Una futura madre británica embarazada de mellizos tuvo que realizar una elección muy difícil, salvar la vida de un mellizo o condenar a muerte al otro. Parece ser que la madre se infectó con el síndrome del eritema infeccioso de un niño que cuidaba. El eritema infeccioso, también denominado quinta enfermedad o enfermedad de la bofetada, dado que la infección cutánea que causa en la cara puede dar la impresión de que se haya recibido una bofetada. El responsable es el virus parvovirus B19, también asociado a otras enfermedades como la anemia aplásica, la artritis o la hidropesía fetal.
El caso es que durante una revisión rutinaria realizada en la 12 semana del embarazo, la madre explicó que había estado en contacto con el niño que sufría el eritema infeccioso, inicialmente su partera no mostraba signos de preocupación ya que un 60% de los adultos son inmunes al virus, y en el caso de que una madre se lo transmitiera al feto existía tan sólo un 5% de riesgo de sufrir un aborto.
Se realizó el análisis correspondiente y se detectó que la futura madre no estaba inmunizada contra el parvovirus. La madre esperaba que el virus no se hubiera transmitido a sus futuros bebés, pero en la 17 semana del embarazo se confirmó que uno de los gemelos estaba infectado y el otro estaba libre de infección, los especialistas propusieron un tratamiento que obligó a la futura madre a tomar una decisión dura y complicada.
El tratamiento consistía en realizar una transfusión de sangre al futuro bebé infectado, aunque había esperanzas el procedimiento no garantizaba que sobreviviera. A esto hay que sumarle que la transfusión de sangre ponía en peligro la vida del futuro bebé que estaba sano. Los especialistas médicos explicaron que el virus provocaría que el cuerpecito del bebé infectado se hinchara con el líquido amniótico y terminaría muriendo por esta razón, esta explicación es dura, es difícil imaginar cómo se sentiría esta mujer, tenía a su hijo en su interior y sabía que se ahogaría y moriría irremediablemente.
Finalmente decidió garantizar la vida del futuro bebé sano rechazando la transfusión y sabiendo cuáles serían las consecuencias. La verdad, es una decisión complicada pero quizá es la más acertada. La transfusión podría acabar con la vida del bebé sano y encima no garantizaba que el bebé enfermo se salvara, por lo que lo más lógico era garantizar la supervivencia del sano ante el riesgo de perder a los dos. Tal y como vaticinaron los especialistas médicos, a las 28 semanas de gestación el feto infectado había muerto, se esperó siete semanas antes de provocar el parto, es decir, la mujer tuvo en su vientre al feto muerto durante ese periodo, difícil ponerse en su piel.
Dwynwen Davies (la madre) asegura que haber dado a luz a su hijo Cadi es lo mejor que le ha ocurrido, pero es una alegría que se empaña por la muerte de su hermana Martha, murió para poder salvar la vida de Cadi. La madre ha querido que su historia salga a la luz para que se conozcan los graves riesgos del síndrome del eritema infeccioso en un embarazo. Un riesgo, por pequeño que sea, no debe ser poco considerado, la partera no le daba importancia pero a la vista está lo que ocurrió. A través de este artículo de Daily Mail podréis conocer todos los detalles de esta historia.
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Salvar la vida de un mellizo o condenar a muerte al otro