Revista Cultura y Ocio

Sábado, 2 de enero de 2016: aceptar las críticas

Publicado el 03 enero 2016 por Benjamín Recacha García @brecacha
http://oleismos.blogspot.com.es/

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Hola, Toni.

Te dije que te escribiría antes de fin de año, pero ya ves que se me ha hecho tarde. Tocaría el típico post de balance y de buenos propósitos para 2016 (que lo haré), pero antes quiero tratar sobre un tema literario que me quedó pendiente y no voy a posponer más: las opiniones, valoraciones, críticas sinceras, que no necesariamente negativas ni positivas.

Es una cuestión que ha ido apareciendo en nuestras cartas, pero me apetecía abordarla de forma más extensa porque creo que, sobre todo entre los “nuevos” escritores, existe poca cultura de la aceptación de la crítica no elogiosa.

A ver, a mí me gusta leer comentarios positivos de mis libros. Nunca me tiraré el pegote de decir que a las buenas críticas no les hago caso porque de las que verdaderamente se aprende es de las negativas. Aun siendo en parte cierto (y es una reflexión algo recurrente entre mis artículos sobre escritura), tengo la firme convicción de que todo autor escribe para ser leído y que su principal objetivo, además de expresar aquello que lo empuja a crear, es gustar.

Somos seres orgullosos, con cierto afán de protagonismo y con más o menos pinceladas de exhibicionismo. Quien expone sus pensamientos, aunque sean (aparentemente) ficticios, por fuerza tiene que ser un poco exhibicionista. Nadie expone sus creaciones artísticas con la intención de que la gente no les haga caso o las ponga a parir. Incluso los artistas que pretenden provocar persiguen la satisfacción personal que les proporcionan las reacciones a sus obras.

Dicho esto, creo que los escritores deberíamos ser más humildes y aceptar con normalidad la crítica negativa. Cuando una novela o un relato están bien escritos no debería importarnos que haya lectores a quienes no les gusten. Es más, deberíamos agradecer que haya quien se tome la molestia de, tras haber leído nuestra obra, dedique parte de su tiempo a escribir un comentario en el que exponga sus razones.

Evidentemente, no estoy hablando de las opiniones destructivas, del simple “no me ha gustado” o “es una porquería”. Ahí no hay nada a tener en cuenta. Me refiero a comentarios sinceros, bien argumentados, y respetuosos. Pero aun en esos casos, tengo la percepción de que al autor no le gusta recibirlos, que los considera ofensivos y que el fin último es que otros lectores no compren el libro comentado.

Es posible encontrar ese tipo de críticas referidas a autores de éxito, a los que lo que diga un insignificante lector entre miles les resulta indiferente, pero cuesta mucho más que un bloguero se decida a hacer crítica constructiva sobre algo que ha escrito un colega, uno de esos autores independientes que se lanzan a la autopublicación, por ejemplo, animados por la experiencia de algún conocido de la red.

En parte es comprensible. Yo mismo me he cortado unas cuantas veces. Nadie quiere decirle públicamente a alguien a quien tiene cierto aprecio, aunque no lo conozca en persona, que su novela es muy mejorable. No estamos educados para encajar la crítica.

Sí lo he hecho en privado. Últimamente les he escrito mensajes bastante extensos a dos autoras independientes (una de ellas tiene mucho éxito), en los que exponía por qué no habían acabado de gustarme sus últimas obras. Tengo que decir que la respuesta de la autora que es toda una referencia en la literatura independiente fue exquisita, como ya imaginaba. Por supuesto, que uno de sus libros no me haya gustado no va a significar que ya no quiera leer otros.

Ya ves que incluso ahora estoy siendo muy discreto. Habrá quien piense que está muy bien eso de la sinceridad, pero que cuántas opiniones negativas de mis novelas he compartido yo. Y es cierto, no lo he hecho, porque públicamente nadie las ha escrito (o no me he enterado).

Ya hace cuatro años que empecé a escribir con voluntad de hacer carrera en el oficio y dos y medio desde que me decidí a publicar mi primera novela por mi cuenta. Fue entonces, a partir del momento en que “liberé” El viaje de Pau, cuando empecé a aprender de qué va este negocio, cuando me di cuenta de que escribir un libro es sólo el primer paso de los muchos que hay que dar para que uno pueda considerarse escritor.

Uno de los momentos que tengo marcados en rojo fue la participación en el experimento que me propusieron desde la librería Espai Literari: ‘Apedrea a un escritor’. Me planté ante varios lectores de El viaje de Pau, que tuvieron vía libre para ponerla a caldo. Todo autor debería someterse a un “bautizo” de ese tipo, porque aprendes a relativizar y a mirar tu propia obra desde un punto de vista externo, como si fuera la creación de otro. Te prometo que me ayudó mucho.

Apedrega un escriptor

Obviamente, no puedes tomarte todas las opiniones como verdades absolutas, porque no lo son, ni las negativas ni las positivas. En realidad, no son más que opiniones, de las que hay que saber extraer lo que convenga.

