Revista Viajes

Samarkanda ii tashkent

Por Orlando Tunnermann

SAMARKANDA II TASHKENTSigue este periplo asiático “atravesando en canal” la piel de Samarkanda. Me han recomendado visitar la mezquita de Bibi Khan, nombre que se refiere a la mujer favorita de Tamerlan. Destruida en 1740 por las huestes iraníes de Nadir Sha, renace de sus cenizas con el sempiterno colorido azul. 
SAMARKANDA II TASHKENT
Consta de cuatro minaretes y parece determinada a acariciar el cielo con sus 35 metros de altura. Me llama la atención un monumento, una estatua que trajese de tierras lejanas el científico Ulugbek. Se trata de un enorme Corán simbólico de piedra. No es algo anómalo que exista en torno a estos monumentos una leyenda, superstición o narración anexa. En este caso, se dice que si las mujeres pasan por debajo y dan tres vueltas quedan embarazadas. Prefiero ahorrarme la chacota o chanza de qué diantres puede haber ahí abajo para que se produzca tal milagro. Estoy ya en el mercado de Siyob o 30 ríos. 
SAMARKANDA II TASHKENT
 Aquí puedes encontrar toda suerte de enseres, género, alimentos bajo una carpa o techado muy cómodo cuando los tórridos ardores del verano agujerean la piel. Es fácil perder la noción del tiempo aquí, entretenido con unos y otros mercaderes que me sonríen y miran con cierta avidez. Cambio de registro para acercarme hasta el complejo de Shakhi Zinda, el complejo del “Rey vivo”. Es el templo de Kussam Ibn Abbas, primo de Mahoma. Construido por Ulugbek entre 1434-35 penetro en un área de bienvenida de color blanco con techo verdoso. Las manos del arquitecto Muhammad Siddik están ya impresas en los anales del tiempo en cada ornato que mis ojos exploran. 44 mausoleos me esperan a través de un angosto pasaje. Destaca en mi opinión la sala policromada de Kusan Ibn Abbas, acaso sea que mi aliento se ha enamorado ya de la verde y azul bóveda. 
SAMARKANDA II TASHKENT
SAMARKANDA II TASHKENT SAMARKANDA II TASHKENT
Mucha intensidad rojiza y vegetales pintados en las paredes. Mucho menos aparente es el observatorio Ulugbek (1428-29). Ya no queda nada apenas; hay que hacer un esfuerzo para imaginarlo entonces, con ese foso de 30 metros desde el cual, a mediodía, me cuentan que se veían las estrellas. Ahora me dirijo hacia el complejo Xoja Doniyor, lugar sagrado para las religiones cristiana, Islam y judaísmo. A mi vera, como quien dice, discurre en silencio el río Siyob. Hay un misterio incognoscible en este lugar que pone los vellos de punta. Es el milagro de San Daniel. Sus huesos, presuntamente, no dejan de crecer. Eso explicaría los 18 metros de su tumba. Al lado, un árbol magnífico, un pistacho. Estuvo seco quince años después, de repente, reverdeció, comenzó a florecer, como si la primavera le hubiese reprendido por tamaño periodo de “asueto”. Un detalle que no he mencionado con anterioridad: es frecuente en estos lugares sagrados toparse con un gran poste, al cual han amarrado una cola de caballo. Esto significa que en este lugar hay un santo enterrado.
TASHKENT
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Casi sin pretenderlo me he plantado ya en “la ciudad de piedra” o Tashkent, capital desde 1930. Mi viaje es una especie de periplo luctuoso que se afana en perseguir mausoleos, como el de Muhammad Kaffal Al Sashi, poeta, misionero y devoto practicante del llamado Shafitismo. Kaffal está considerado como uno de losimanes más respetados del mundo musulmán. El mausoleo, construido por Gulyani Hussein, tuvo doce puertas de entrada. El interior es fresco, agradable en realidad, pese a las tumbas superficiales que ocupan varios jeques. Es inteligente este sistema de ventanas ojivales frente a frente, hace que el aire corra a ambos lados, inventando corrientes que desafíen a los calores asiáticos. La estética no puede escapar del influjo de Asia central: azules que pelean en una selva de textos árabes y ornamentos, jardines que rodean esta soledad, una cúpula muy bonita de color agua marina.
Me deja un poco indiferente la madrasa del santo Barakhov, pese a ese primer Corán del mundo escrito en el siglo VII por el tercer califa Osman. Más de 353 páginas, hojas de pergamino que han sobrevivido a un viaje desde Bagdad, después a Uzbekistán pasando por la “casilla” de San Petersburgo. Imponente información, relevante, sublime en realidad. Creo que por momentos Asia central me exige demasiado y no puedo con tanto estupor maravillado. Sin embargo no puedo dejar de apreciar esos coranes en miniatura y traducidos.
La sala en sí es aséptica, blanca neutral, ornamentada, eso sí, pero sin despliegue de fatuidad.SAMARKANDA II TASHKENT

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