A alguien se le ocurrió un día que el gusto ácido de los cítricos
podría ser un buen sabor para aplicar en un helado. Y así lo hizo. La
idea gustó tanto que otro alguien intentó replicar ese sabor en un
laboratorio para optimizar procesos de producción y costes. Y así lo
hizo. Y la idea tuvo tanto éxito que se hizo lo mismo con la fresa, el
melón, el pino o la lavanda: intentar copiar un sabor o un olor natural
con químicos artificiales.
Hemos recogido fresas silvestres esta primavera. Resulta increíble, por
genuino, toparse en el paladar con ese sabor sublime de la fresa
original, sin nada que estorbe, sin intermediarios entre el sabor real
de la fresa y las papilas gustativas.
Curiosamente, no hay nada menos parecido al sabor de una fresa que el
sabor a fresa. Si nos paramos a pensar, más que una imitación del sabor
es una referencia creativa que juega en el terreno del imaginario
colectivo. Posiblemente, si le diéramos a probar a un niño un limón no
reconocería que es el referente natural para el sabor a limón del yogur
al que está acostumbrado. Pero si esto es así, ¿por qué seguir
referenciando sabores y olores al mundo natural? ¿Por qué chicles sabor
clorofila y no sabor caroteno, celulosa o miosina, otras biomoléculas
igual de insípidas que la encargada de realizar la fotosíntesis?
Con buen criterio, la vanguardia en cuestiones de sabores y olores
artificiales está comenzando a proponer sabores tan subjetivos como
hasta ahora, pero que no se prestan a confusión. Sabor “nihilista”,
“puesta de sol”, “mondrian” o “karma” son realmente sabores tan
artificiales como los “piña”, “lima” o “lavanda” actuales, pero sin
dejar ninguna duda de que se trata de algo totalmente elaborado por el
hombre.
Desafortunadamente, los sabores naturales no son las únicas ideas
originales que se desvirtúan por el afán de obtener más beneficios. Ya
no sólo tenemos en el coche un ambientador olor “bosque” con forma de
“abeto”, sino que somos capaces de comprar alimentos con forma de
“tomate” que no saben a tomate. Las abarcas menorquinas empezaron a
producirse con residuos de neumáticos y actualmente las podemos comprar
de plástico nuevo con forma de neumático. Lo mismo pasa con los tejanos
previamente desgastados o con los muebles que simulan tener polilla.
Deberíamos entender que cuando copiamos lo auténtico deja de ser
auténtico. Consumamos, cuando podamos, fresas de verdad, tengamos
paciencia si queremos unos vaqueros desgastados y seamos conscientes del
poco valor de las copias baratas de productos, sabores u olores reales.
Imagen de Alan Sailer