
Aquel tipo brutote que intentaba llevarse a la cama a su amiga Marion Cotillard en Pequeñas mentiras sin importancia o el extravagante cantante de bodas que pugna por quitar el protagonismo a los novios de C´est la vie. El hombre detrás de esos papeles es un tipo larguirucho, francés de padre argelino y madre irlandesa, llamado Gilles Lellouche que consiguió sendas nominaciones a los premios César en la categoría de mejor actor de reparto por ambas interpretaciones. Le ponemos cara porque la audiencia no va a poder disfrutar de su vis cómica en esta película ya que aquí se encuentra tras la cámara. En su segunda incursión en el mundo de la realización, el histrión galo sale bien parado del envite en un trabajo en el que, además, ha colaborado en la escritura del guion.

Se trata de la adaptación libre de una historia real acaecida en 2007 en Suecia. El libreto ha trasladado la acción a la Francia actual (con todo lo que eso conlleva) dibujando unos personajes que guardan una gran similitud con los que nos sorprendieron en la desternillante Full Monty y adoptando un tono de comedia dramática con cierto toque social similar al del filme de Peter Cattaneo. La situación económica actual golpea a estos esforzados y variopintos compañeros de fatigas al igual que los recortes derivados de las políticas de Margaret Thatcher en el Reino Unido de los 80 vapuleaban a los improvisados stripers.

Un parado depresivo, un conserje relegado de sus funciones, un emprendedor a punto de cerrar su cuarto negocio, un roquero trasnochado divorciado con una hija y un encargado de fábrica continuamente estresado y con unas malas pulgas tremendas. No tienen nada en común salvo que se reúnen en su piscina municipal a las órdenes de Delphine, una antigua gloria del deporte local. Ella canaliza su energía en una disciplina hasta entonces eminentemente femenina, la natación sincronizada. Juntos se sienten libres, útiles. Se trata de una idea descabellada pero este reto les ayudará a encontrar significado a sus erráticas vidas.

Lellouche se ha apoyado en un plantel de campanillas en el que ha reunido a amigos y colegas con los que ya había compartido cartel. Mathieu Almaric, Guillaume Canet, Jean-Hugues Anglade y los belgas Benoît Poelvoorde y Virginie Efira. El estilo ágil y desenfadado, subrayado por una banda sonora compuesta por éxitos ochenteros a cargo de Phil Collins, Peter Gabriel o Tears for Fears, hace el resto.

Que la cinta se deje ver fácilmente no quiere decir que no tenga cierto fondo comprometido y emocional. Habla de la crisis y de sus consecuencias pero mantiene un cariz divertido sin dejar de lado los sentimientos y la ternura. Se la podrá tachar de bienintencionada pero el bienestar, las buenas vibraciones, la sensación de satisfacción que aporta a quien la ve y la sonrisa en la boca que no desaparece en todo el metraje es algo que no ofrecen, ni mucho menos, todos los largometrajes que pasan por la cartelera.

Copyright del artículo © Manu Zapata Flamarique. Reservados todos los derechos
Copyright imágenes © TF1 Film Production, Les Productions du Trésor, Studio Canal, VOO. Cortesía de Flins y Pniculas. Reservados todos los derechos.
El gran baño
Dirección: Gilles Lellouche
Guion: Ahmed Hamidi, Julien Lambroschini y Gilles Lellouche
Intérpretes: Mathieu Almaric, Guillaume Canet, Benoît Poelvoorde
Música: Jon Brion
Fotografía: Laurent Tangy
Duración: 122 min.
Francia, 2018
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