Revista Cultura y Ocio

Sábado, 21 de marzo de 2015

Publicado el 21 marzo 2015 por Benjamín Recacha García @brecacha
Benjamín Recacha

Preparado para debatir sobre autopublicación en Bookcamp Kosmopolis.

¡Hola, Toni!

Se me hace un poco raro escribirte esta carta después de lo mucho que nos hemos escrito por email estos últimos días a propósito de mi nueva novela, Con la vida a cuestas. Ya sabes que aprecio mucho todos tus comentarios, independientemente de que sean positivos o negativos, porque demuestras que te has tomado muy en serio el “trabajo” de revisarla antes de que la publique.

No voy a trasladar aquí el intenso debate que hemos mantenido en privado sobre la novela, entre otras cosas porque revelaría multitud de detalles del argumento que espero quieran descubrir millones de lectores por sí mismos (optimista que es uno). Pero sí me apetece prolongar el debate respecto al proceso creativo.

En tu anterior carta presentaste argumentos de mucho peso en defensa de un modo determinado de afrontar el reto de escribir una novela: la planificación exhaustiva, el tenerlo todo controlado, un conocimiento absoluto del universo que conformará la obra y de sus habitantes, no tanto quizás para evitar desviaciones respecto al plan inicial como para sacar el máximo provecho y productividad a nuestro trabajo. Defiendes que esa manera de crear aporta incluso más satisfacción que el dejarse llevar, porque en esa aparente rigidez es cuando se disfrutan los brotes de espontaneidad. Es decir, que el tenerlo todo controlado puede propiciar el nacimiento de tramas y personajes no previstos sin correr el riesgo de la dispersión y la inconsistencia.

Esa forma de afrontar el proceso creativo requiere una inversión de trabajo previa a la escritura, que aunque pueda parecer tediosa, según explicas, a la larga nos ahorrará tiempo y disgustos.

¿Cómo puedo rebatir algo tan repleto de sentido común? Sencillamente, no se puede.

Estoy de acuerdo con que esa manera de escribir es muy válida. Es la que recomiendan en todos los manuales de escritura escritos por autores/profesores de prestigio, en talleres literarios, en multitud de blogs y webs especializadas… En base a ese método se establecen los criterios de valoración de manuscritos en las editoriales y las críticas literarias. Es EL MÉTODO. Alguien en su momento decidió que eso era lo correcto, que las novelas escritas de esa manera y que cumplieran con el listado de características que se puede encontrar en cualquier buen blog literario que se precie estarían bien escritas, y que las que se desviaran de ello necesitarían ser revisadas.

Me parece correcto. Como en todos los ámbitos de la vida, los humanos solemos necesitar un manual de instrucciones para no tener la sensación de ir perdidos.

En tu carta te apoyas en varias citas de El guion, de Robert McKee, quien, entre otras cosas interesantes, escribe:

«Los guionistas extranjeros han tenido incluso menos oportunidades de estudiar su oficio. Los académicos europeos suelen rechazar que la escritura se pueda enseñar, en ninguno de sus sentidos, y consecuentemente nunca se han incluido cursos sobre escritura creativa. (…) Europa cuenta con muchas de las escuelas de arte y de música más brillantes del mundo. Es imposible comprender por qué se considera que un tipo de arte se puede enseñar y otro no».

Buen debate ese. ¿Por qué un tipo de arte se puede enseñar y otro no? Por supuesto que se puede enseñar a ser músico, pintor, actor, escultor, bailarín, y escritor, cómo no. Es una cuestión de método y técnica. Todo el mundo puede aprender a escribir, a pintar, a tocar la guitarra, a diseñar edificios… Cualquier actividad creativa se puede enseñar. Y de esas escuelas de arte salen artistas extraordinarios. De las escuelas de escritura creativa también salen estupendos escritores, seguro que sí. Incluso leyendo manuales de escritura se puede aprender a ser buen escritor.

