Santo Toribio de Mogrovejo, nació en noviembre de 1538 en Mayorga, villa del reino de León, aunque su familia tenía una casa solariega en una aldehuela denominada Mogrovejo (Asturias). Su nombre completo fue Toribio Alfonso de Mogrovejo y Robledo. Su padre se llamó Luis Mogrovejo y pertenecía a la nobleza asturiana; su madre fue Ana de Robles. Este matrimonio tuvo cinco hijos, siendo Toribio el tercero. A los 15 años fue enviado a Valladolid, centro del poder político español al ser asiento de la realeza y cancillería, a estudiar Gramática y Humanidades. Obtuvo una licenciatura en Derecho Canónico en Santiago de Compostela. Fue catedrático en la Universidad de Salamanca y en 1571 obtuvo una beca en el Colegio Mayor San Salvador de Oviedo. A la muerte de un tío heredó su copiosa biblioteca, que en parte tuvo de vender por la necesidad de dinero que tenía. Hasta entonces Toribio no había aspirado a abrazar el estado eclesiástico y se había contentado con recibir la primera tonsura. En 1574 cuando se disponía a rendir pruebas para su doctorado, fue nombrado inquisidor del Tribunal Supremo de Granada, por recomendación de Diego de Zúñiga, oidor de la cancillería de Granada. Cuatro años después, este mismo funcionario, quien ocupaba a la sazón una silla en el Consejo Supremo, propuso a Toribio de Mogrovejo para ocupar la vacante dejada por Jerónimo de Loayza. El 16 de marzo de 1579 fue nombrado arzobispo de Lima por Gregorio XIII. Partió al Perú en compañía de su hermana, su cuñado y sus tres sobrinos. Arribó a Nombre de Dios (Panamá) y desde allí, por vía terrestre y marítima, llegó a Lima el 11 de mayo del año mencionado. Se dispuso a realizar una minuciosa visita a su amplia diócesis, que inició por el sur hasta Nazca, y luego a Huánuco y la zona oriental. Regresó a Lima para la apertura del tercer Concilio Limense, entre cuyas principales disposiciones estuvo la redacción de un catecismo que, traducido a las lenguas nativas, sirviese para la instrucción de los indios. En 1584 el arzobispo Toribio de Mogrovejo emprendió una visita que habría de durar seis años, retornando a Lima por cortas temporadas en 1585 y en 1588. Culminado su agotador recorrido entró por fin en Lima en enero de 1591.
Una de las constantes preocupaciones de este ilustre prelado fue la creación de un seminario, logrando obtener la respectiva autorización por real cédula el 27 de mayo de 1590. Compró una casa muy cerca de la catedral y admitió en ella a unos 28 jóvenes, quienes adoptaron el traje y reglas del colegio San Salvador de Oviedo, en Salamanca. La intromisión del virrey en los asuntos del seminario hizo que el arzobispo Toribio de Mogrovejo se decidiera a cerrarlo y sólo se reabrió en 1602. En 1593 inició una nueva visita que lo llevó hasta Cajamarca, en 1597 visitó Chachapoyas y Huamachuco y, al año siguiente, subió a las sierras de Lima, dirigiéndose a Canta, Quive, donde tuvo la oportunidad de confirmar a Isabel Flores de Oliva, la futura Santa Rosa de Lima, quien contaba entonces con unos once años. El hecho de estar continuamente fuera de la capital visitando su diócesis motivó que fuera objeto de fuertes críticas de parte de las autoridades vicerreales, especialmente de parte del virrey Hurtado de Mendoza. En verdad, de sus veinticinco años de pastor, sólo permaneció ocho en su sede episcopal. Sin embargo, su gestión fue bastante fructífera: gestionó por ejemplo la fundación del monasterio de Santa Clara (1605), por el cual tuvo particular afecto, al extremo de pedir en su testamento que su corazón fuera sepultado allí, e inició la nueva fábrica de la catedral, que fue culminada años después (1625). En 1605 recorría el norte del país y estando en Guadalupe empezó a sentirse mal; no obstante visitó el puerto de Chérrepe y Reque, de donde se dirigió a Saña en donde murió el 23 de marzo de 1605. Fue canonizado por el Papa Benedicto XIII el 10 de diciembre de 1726.