NOTA DEL AUTOR: (EL NOMBRE DE LA LOCALIDAD ES SAARLOQ, HAY UN ERROR EN LA TRANSCRIPCIÓN DEL TÍTULO).
SAARLOQOtro nombre precioso para un pueblo mudo y de belleza sin admiradores que la adulen. Un pueblo fantasmal, al cual llegamos atravesando una niebla vitanda ( espantosa, abominable ) y un bosque de montañas heladas que aparecen de repente como cadáveres de seres mitológicos. La zodiac se abre paso. Vamos todos muy quietos y callados, pues la situación es algo tensa en ese mar ciego sembrado de icebergs.
Un puñado "invisible" de familias viven en este pueblo de relato de terror. Eso sí, la vista es preciosa. Casas de colores de maderas vetustas, desvencijadas, descoloridas, recién reparadas o en estado de abandono permanente.
Al igual que en Narsaq, aquí hay un mercado Pilersuisoq, esos lugares de género heterogéneo donde puedes sorprenderte descubriendo que frente a los limones y las manzanas verdes te venden una moto o un rifle para abatir bisontes...
Me he colado brevemente en la casa comunal. Todo muy ordenado y limpio. La radio está encendida y la televisión también, pero ni rastro de gente. Tampoco hay nadie en la pequeña y coqueta iglesia de madera. Todo limpio, como recién pintado. Allí adentro se respira una tranquilidad balsámica, de esas que te hacen reconsiderar tu posición en la vida; esas vidas presurosas que llevamos para tenerlo todo y al mismo tiempo no tener lo esencial: tiempo para vivir, para llevar a cabo tus sueños, para saborear el paso del tiempo vivido.
Nos marchamos a Uunartoq. Tres horas de navegación que son mucho menos pesadas de lo que me temía. Acampamos en un lugar idílico y perdido de la mano de Dios, con el regalo cálido de unas pozas de aguas termales, tres en total, muy cercanas. Estas aguas tórridas forman ya en mi recuerdo posos reconfortantes, placenteros, una de esas experiencias de la vida que por muchas tempestades que arrecien uno nunca olvida.
Lo pasamos de fábula allí, claro, nadie quiere salir del agua. Nos cambiamos en unas casetas de madera muy precarias pero útiles, que cumplen su función. Solo una de las tres piscinas termales tiene cantidad de agua suficiente como para darnos "asilo" al grupo sin que colisionemos como sardinas enlatadas. Algunos valientes, con el frío que hace fuera en paños menores, salen a toda pastilla hacia una de las pozas más próxima a la línea de la costa. Es más pequeña, pero el agua está muy caliente allí también. Estamos solos hasta que llegan unos visitantes muy discretos, acompañados de un perro muy simpático pero poco acostumbrado a que los extraños le hagan carantoñas. Rosa se lleva un pequeño susto, lo mismo que el perro en cuestión. Las vistas de los glaciares en la playa de Ippik son una delicia. Este paisaje tan edénico (relativo al paraíso) parece un pedacito de la Patagonia argentina.
Ya de regreso al camping, con sus tiendas de campaña plantadas en medio de una soledad inusitada, nos preparamos para acudir al encuentro de la cena en la única casa habitada de Uunartoq.
El ágape vespertino (de la tarde) es excelente, típica cena groenlandesa que nos sabe a gloria, preparada por unos cocineros magníficos que viven aislados en esta casa durante el estío. La morada en cuestión es pequeña y acogedora. El salmón recién pescado tiene un sabor inigualable.