Pero (sí, hay un pero) mi impresión, mi sensación (absolutamente subjetiva y posiblemente errónea) es que sin un ingrediente fundamental esos artistas no llegarán jamás a ser virtuosos. Podrán “engañar” al público mediante una técnica fabulosa, incluso emocionar, pero sin talento difícilmente llegarán a ser memorables. Sigo estando convencido de que el talento es lo que marca la diferencia, aunque muchos se empeñen en asegurar (estudios mediante) que el talento no existe.

Ese ingrediente no se puede enseñar ni aprender. Se tiene o no se tiene, y, afortunadamente, es lo que hace a cada ser humano un individuo único e irrepetible. Todos tenemos algún talento/aptitud/habilidad/genialidad que deberíamos poder desarrollar. Lamentablemente, el tipo de sociedad en que vivimos, enfocada exclusivamente en la productividad, no ayuda a ello.

Evidentemente, con el talento no basta. Todas esas técnicas, normas, métodos, deberían ser aliados del talento, pero me da la impresión de que a menudo más que aliarse con él lo que pretenden es encorsetarlo.

Seguramente si yo cursara mil horas de clases de guitarra lograría sacar de ella alguna melodía reconocible. Podría incluso llegar a presumir de saber tocarla. Pero por mucho tiempo que le dedicase, jamás sería un buen guitarrista. El señor McKee seguro que conoce un buen puñado de ejemplos de músicos autodidactas. No creo que se atreviera a considerar, por citar uno, a Jimy Hendrix, un guitarrista incompleto por no haber asistido a clases.

No estoy en contra del método, de las normas/guías, pero no las adopto como una biblia. Reconozco que hay consejos útiles; de hecho, leer, por ejemplo, Para ser novelista, de John Gardner, me resultó útil, o, sin ir más lejos, las apreciaciones que has hecho a mi manuscrito.

Yo tengo mucho que aprender, por más que me considere un escritor intuitivo, y quiero confiar en que cada nueva novela que escriba será mejor que la anterior, pero no me voy a ceñir nunca a la ortodoxia académica. No me siento cómodo con esa forma de trabajar. Puede que para una obra determinada sí planifique hasta el último detalle antes de empezar a escribir, pero porque yo sentiré que es lo que debo hacer en ese momento, no porque haya que “cumplir” con la norma.

Con la vida a cuestas es una novela de personajes. Que sea o no interesante dependerá de que los lectores encuentren interesantes a esos personajes, tanto al protagonista, Alberto, como a los que, más o menos secundarios, van a interactuar con él. Hay una trama principal, que es el proceso de redefinición de Alberto tras perder a su hijo y ser abandonado por su pareja, pero en mi concepción de la novela también eran muy importantes las historias de cada uno de los personajes que van apareciendo, influyan más o menos en la evolución del protagonista. Es decir, el lector que espere un desarrollo tradicional, la historia de un personaje principal que nos guía en todo momento a través de las páginas, quizás haya momentos en que no se sienta cómodo porque otros personajes le discutan el protagonismo.

La he escrito así a cosa hecha, no es que las tramas secundarias se me hayan ido de las manos, que, evidentemente, es un riesgo que se corre al escribir una novela con varios hilos argumentales. Y, siendo consciente de que los lectores son quienes determinan si la ejecución ha sido acertada, en mi vanidad de escritor creo que lo ha sido. Me siento muy satisfecho de mi trabajo. Considero que he escrito una buena novela y que una mayoría de quienes la lean disfrutará de ella. Si no lo creyera así, no estaría ya circulando entre unos cuantos “lectores cobaya”. Tengo un concepto bastante positivo de mí mismo como para dar a leer algo con lo que yo no esté satisfecho. Claro que puedo estar equivocado.

He dicho al principio que no iba a hablar de mi novela en concreto, así que lo haré de otras. De Ofrenda a la tormenta, el cierre de la trilogía del Baztán, de Dolores Redondo. No la voy a reseñar, pero me sirve para apoyar una reflexión acerca de los escritores consolidados, quienes, en teoría, deberían dominar todas esas técnicas y ser capaces de trasladar la buena preparación de su obra al papel. Muchos lectores no estarán de acuerdo con lo que voy a decir, porque Ofrenda en la tormenta es un enorme éxito de ventas y ha acaparado buenísimas críticas, no sólo entre los fans de la trilogía (entre los que yo me contaba), sino también de los “expertos”.

