El San Martiño está llamando a las puertas.
En Galicia son días históricamente dedicados a magostos, viño novo y matanzas.
Los dos últimos años los vaivenes climáticos hicieron que la temporada de castañas sea poco productiva y el vino sufrió unos ataques furibundos de mildiu que en San Fiz mermó mucho la cantidad. Pero algo quedó para celebrar el rito anual.
En cuanto a matanzas, a principios de este milenio asistí a mis dos últimas. Una en la casa de Pancho de San Fiz y otra en Fradé en casa de mis tíos.
Desde los diez años no volví asistir a ninguna y era un tema que se iba demorando y había que tomar la decisión de retratar este acontecimiento desde dentro.
Madrugué para estar temprano en Chantada, cuando llegué, ya estaban los vecinos reunidos; el ambiente era tenso, grave, nervioso.
San Fiz es un pueblo que sabe de matanzas y no sólo de cerdos. En su cementerio descansa el último guerrillero antifranquista abatido por la guardia civil en Galicia, "O Piloto ".
En aquellos años en la aldea de San Fiz, las matanzas estaban preprogramadas por casas de un año para otro.
Todos en la aldea sabían que la semana de San Martiño se mataba en casa de Pancho, la semana siguiente en la Casa Grande otra en la de o Finito (hombre de ciento y muchos quilos y del cual guardo experiencias imborrables de tazas de vino rodando en un círculo de una docena de vecinos debajo de castaños centenarios en una noche de verano).
A principios de siglo aún se conservaba, y conserva hoy con mucha menor fuerza, el sistema de ayuda colectiva entre vecinos.
Este tipo de ayuda consiste en que para la realización de la recolecta de una cosecha, la trilla del centeno o una matanza en este caso, que es muy dificultosa para realizar una familia sola, el resto de vecinos del lugar van ayudar a esa casa, y asimismo, ese vecino ayudará después al resto de la parroquia. Actualmente y debido a una muy mala gestión del mundo rural, esta práctica está decayendo. Cada vez son más frecuentes las inspecciones de Hacienda y de la Seguridad Social en recolecciones estacionales exigiendo estar de alta en autónomos a todos los que están ayudando. Como todo el mundo sabe, la mayoría de los habitantes de estas aldeas están jubilados por lo que según los organismos oficiales no pueden ayudar. Por lo tanto se supone que un labriego que cobra una mísera jubilación, no pueden hacer ninguna actividad relacionada con el campo y queda condenado a ver pasar el tiempo sin hacer otra cosa que mirar cómo pasan las nubes bajo amenaza de retirarle la pensión y aplicarle la sanción correspondiente.
A las diez de la mañana estaba todo listo y se saca el primer cerdo para sacrificar. El pobre del animal sale de su cuadra confiado y contento. No se entera de lo que le espera hasta que varios hombres lo cogen y lo tumban sobre un antiguo carro de bueyes e inician el rito del sacrificio.
Los gritos del animal hacen encoger el alma. Los vecinos, acostumbrados al mismo rito, año tras año, no se miran, sólo actúan. Hacen mecánicamente lo que aprendieron de sus padres y de sus abuelos hasta que el cerdo da el último suspiro.
Se vuelve al establo por el segundo para repetir mecánicamente el rito.
La historia ya no es la misma. Ya se necesitan más hombres para poder sacar del establo al animal. Los gritos horribles y continuos del animal se inician ya dentro del cochitril.
Con los mismos alaridos y un aire denso que se cortaba con el cuchillo del matarife se acaba con el sacrificio de todos los cerdos.
Con los animales muertos, poco a poco, la comunicación entre los vecinos se reanuda, el semblante cambia y se recupera el buen ánimo.
La última matanza que hice en casa de mis tíos se repitió la misma historia.
No hice fotos del momento del sacrificio. Me pareció una falta de respeto para el animal. Sólo preparativos de antes y después
En ambas matanzas me quedó muy grabado el respeto, la emoción, el silencio de las personas que intervenían en el sacrificio.
Recuerdo perfectamente las palabras escuetas y milimétricas, los rostros severos y la certeza de que nadie disfrutaba, que nadie gozaba del momento.
Sólo eran hombres y mujeres con semblante serio recolectando alimento para el sustento del próximo año.
Esta vivencia me hizo ser cada vez más beligerante con las gentes, no personas, que disfrutan con el maltrato de los animales.
No doy entendido bajo ningún concepto como al maltrato a un animal alguien le puede llamar arte.
No entiendo cómo con el dinero público, de todos, se puede premiar con treinta mil euros a una persona que se dedica a asesinar toros para el disfrute de gente trasnochada.
No doy entendido como alguien comulga con el cuento de que los animales no sienten nada, no sufren, no se enteran o no se comunican.
Que se lo pregunten al segundo cerdo del cochitril de San Fiz, para el que hicieron falta seis hombres para poder sacarlo de allí.
No soy vegetariano.
Soy omnívoro, como siempre fuimos históricamente los humanos; pero tampoco tengo nada contra los vegetarianos (en el fondo los admiro) pero me molesta hasta pisar una hormiga.
Agradezco infinitamente el sacrificio vital de estos seres que entregan su vida para mi sustento.
Defiendo como si fuese mío su derecho a ser respetados tanto en vida como en el momento de su sacrificio
Sé, por propia experiencia, que los animales, todos los animales, intuyen tus intenciones, saben si les vas hacer daño o no.
Mi relación con ellos me condujo a un profundo aprendizaje.
Llevo treinta años cultivando una viña y cuando las uvas están maduras el entorno de la bodega se infesta de abejas y avispas para alimentarse de los azúcares de las uvas.
Cuando llega el momento de la vendimia, hay veces que dentro de la bodega hay una nube de insectos que aparto con los brazos desnudos. Yo voy notando como cada abeja o avispa choca contra mi piel, docenas de ellas durante todo el día de la vendimia. Jamás me pinchó una. Jamás me hizo daño ninguna.
Yo sé que ellos saben que yo no les voy hacer daño y por lo tanto me respetan lo mismo que yo les respeto a ellos.
Sé que los vecinos de San Fiz no disfrutaron con la muerte de un animal al que habían cuidado, alimentado y protegido hasta ese momento del sacrificio.
El disfrute, la celebración viene al día siguiente, cuando se parte el cerdo, las frebas, la elaboración de los chorizos, las filloas de sangre, etc..