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Salvatierra, centinela y llave

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

La fortaleza de Salvatierra[1], sede central de la Orden de Calatrava desde 1198, sufría en 1211 el asedio implacable de los almohades, cuyo emir Al-Nasir Miramamolín había establecido su cuartel general en el vecino castillo de Dueñas[2].

Tras lo altos muros del castillo-convento, no solo se resguardaban los freires defensores, sino también todos los moradores de la puebla.

Salvatierra, centinela y llave
Perdidas las esperanzas de auxilio por la muerte del heredero de Castilla, se fue alargando tanto el cerco que llegaron las nieves y los hielos, a los que los sitiadores no estaban habituados, y menos los de origen africano; con el recrudecimiento de la estación empezaron a escasear las provisiones, así de hombres como de caballerías.

El ejército sarraceno hubo de pasar tantas penurias o más que los sitiados; sobre todo, sufrieron con desmesura los rigores de la intemperie. Muchos perecieron a lo largo de aquel asedio tan pertinaz, y en el campamento almohade cada vez se sumaban más razones para el descontento reinante.

"Ya no quedaban árboles que talar ni animales que cazar en muchas leguas a la redonda; cada vez había que ir más lejos para aprovisionarse, pues no era fácil lograr manutención suficiente para tal muchedumbre. Tanto y tanto se prolongaba el sitio a Salvatierra que vieron como, sobre el pabellón rojo del Emir -a extramuros del castillo de Talŷ (Dueñas)-, una golondrina anidó, cómo puso sus huevos y los empolló; más tarde vieron volar a sus pajarillos, crecer estos y ganar pericia. Y Salvatierra seguía inquebrantable" ( La Cruz y la Media Luna).

Salvatierra, centinela y llave
Entonces apretaron el cerco con porfiado empeño, los ingenios redoblaron su actividad y, además de grandes piedras, lanzaban bolas de hierro, metales candentes, animales muertos y todo tipo de inmundicias. Los arietes se aplicaron a fondo para lograr batir las inexpugnables murallas. Al fin se lograron ver brechas en algunos puntos de los nobles muros y, con la llegada de la primavera, advertíanse indicios de que los defensores de la fortaleza de Salvatierra se veían ya en gran apuro. Empeoraron sus duras condiciones de vida: los víveres y el agua empezaban a escasear y, por tanto, a ser racionados.

El Maestre de Calatrava, D. Ruy Díaz de Yanguas, el clavero y el comendador advertían consternados que el número de enfermedades crecía y se propagaban con rapidez. Temían que, conforme avanzasen hacia los calores estivales, el peligro de epidemias fuese en aumento, dadas las condiciones de hacinamiento en que vivían y el deterioro de las medidas de higiene a que obligaba el racionamiento del agua. Los muros aparecían cuarteados y numerosas brechas abríanse ya en diversos puntos de la muralla, lo que dificultaba aún más su defensa.

Corría el mes de mayo cuando el Maestre tomó la resolución de proponer al Miramamolín la entrega de la fortaleza de Salvatierra a cambio de las vidas de todos sus moradores, y siempre que el rey Alfonso VIII autorizase la rendición. A este fin, varios caballeros fueron enviados al encuentro del rey cuando este estaba a punto de abandonar Toledo con sus huestes rumbo al sur. El rey de Castilla autorizó con dolor la entrega de Salvatierra. Pocos días después, ya en junio, salía Alfonso de Toledo con sus fuerzas, acompañado por su primo Pedro II de Aragón con sus huestes, y por los ultramontanos europeos.

"Entretanto, el visir ben Gãmea intrigaba a espaldas de Al-Nasir. Ya había recibido la primera petición de auxilio desde Qalat-Rãhba (La Vieja) y se la ocultó a su Emir. La firmaba el esforzado caudillo andaluz Abul Hegiag ben Qâdis, alcaide de la plaza, y en ella informaba de que un poderoso ejército cristiano, nunca visto, había partido de Toledo y acampado en Guadalerza, amenazando seriamente a Malagón. Al siguiente día, una nueva carta llegó desde Qalat-Rãhba, aún más apurada que la anterior. En ella ben Qâdis solicitaba refuerzos con premura e informaba de la caída de Malagón en manos de Alfonso y del degüello de todos sus habitantes. Pero el visir ben Gãmea, encelado en la conquista de Salvatierra y pretendiendo que nada distrajera a Al-Nasir de su objetivo, siguió ocultando a su Emir las peticiones de socorro del alcaide de Qalat-Rãhba, que se aprestaba ya a defender la ciudad con solo setenta caballeros como guarnición militar" ( La Cruz y la Media Luna).

Salvatierra, centinela y llave

Las peticiones de auxilio del valiente y avezado arrayaz andalusí cada día eran más desesperadas, mas de nada le valieron. Finalmente, el ejército cristiano vadeó el río Guadi-Ana y puso cerco a Qalat-Rãhba. Se defendieron los setenta muslimes heroicamente frente a un ejército innumerable, en el que se veían raros pabellones de allende los montes Pirineos y se oía hablar en todas las lenguas. Pero tras varios días de asedio, viendo Aben Qãdis que no se le enviaban los refuerzos, el extremo en que se hallaban y que no podían defender la plaza, comenzó a proponer negociaciones para alcanzar una capitulación que respetase las vidas de quienes estaban a su cuidado, pues numerosa era la población civil.