Me sabe muy mal tener que escribirlo, porque El guardián invisible y Legado en los huesos me fascinaron, son dos de las novelas que más he disfrutado en mi vida, pero el cierre de la trilogía es muy decepcionante. Conserva muy pocos de los aciertos de las dos primeras, incluso parece que los personajes hayan perdido frescura e interés, algunos incluso da la impresión de que le sobraban a la autora. Hay montones de parrafadas reiterativas, diálogos y escenas insustanciales, y el final es impropio de un thriller tan bien trabajado en sus dos primeras partes. No podría ser más previsible.

No tengo dudas de que Dolores Redondo es una estupenda escritora. Espero, sin embargo, que dé descanso a Amaia Salazar, la protagonista de la trilogía, y su próximo proyecto sea diferente.

Pronto reseñaré otra novela que acabo de terminar: Colgados del suelo, segunda parte de otra trilogía, El reino de los suelos, de Ramón Betancor, autor canario del que he escrito mucho y bien, porque es un buen ejemplo para cualquiera que empiece en este mundo. No sé cómo concluirá la saga, pero hasta ahora la está conduciendo muy bien. A diferencia de las novelas de Dolores Redondo, cada una se puede leer de forma independiente, con lo que preveo que la tercera no corre el riesgo de defraudar las expectativas. Quizás a la autora donostiarra le haya ocurrido que había creado un escenario tan enorme, con tanta fuerza, que (al menos en mi modesta opinión) le ha superado. Ramón Betancor no ha sido tan ambicioso y, en cambio, sí ha logrado mantener en todo momento su voz, la de sus personajes, y tan importante como eso en un thriller, la incertidumbre hasta el final.

Ramón tiene un estilo único, una prosa casi poética, que dota a sus obras de una gran personalidad. Para mí ésa es, probablemente, la característica más significativa en un escritor. Ya lo hemos hablado en otras cartas. Que el autor esté presente en la novela es fundamental, es lo que a mí como lector me hace despertar el interés, que destaque sobre las impersonales copias de estilo que tanto abundan. Como escritor es lo que persigo, que mis textos sean reconocibles, además de entretenidos, por supuesto.

He elegido un camino a contracorriente en el mundo editorial. Reconozco que recelo bastante de los manuales, pero también de la vía tradicional para asomar la cabeza. Ya sabes que he apostado por la autopublicación, también para mi segunda novela y, de hecho, he empezado a explorar la manera de llegar a las librerías saltándome las barreras que debemos sortear los autores independientes.

Se me ha ocurrido que quizás mis libros podrían estar disponibles en cualquier librería de España sin necesidad de que los tuvieran físicamente. Es decir, cualquiera podría encargarlos en su establecimiento habitual y les llegarían a los dos o tres días. De momento no puedo avanzar mucho más, porque no se trata más que de una propuesta inicial que ya veremos si acaba concretándose. Sería genial, ¿no crees?

He llegado a la conclusión de que la visibilidad en los escaparates es importante, pero más aún lo es contar con buenos prescriptores. Los mejores son los libreros, pero, claro, entre miles de títulos, ¿por qué deberían recomendar los míos? Así que quizás sea más operativo que el trabajo de promoción/difusión/recomendación lo hagamos yo y los lectores satisfechos, y los nuevos lectores irán llegando.

De todo esto hablaré en unas horas en el Bookcamp Kosmopolis. Estoy muy emocionado por participar en un evento tan importante y por tener la oportunidad de debatir sobre los pros y los contras de la autopublicación con gente que sabe de lo que habla, de la que voy a poder seguir aprendiendo, y en un marco tan ideal como el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

Por supuesto, cuenta con que escribiré una extensa crónica sobre ello, espero que con documento sonoro incluido.

Bueno, amigo, me voy a dormir, que mañana tengo que estar fresco como una rosa.

Un abrazo.


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