Por: José Antonio Roldán
Hace cien años una mujer murió ajusticiada por todo un pueblo, Pisco en Perú, acusada de vampiresa y bruja. Su leyenda pululó de forma oral y escrita haciendo de ella la mujer mito no sólo de la literatura, sino de la música y de la tendencia gótica.
Hoy son cientos de miles de personas las que pronuncia su nombre, pero nadie se pone de acuerdo en cual fue su verdadera historia. En la década de los 90 el redescubrimiento de su tumba “física y real” tras las murallas del viejo cementerio de la Beneficencia Pública y en tierra no sacralizada revivió con peso extra las supersticiones en torno a su persona y una maldición que pesaba sobre los lugareños de Pisco que la ajusticiaron públicamente y una serie de palabras gritadas en su agonía en las que se resumían sus ganas de venganza, más allá de la tumba, dando incluso una fecha en años para cumplirla, un siglo, contando desde el momento cero de su óbito. Sobre su muerte hay otra versión que la sitúa en su Inglaterra natal, concretamente en Blackburn, donde habría sido condenada a muerte por actos de brujería, vampirismo y asesinato, obligando a su familia a enterrarla lo más lejos de allí, y así en 1917 su cuerpo llegaría a su lugar de reposo actual. Una tercera versión nos muestra a Sarah Ellen, como la mujer de un marino mercante inglés, que habría enfermado durante una larga travesía hasta que habría muerto definitivamente al llegar a Perú. Su relación con el vampirismo también la explica esta versión, porque según se cuenta la grave dolencia que Ellen padecía le llevaba a beber una medicina de un rojo muy similar a la sangre, por lo que muchos podrían haberla confundido con el líquido vital o quizás las continúas sangrías que por aquel entonces solían practicar a los enfermos podrían haber sido también malinterpretadas. Sobre la maldición lanzada por Sarah Ellen, casi todas las versiones concuerdan en el mismo relato.
Si el temor que le tenían en vida era ya considerable con su muerte se triplicó entre los supersticiosos de ese enclave pesquero peruano. Lo que tenían como cuento de “susto” para niños se transformó en un miedo profundo cuando leyeron la leyenda de su lápida mortuoria.
El 9 de Junio de 1993, ocho días antes del vencimiento de la maldición, la gente embriagada por la información de los medios de comunicación y con el alma en alerta decidieron montar guardia frente a su enterramiento. Armados con estacas, agua bendita y otros utensilios “cazavampiros” de lo más variopintos, incluyendo un hacha para contarle la cabeza, si se atrevía a revivir y asomarla, los pobladores se entretuvieron haciendo turnos de vigilancia en la antigua necrópolis pisqueña.
Los participantes se dividían según dos criterios diferentes de interpretación a la maldición, por un lado los habían que creían que la vampiro Sarah resucitaría literalmente y aparecería como la no muerta de la que hablaba el mito. Por otro lado había quienes creían que la maldición se refería a que reencarnaría en el cuerpo de una recién nacida de la zona. Así que vigilaban también los nacimientos locales y los fenómenos anómalos que pudieran detectarse en alguno de ellos.
El día de la cita la vampiresa no apareció y no nació ninguna niña. Aún así los miedos y el estado de vigilancia no cesaron porque existía la duda de que la fecha de la lápida sobre la datación de su muerte fuera la correcta.
Seguía sin suceder nada por días semanas y meses, los nervios se fueron calmando y aunque se mantenían las vigías eran más sosegadas.
Luego llegó el momento de reflexionar sobre lo supersticiosos que eran y se meditó incluso sobre la propia historia oída a los abuelos. Tal vez, empezaron a pensar muchos que aquella mujer acusada de vampirismo sólo fuera una víctima del miedo a lo diferente y extranjero, y a las enfermedades desconocidas. Con esta nueva perspectiva llegó la tranquilidad a los habitantes de Pisco, salvo algún susto que otro, ya que por aquellos días varios autores escribieron relatos de suspense con este personaje y fueron confundidos como noticias reales por algunos.
Efectos terremoto en Pisco (Perú) en Agosto del 2007
Tumba de Sarah Ellen tras el terremoto
Una de esas creaciones literarias, “El espectro de Sarah Ellen”, escrita como crónica comentaba la noticia del descubrimiento de un muerto frente a la tumba. Un joven periodista, Miguel Rodríguez, de 25 años de edad, había caído fulminado de un paro cardiaco junto a la lápida, al ver el espectro blancuzco de la centenaria vampiro salir del enlosado lugar. La noticia se comprobó y era sólo una recreación más de este mítico personaje, del que todos hablaban, pero del que ninguno conocía la verdadera y genuina historia.
