Salir a la calle

La UE será la que, in extremis y con pinzas, salve al soldado Ryan, dando un golpe de efecto a la acción inanimada a la que acostumbra. Hoy recorre Europa una ligera brisa de optimismo, lástima que España realizara la subasta de bonos y obligaciones a 10 y 15 años unas horas antes de la decisión y en medio del ataque feroz de los mercados, lo que obligó a fijar un tipo de interés desorbitado para estos tiempos, que hipoteca, más, el futuro a medio plazo.

Hoy los mercados están contentos. Acaban de darse un festín con la promesa de futuros exquisitos bocados. La bolsa sube, el diferencial de deuda baja y los países periféricos toman aire en este extraño verano de turbulencias políticas, económicas y climatológicas. El próximo 4 de agosto, dos días después de que Estados Unidos entre en barrena de no alcanzarse acuerdo para ampliar su capacidad de endeudamiento, España tiene previsto celebrar otra subasta en este casino global. Entonces se verá si la tormenta ha amainado o esto es sólo la calma que precede a la tempestad. Cuanto más llenan titulares los mercados y el rescate griego, ocupando todo el espacio mediático que deja el desaguisado Camps, más confundida y vacía me siento. Es entonces cuando decido salir a la calle en busca de una pizca de realidad, de suelo firme por el que caminar, también en busca de refugio frente a la volatilidad de los mercados y las diatribas de los políticos. La calle, para ellos, sigue siendo territorio comanche, un espacio desconocido y ajeno al que temen. Y tampoco les gusta el viento que lleva de aquí para allá palabras y canciones, que son mensajes.