sería la transformación que sufre un barrio en el que los vecinos habituales son invadidos y/o sustituidos por otros. El tránsito es paulatino. Primero se muda gente joven, con una gran capital cultural pero sin demasiados recursos, a un barrio deprimido porque los alquileres son económicos. Les gusta el barrio, compran y viven en él y lo hacen florecer a pesar de que sus pautas de consumo son diferentes. Pequeños comercios detectan estas necesidades y aparecen las primeras tiendas diferentes, modestas pero coquetas y los bibliocafés. Esto atrae a nuevos vecinos. Las inmobiliarias comienzan a frotarse los ojos y las manos. Y los precios comienzan a subir.
Foto: visitaruzafa.com
Con la especulación, llegan nuevos vecinos al barrio, con mayor poder adquisitivo. Hay gastrobares, tiendas vintange y de compraventa de bicis, everywhere. Ya es oficial. El barrio se pone de moda. Imposible aparcar o encontrar una mesa en un restaurante decente. Aparecen las franquicias. El tejido social poco a poco desaparece porque los nuevos vecinos utilizan el barrio como dormitorio. Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Una bonita trampa en la que los vecinos de toda la vida asisten atónitos mientras pierden calidad de vida y servicios.