Un bebé lo cambia todo. Y más aún San Fermín. Si te ves identificado en alguno de estos puntos, está claro que un bebé ha entrado de forma arrolladora en tu vida y que tus sanfermines nunca volverán a ser lo mismo:
1. Organizar los Sanfermines cuesta horrores. Hay que ser previsor y empezar a prepararlo todo con un mes de antelación. Ya no basta con organizar a la cuadrilla para el almuerzo y las comidas, hay que hacer una gran labor de negociación con la pareja para ver qué día puede salir cada uno (por separado o juntos), quedar con los abuelos (porque los tíos sólo están disponibles un rato para los Gigantes, no para las noches) para ver si quieren dormir con su nieto al menos el día 6, preparar bolsos de ropa blanca, comidas… Y lo más seguro es que el día 5 te des cuenta de que tienes que comprar ropa blanca para ti porque se te ha olvidado.
2. Dominas las zonas infantiles y las más transitables con las silletas, no sales de Carlos III para arriba y abajo y, sobre todo, de Conde Rodezno, aunque ansías meterte al Casco Viejo por encima de todo, y no sólo durante los Gigantes.
3. Tienes que quedar con otros padres con silleta por las tardes para sentirte uno más en la fiesta, -sobre todo si tus amigos no tienen hijos-, porque te mueres de envidia al ver a los grupos de jóvenes.
4. Mucha gente se ha llevado la marca de tu silleta en los tobillos: Aún no dominas a la perfección el arte de conducir una silleta por entre la muchedumbre borracha y vas avasallando y rompiendo tobillos. Seguro que para el Pobre de mí ya lo dominas.
5. Sabes cuáles son los globos que se llevan este año y cuáles son los juguetes que más se venden. Sin embargo, no sabes qué gilipollez ha pegado fuerte por la noche (¿las gafas con bigote?, ¿las chapas con mensaje?) Casi que te has quedado en aquella moda de los anillos de luz, no lo niegues.
6. Acabas el día peleando en la villavesa por un hueco para tu silleta, el globo que llevas atado y uno de esos perritos rosas que dan miedo y ladran todo el rato. Y lo peor es que te hacía mucha ilusión comprar el globo, pero con el resto de las cosas se te ha ido de las manos.
7. Allá quedaron esas resacas que se pasaban encadenando otra juerga. Las resacas con un bebé son más mortales que nunca y son más largas que un día sin pan, tanto que empiezas a pensar que quizá con salir un día basta.
8. Si antes acababas las juergas hablando de historias pasadas, ahora acabas enseñando fotos de tu bebé para alardear de lo guapo que es y de lo bien que le sienta el pañuelico y sus alpargatas. Orgullo de padre y de madre.
9. Antes tu alimentación sanferminera era a base de kalimotxo y bocadillos, pero ahora es casi toda de pinchos. Y la mitad de ellos se los come tu bebé, al que nunca le ha gustado tanto picotear de todos lados.
10. El día que por fin consigues salir solo de juerga, ves a una familia con un bebé y no puedes evitar pensar, ¿qué estará haciendo? Le echas de menos, aunque se te pasa con un cubata, y vuelves al punto 8.
¿Me dejo algo? ¡Viva San Fermín!