El film de Wenders se estrena este jueves.
Tras su paso por la sexta edición del Green Film Fest que terminará pasado mañana, La sal de la Tierra volverá a proyectarse a partir el jueves próximo en Buenos Aires, por intermedio de la misma distribuidora que en 2011 trajo otro hermoso retrato hecho por Wim Wenders, Pina. Como en aquel documental, aquí también el realizador alemán repasa la obra de un artista que admira. En esta ocasión, el referente elegido es el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, autor de una serie de aproximaciones a la condición humana y a nuestro planeta mientras transitan el último cambio de siglo.
Como el documental dedicado a Pina Bausch, éste también es un tributo. Tanto, que Wenders convocó a uno de los hijos de Salgado -Juliano- para colaborar con la redacción del guión. Tanto que la película hace caso omiso a las críticas que Sebastião recibió por su manera de abordar la denominada “fotografía sociodocumental”.
En este vasto artículo que The New Yorker publicó en diciembre de 2002, la ensayista Susan Sontag le reprochó al brasileño que hubiera mantenido en el anonimato a las personas retratadas para el ensayo Éxodos (Migrations es el título en inglés y francés).
Resulta significativo que los débiles no sean nombrados al pie de estas fotos. Un retrato que se niega a nombrar al retratado se convierte en cómplice, acaso inadvertido, de ese culto a la celebridad que alimenta cierto apetito insaciable por la fotografía contraria: garantizarles el nombre sólo a los famosos degrada al resto de las instancias representativas de etnias, ocupaciones, urgencias.
Las fotos de migrantes que Salgado tomó en 35 países agrupan bajo un título único distintas causas y tipos de sufrimiento. Globalizar el sufrimiento de esta manera puede sensibilizar a la gente, pero también la invita a pensar que las desgracias y los padecimientos son demasiado vastos, demasiado irrevocables, demasiado épicos como para que alguna intevención política local pueda cambiarlos. Frente a un tema concebido en esta escala, la compasión se circunscribe a algo abstracto, a diferencia de la política que, como la Historia, es algo concreto”.
A priori, Wenders evita la discusión que podría surgir de estas apreciaciones de Sontag. Sin embargo, es posible que el director haya entrevistado a Salgado -lo haya invitado a comentar su producción fotográfica, a enmarcarla en un contexto histórico general y en un contexto autobiográfico- en parte para ofrecer algo de lo que la escritora estadounidense exigió trece años atrás: precisión de datos en el ejercicio testimonial.
Dicho esto, cabe aclarar que a Wenders parece interesarle menos las realidades exhibidas por Salgado que lo que pasa por la cabeza y el corazón del fotógrafo antes, durante y después de accionar el disparador de la cámara. En otras palabras, el realizador busca retratar al retratista, sin ninguna intención de contrariarlo.
Wenders casi no aparece delante de cámara. Toda la atención gira en torno a Salgado.
Al principio del film, el realizador se declara admirador incondicional de la obra de Sebastião y anuncia su intención de conocerlo en persona para comprender mejor su producción y para intentar desentrañar las raíces de su talento y sensibilidad. Enseguida uno quiere participar de esta aventura personal, estética, existencial, que consiste en mirar fotos extraordinarias y en escuchar anécdotas, opiniones, observaciones igual de enriquecedoras y conmovedoras.
En sintonía con los reparos de Sontag, algunos espectadores percibirán el reflejo de cierta lente occidental, más preocupada por mostrar los rostros y los cuerpos de los desheredados de la Tierra que por presentar un panorama abarcativo de ese padecimiento que la prensa globalizada y globalizadora tiende a estereotipar. Sin embargo, esa misma porción de público debería tener presente que éste es un tributo a cuenta de un admirador.
Wenders consigue transmitir -incluso contagiar- su empatía con un colega que además se revela como un hombre sensible, comprometido, entrañable. En este sentido, La sal de la Tierra es una película absolutamente envolvente, tanto como la personalidad y la obra del fotógrafo homenajeado.