Después de aquello aprendí de veras a valorar los comentarios de quienes hacían el esfuerzo de leer mi libro y dedicarle unas palabras, fuera cual fuera la valoración final.

En este punto es donde debo agradecerte especialmente tus aportaciones. Hemos mantenido una intensa correspondencia virtual a propósito de mis obras, y que las “despedazaras” como lo has hecho me ha acabado de dar el empujón para desapegarme de ellas. Todo escritor debería tener el privilegio de contar con alguien con criterio literario y libertad absoluta para opinar sobre lo que lee antes de poner sus creaciones a disposición del público. Ayuda muchísimo a ver lo que nuestros enamorados ojos de “padre de la criatura” se empeñan en pasar por alto.

Eso es lo que, en teoría, hace una editorial. Yo por ahora no he explorado ese camino, pero me considero muy afortunado por haber contado no con uno, sino con varios editores (también conocidos como “lectores cobaya”), sobre todo para Con la vida a cuestas.

Esa es otra de las cosas que uno aprende cuando se embarca en esta aventura: hay que corregir y editar. Es imprescindible. Que cada uno lo haga de la manera que considere más adecuada, pero si no hay edición, no hay libro. Y me sorprende que tanta gente con pretensión de que lean sus obras las publique sin que hayan pasado por una corrección básica.

Yo cometí ese error con El viaje de Pau, aunque lo subsanara en parte en ediciones posteriores. Soy muy consciente, por muy orgulloso que esté de mi primera novela, y agradezco que haya lectores que me comenten las cosas a mejorar que encuentran.

Un ejemplo concreto. Hace unas semanas me escribió un email Esther Mateos, nuestra apreciada compañera escritora y reseñista (imprescindible su blog ‘Relatos Magar’), en el que hacía un extenso comentario sobre El viaje de Pau, destacando especialmente los aspectos mejorables. Con la mayoría de las cosas que comentaba estoy de acuerdo. Seguramente si me las hubiera dicho hace dos años no las habría encajado con tanta “deportividad”, ja, ja.

Lo que quiero decir es que esa aceptación de la crítica sincera es un buen síntoma para apreciar la evolución como escritor. Si a alguien le duele que le digan que sus personajes no son creíbles o que no consigue cerrar satisfactoriamente las tramas paralelas es que todavía está muy verde. Yo estoy muy lejos aún de poder considerarme un escritor maduro… Buf, no me queda nada por delante… Sin embargo, sí creo haber superado la fase de ver a mis obras como hijos a los que proteger a capa y espada, y a ello ha contribuido decisivamente la crítica constructiva.

Recuerdo las primeras conversaciones que tuvimos al respecto de El viaje de Pau, cómo me costaba imaginar que pudiera recortar un 30% de la novela, como me decías que habrías hecho tú. Entonces el proceso de corrección se me hacía muy cuesta arriba. Me acuerdo que pensaba que antes de escribir maduraba lo suficiente los textos en mi cabeza, así que no había necesidad de darles muchas más vueltas después de haber puesto el punto y final. Afortunadamente, me he dado cuenta de lo equivocado que estaba. En realidad, no creo que se trate de estar o no equivocado, sino de aprender. Creo que he aprendido un poco y estoy absolutamente receptivo a seguir haciéndolo.

Me pregunto, sin embargo, si la mayoría de quienes deciden autopublicar sus obras piensa igual. Voy a continuar defendiendo que cualquiera aproveche las facilidades que proporcionan las plataformas de autopublicación. Sin duda. Pero me duele encontrarme con tantas obras mal editadas. Soy consciente de que en las mías también hay fallos, pero procuro minimizarlos, y creo que se aprecia una evolución a mejor en cada nueva publicación. Me preocupa que los lectores piensen que no me lo tomo lo bastante en serio.

Pero me preocupa también que haya autores que menosprecien el imprescindible proceso que sigue a la escritura de la obra. Quiero creer que buena parte de esos libros de edición poco cuidada son consecuencia de la impaciencia y la inexperiencia de sus autores. Aunque también soy consciente de que existen no pocos lectores muy tolerantes con los errores. ¿Para qué molestarse, pues, en ser “profesionales”?

Aquí se abriría otro largo debate, que, si te apetece, ya abordaremos en otra ocasión. De momento, lo dejo aquí, reiterándote mi agradecimiento por esas críticas constructivas.

Sigo avanzando con mi nueva novela, aunque diciembre no ha sido demasiado productivo. Como sabes, he estado muy pendiente de la actualidad política, y bastante liado con mi vertiente de activismo social. Además, las fiestas no se prestan a conceder mucho tiempo para la creación literaria.

De todas formas, sí que he empezado a pasar los primeros dos capítulos al ordenador, lo que me está permitiendo hacer las primeras correcciones y revisar algunas incongruencias. El proyecto sigue madurando en mi cabeza y adquiriendo consistencia. Creo que será una historia interesante.

Muy pronto adelantaré a los suscriptores de la newsletter de ‘la recacha’ una idea relacionada con la novela, una especie de juego, que espero resulte interesante.

Aquí lo dejo.

Un abrazo, amigo, y ¡feliz 2016!


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