El rey Alfonso aceptó que, si entregaban la villa y el castillo por conciliación, pudieran salir todos salvos, llevando solo la ropa puesta y treinta y cinco caballos, y que también se respetara la vida de quienes eligiesen permanecer en la ciudad. Aviniéronse y entregaron la plaza al rey, pero este pidió que se la dieran a los caballeros calatravos, pues de su casa matriz se trataba. Era el domingo 30 de junio de 1212. Pocos días después el rey de Navarra y sus mesnadas llegaban como refuerzo del ejército cristiano. Evacuado el castillo por los muslimes, ben Qãdis y su grupo de leales dirigieron sus cabalgaduras hacia el castillo de Talŷ (Dueñas) para presentarse ante el Emir Amuminín y dar cuenta del desenlace del asedio. Estaba cierto de que morirían todos en cuanto llegasen ante el Emir, debido a la pérdida de Calatrava..

Cuando se acercaban al campamento mahometano que estaba a los pies de Salvatierra y Talŷ, "les salieron al encuentro varios adalides de los andaluces para avisarles de lo mal predispuesto que estaba contra ellos el Gran Visir, de la mucha diligencia con que buscaba sus cabezas, y rogarles que evitaran acercarse por allí pues temían por ellos. Pero ben Qãdis afrontó su responsabilidad, resuelto a presentarse ante el emir" ( La Cruz y la Media Luna).

Informado el visir ben Gãmea de la llegada de los de Qalat-Rãhba, se fue hacia ellos con la guardia negra y mandó que los apresasen. El valiente y leal ben Qãdis rogó al visir que lo dejase entrar con él ante el emir Al-Nasir para poder explicarle la entrega de la plaza que estaba a su cuidado. Respondiole ben Gãmea:- No entra a ver al Emir Amuminín ningún infame -. "Luego los maltrató e insultó, afeándoles la traición que no habían cometido, y sin atender sus explicaciones y excusas los mandó matar en el acto. Fueron alanceados a la vista de todos. El ejército quedó horrorizado y criticaban este procedimiento tan extremado" (Crónicas Arábigas). Los que más se quejaban, abiertamente ya y sin recatarse, eran los andalusíes, que con lo acaecido perdieron los buenos propósitos que tenían, ya que Aben Qâdis era un caudillo andaluz muy querido y respetado en todo al-Ándalus. El visir supo de sus quejas y receló de ellos; convocó a los principales caídes andalusíes ante el Emir y así les dijo con tono desabrido:

- Vosotros nada tenéis que hacer junto a los fieles. Abandonad el ejército almohade. Acampad aparte y servid aparte, porque no tenemos ninguna necesidad de vosotros. Cuando acabemos esta expedición, examinaremos la causa de todos los perversos.

Al punto, la mayor parte de los andaluces abandonaron indignados el ejército. Fue tanto el pesar que invadió al Emir por la pérdida de la ciudad de Qalat-Rãhba que según las crónicas llegó a enfermar y no podía pasar bocado, pero, al saber la proximidad de tan gran ejército enemigo, no le quedó otro remedio que mandar predicar de nuevo la guerra santa con suma urgencia. Los almohades habían creado el conflicto con los andalusíes en el momento en que se veían forzados a tener que pedirles nuevos alistamientos. El despecho que sentía el emir por la rendición de la emblemática ciudad de Calatrava hizo que se empeñase con obcecación en el asedio a Salvatierra, para obligarlos a entregarse en pocas horas. Los caballeros calatravos, viendo todo perdido y temiendo por las vidas de freires y pobladores, se avinieron por fin a negociar la capitulación. Al día siguiente se rendía Salvatierra. Aquel castillo había retenido a los muslimes demasiado tiempo porque desafiaba a los adversarios, de ahí el encelamiento del Miramamolín y sus visires, que no levantaron el campo hasta rendir la plaza.

Salvatierra, centinela y llave
Un mes más tarde, en julio, llegaba Alfonso VIII a las Navas; de camino se detuvo con su inmenso ejército en la vaguada, ante los dos castillos recién perdidos, pero no quiso malgastar tiempo ni perder efectivos en tratar de recuperarlos, porque quería reservar sus fuerzas intactas para la gran batalla que se avecinaba. Sin embargo, no se privó de realizar un espectacular alarde, con arengas y desfile militar de impresionante despliegue a los pies de la fortaleza de Salvatierra, que otra vez era musulmana.

A partir de ahí, lo que sigue es bien conocido: Los reinos cristianos de Castilla, Aragón y Navarra, con sus reyes en cabeza y con la ayuda de voluntarios y prelados ultramontanos, vencieron al ejército del Miramamolín en la Navas de Tolosa; podría añadirse que también con la ayuda de las fuerzas musulmanas no almohades _ andaluces y numerosos beréberes_, porque muchos fueron los andalusíes que eligieron morir sin llegar a desenvainar y más aún los que dieron la espalda y abandonaron a los almohades, en venganza por la muerte injusta del caid andaluz ben Qãdis y por el trato arrogante y vejatorio que el visir ben Gãmea y los almohades en general siempre hicieron sufrir a los andalusíes de sangre hispana.

La derrota infligida al ejército almohade en las Navas fue el inicio de la decadencia definitiva del poder de los invasores africanos, que a partir de entonces fue cediendo paulatinamente terreno y la Reconquista avanzando con gran celeridad. Un año después de esta batalla, en 1213, los calatravos recuperaron los castillos de Salvatierra y Dueñas (Talŷ), reconstruyeron este, lo ampliaron y edificaron su iglesia, empleando para ello como mano de obra a cautivos musulmanes capturados en la batalla de las Navas. Cuatro años más tarde, en 1217, la Orden dejaba su casa matriz de Calatrava la Vieja para establecer su sede central en el antes castillo de Dueñas, al que desde entonces se conoce como Sacro Castillo-Convento de Calatrava la Nueva.

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