Hubo un tiempo en que Salobreña fue una isla.
Hasta que las agua del río Guadalfeo crearon un delta que colmató esta tierra fértil y plana, mientras la montaña aislada se fusionó con la península.
En su suelo se contruyó un castillo y luego barrios de arquitectura blanca como la leche.
A mitad de camino entre el mar azul y la montaña ocre, surgida de un manto de cañas de azúcar, Salobreña es una ciudad muy antigua.
Así lo atestiguan barrios como La Loma, El Albaycín, El Brocal y La Fuente.
Alrededor del castillo árabe surgió la ciudadela de abigarradas callejas, escondidos pasadizos y pequeñas plazas.
Una iglesia mudéjar, de puerta rojiza, cobija en su oscuro interior altares donde el vecindario venera viejas imágenes.
La ciudad tiene miradores desde donde contemplar bellas panorámicas. En el Albaycín hay uno. Otro en El Postigo.