Robert E. Howard
Santuario de buitres y otras historias del viejo OesteLa Biblioteca del Laberinto, S.L.Madrid, septiembre de 2010
Cuatro historias del viejo oeste llenan este libro, a las que se une un prólogo más parecido a otra aventura, firmado por Óscar Mariscal.
Hasta aquí todo puede ser normal, pero inmediatamente debemos decir que esas cuatro historias, tres relatos y una novela corta con dos finales posibles, son autoría de Robert E. Howard, y que fueron escritas y/o publicadas en aquellos jóvenes años de 1922-1936, por tanto se acerca- si no lo han cumplido ya- al siglo de antigüedad.
He tardado años en atreverme con las historias del Oeste de Howard, seguidor como me declaro de Conan de Cimmeria o de Kull de Valusia, de haber luchado hombro con hombro junto a Red Sonya de Rogatino en las murallas de Viena; atravesado las planicies africanas tras Solomon Kane; navegado los mares en cóncavas naves junto a Cormac; conocido el honor de la vieja raza al lado de Bran Mak Morn; descender a valles de horror junto a Niord; temblar de terror con prohomínidos que lucharon con otras razas olvidadas, maldiciones marinas, rostros de calavera que acechaban bajo el humo del opio... aventuras todas ellas que guardo en el recuerdo de lo mejor que he leído en estos casi cincuenta años de impenitente lectura.
Por eso digo que he tardado en cabalgar junto a los cansados personajes del viejo oeste, siempre en la frontera que marcaba el Estado de la Estrella Solitaria, hombres y mujeres- sobre todo hombres- hechos a sí mismos con un extraño código del honor que ya quisiésemos que nos gobernasen en los tiempos de despotismo y corrupción que caracterizan al presente.
En este volumen conoceremos a cuatro personajes creados por Howard: Red Ghallinan, pistolero que olvida por unas fechas- Navidad- su profesión; Buck Laramie, empeñado en purificar los pecados de su hermanos y restablecer el honor del apellido familiar; Bill McClanaham, donde el código de frontera marca al personaje; y Steve Corcoran, un pistolero contratado como alguacil, una novela corta, donde juraría que el personaje es realmente Conan, llevado por experta pluma howardiana desde la Era Hiboria al viejo oeste americano.
En fin, el autor del prólogo es claro con las obras de Robert E. Howard: "cuando consigo algo de dinero compro libros de Howard; si sobra algo, comida y ropa".
Por mi parte, volumen a volumen, voy también haciéndome con las obras completas del tejano. Y nunca me han defraudado.
Francisco Javier Illán Vivas