Pero la tranquilidad duro poco, en Agosto del 2007 unos devastadores seísmos se cebaron con Perú dejando dañadas a extremo algunas regiones. La ciudad de Pisco, la vieja algodonera, fue declarada en estado catastrófico, poco había quedado en pie. Al mover escombros para ayudar y ver los destrozos, alguien se llevó otra sorpresa inquieta. El viejo cementerio, como otros muchos, había quedado totalmente demolido, nada estaba en pie, salvo una tumba, al acercarse a verificar el lugar la sorpresa fue mayúscula, intacta y ajena al seísmo la tumba de Sarah Ellen seguía como si allí nunca hubiera pasado nada.
De la noche a la mañana aquellos que la temieron pasaron a venerarla, convirtiendo el lugar en milagroso y a la vampira en santa mártir. Las mujeres comenzaron a peregrinar con sus niños enfermos y a creer que Ellen los curaba. Y ahora el misterio de Sarah se multiplica por cuatro: ¿quién fue?, ¿qué paso?, ¿es vampiro?, ¿es santa?...
Lo único que podemos es revisar asépticamente su paso por el mundo, los sucesos que la llevaron a ser públicamente juzgada, y sopesar desde entonces hasta la fecha actual que ha sucedido en la población de Pisco, para ver esta evolución del odio al amor sobre el personaje de Sarah Ellen.
¿Sería el único caso de santa vampiro conocido o es simplemente uno de tantos renuncios históricos de los humanos?.
Hace unos 111 años una mujer de cabello negro y rostro pálido como el nácar puso pie en el puerto de Pisco. Fue ayudada a bajar del barco por el fuerte brazo de un capitán de marina mercante, John P. Roberts, su esposo.
El hombre había adquirido tierras y una hacienda en el lugar para que su mujer, aquejada de una enfermedad sanguínea se recuperase, mientras él por motivos laborales se ausentaba por largas temporadas. La pareja vino sin hijos y allí no los tuvieron, tal vez por la delicada salud de la mujer.
El servicio de la casa fue contratado entre los nativos, tanto los domésticos como los campesinos. Desde el principio la mujer produjo un gran impacto entre ellos. Primero porque al ser británica y extranjera, ni se asemejaba a ellos ni se comunicaba bien por no dominar el mismo idioma. Los abuelos de Pisco que la llegaron a conocer señalan sus peculiaridades físicas como algo que no les pasó inadvertidos. Su extremada palidez le confería a su piel como una transparencia peculiar y un constante tono azulado. Se escondía de la luz solar, por lo que era muy difícil verla durante el día, saliendo a la caída del sol.
De considerable altura en comparación con las pisqueñas y con unos ojos casi blancos, de un caminar tan lento que casi parecía arrastrar el cuerpo. Y si para colmo esto ya levantaba perspicacias, al menos entre el servicio que era el que comentaba al resto de la ciudad, sólo faltaba la visita asidua de un medico también británico, que además de medicinas le daba de beber un líquido espeso y rojo. Sangre de animal de granja que pedía a los trabajadores extraer para la mujer.
Estamos hablando de finales de siglo XIX. La gente era creyente en lo sobrenatural, de seguro habrían visto pocos albinos o alérgicos al Sol y los médicos no tenían catalogadas muchas enfermedades sanguíneas, desde las anemias, a la porfiria o la propia leucemia. Entre algunas de las prescripciones de los doctores de la época a estos enfermos estaba el uso de sanguijuelas y la posterior ingesta de sangre creyendo que con ello el cuerpo regeneraría aquello que tenía afectado, en este caso el líquido vital del ser humano. Y si esto fuera poco, en casa, la mujer tenía libros de doctrina anglicana, mientras en Perú eran católicos. Sus largas horas encerrada, casi enclaustrada, debieron aburrir a la mujer que además empezó a curiosear sobre preguntas existenciales adquiriendo libros teosóficos y similares. Como cualquier persona haría en su estado tan cercano a la muerte, y siendo tan joven. Pero se interpretó que la mujer hablaba con espíritus y hacía magia negra.
Se cree que en un aniversario, con su marido venido después de un largo viaje, éste le regaló una tabla tipo oui-ja , algo que por aquel entonces estaba de moda entre la sociedad londinense. Los lugareños debieron interpretar que la mujer hablaba con diablos y con el mismísimo Satanás. Por otro lado las más atemorizadas eran las mujeres, y entre ellas las madres. Temían por sus hijos.
