Revista Opinión

Santo que no es visto, no es adorado

Publicado el 29 enero 2014 por Jamedina @medinaloera

Miguel Alemán Valdés. Wikipedia.

Miguel Alemán Valdés.

   Durante todo este año surgirán, hasta de la sepultura si pudieran, infinidad de políticos en busca de posiciones para el 2015, año de renovación de las cámaras federal y local y de los ayuntamientos. Conscientes de que santo que no es visto, no es adorado, todos ellos aprovecharán cualquier oportunidad para darse a conocer ante los electores.

   En efecto, una de las principales condiciones de éxito electoral es que los aspirantes a cargos de elección popular estén bien posicionados, es decir, que sean conocidos por la población, pero muchos de ellos ignoran –porque no les importa–, que no basta ser conocidos, sino bien conocidos por sus buenas obras, no por las tropelías o latrocinios realizados.

   Lo anterior, para que no les suceda lo que al general Manuel Jasso, político jalisciense de larga carrera, quien durante el gobierno de Miguel Alemán Valdés en Veracruz (1936-1939), siempre se mostró renuente a acatar sus órdenes, si a éstas no les daba el visto bueno el general Cándido Aguilar, quien había sido su jefe.

   Pero un día, en 1940, Alemán fue nombrado secretario de Gobernación, y el general Jasso trató de entrevistarse con él. Obviamente, el ministro se negó a recibirlo, pues no olvidaba los desaires que le hizo en Veracruz. Jasso insistió una y otra vez,  por diferentes conductos, para que Alemán lo recibiera, pero éste lo ignoró.

   Durante varias semanas, Jasso acudió día tras día al despacho del ministro, hasta hacerse popular en la antesala, y ocurrió que un sábado, Alemán necesitaba una persona capaz y activa para una importante comisión urgente, y al preguntar cuál de los funcionarios se encontraba en la oficina le dijeron que ninguno. Pidió entonces que vieran si había alguien en la antesala, y le respondieron que el único que estaba era el general Jasso.

  “Pues díganle que pase”, contestó Alemán, y fue así como este porfiado político se subió de nuevo al tren.

   Es claro, entonces, que para tener éxito en política no basta con ser conocido, sino bien conocido, a menos que, por azares del destino, acabe siendo pieza clave en una situación desesperada.

   ¡Cómo iba a imaginar el general Jasso, cuando desobedecía las órdenes de Alemán, que éste llegaría a ser más tarde Presidente de la República!


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