El hecho de que la mujer preguntara por sus niños e intentara en ocasiones invitar a los pequeños con sus madres a casa no se interpretó como un deseo de Ellen por estar rodeadas de pequeños, al no haber podido ella tener ninguno. De hecho esa fue su perdición, los niños. Quiso el destino que apareciera un virus entre la población infantil de la zona. Una extraña afección febril que mató varias almas pequeñas y tuvo a unas decenas en el lecho durante muchos días. Pero en una época de dogmatismo, y desconocimiento de enfermedades virales, la mayoría debida a la falta de higiene y hambrunas, no se podía encontrar otra culpable que la mujer vampiro de la hacienda del Capitán británico.
Aprovechando la ausencia del esposo y teniendo acceso al lugar el servicio se entró a por ella de noche, sacaron arrastrando por el suelo a la “vampiro”, agarrándola del pelo por el empedrado del camino. Decenas de lugareños gritaban exorcismo y culpas, pidiéndole la recuperación de sus pequeños. La llevaron casi moribunda a la plaza del pueblo donde entre patadas y golpes contundentes moría la mujer sin que nadie pudiera o quisiera impedir aquel trágico fin.
Moría mirando atónita y asustada en momentos, otras llena de rencor a los ajusticiadores, con sus ojos de azul casi blanco, con los ropajes llenos de sangre y el rostro cruzado de heridas mortales. Ellen murmuraba ya sin fuerza palabras pidiendo justicia divina en inglés y castellano.
Al regreso, Roberts descubrió la tragedia. Un doble puñal de dolor debió atravesar su corazón, porque no solo había perdido a su compañera de forma tan brutal, sino que su cuerpo no había sido enterrado, sino abandonado. Reclamó justicia, pero al ser tantos los potenciales culpables la ley no podía encerrar a un pueblo entero. Pidió un lugar para enterrar sus restos mortales, pero la gente se negó a tenerla en suelo sagrado junto a sus familiares. Después de remover legal y humanamente lo que pudo, el Capitán, viudo de Sarah Ellen, sólo obtuvo una respuesta en la caridad. Las monjas ofrecieron un lugar para la sepultura en la zona de los pobres, pero aún así, el lugar cedido se encontraba fuera del suelo sagrado original, el lugar destinado a suicidas y mujeres muertas en parto o proscritos y prostitutas. Y allí, en el nicho C del Pabellón San Alberto, en una fría lápida guardó el cuerpo sin vida de una mujer que empezó a ser mito. Temida hasta en sueños. Por quienes los lugareños cerraban las ventanas y colocaban crucifijos en la entrada de sus casas. Y por la que se derrocharon decenas de litros de agua bendita en plazas, calles y viviendas.
Pero el viudo no estaba tranquilo. Él no pensaba que su esposa fuera lo que los de Pisco decían y no quería que tras su muerte se siguiera blandiendo su nombre como sinónimo de maligno. Tampoco estaba muy cómodo con la situación no sagrada del enterramiento. Se dirigió a su embajada en el Reino Unido, pidiendo ayuda para su caso. Demandando extraditar sus restos, para llevar a su esposa a su localidad de origen, Blackburn (Inglaterra). La política de la época fue cruel al respecto. Hasta las islas anglosajonas había llegado la fama de infame de Sarah Ellen. También el resquemor popular. En una época un tanto difícil, y en puertas de diferentes conflictos bélicos, no querían detenerse en minucias por una emigrante suya, y mucho menos deseaban entrar en problemas diplomáticos con este pueblo, con el que negociaban, comerciaban y donde tenían miras de proyectos de futuro para el Ministerio de Exteriores.
Amablemente se quitaron el muerto de encima, literalmente hablando la muerta, vampiro o no. Devolviendo las peticiones al marino y diciéndole que se esperase a mejores circunstancias, que pasados los años jamás se dieron, al parecer.
Poco a poco la vida fue volviendo a la normalidad en Pisco. Y el rincón del cementerio pasando al recuerdo sólo en los relatos de “susto”, luego todo quedo difuso y lejano con el transcurrir de las agujas del reloj.
Hasta que redescubierta como un guiño al tiempo la vampiro más famosa y a la vez más olvidada en esos palmos de tierra, volvió, ni viva ni muerta, si no simplemente en forma de noticia, de creencia.
La pisqueña, Irene Véliz, hace unos años afirmaba al Magazine de Terra que "Sarah es una mujer milagrosa, una santa que nos ayuda cuando tenemos penas de amor. Otro lugareño, Carlos García, declaraba días después de la catástrofe de Pisco en el 2007: “"Sarita es milagrosa, me ha salvado de la muerte y a mi familia también, por eso vengo a agradecerle y pedirle que sane a todos los heridos. Ella es una santita".
El administrador actual del cementerio de la Beneficencia Pública de Pisco, David Ramos, en unas declaraciones al periodista peruano Alejandro Pino Uribe, decía que a tumba de Ellen es visitada “diariamente por unas 20 personas que le llevan flores por los supuestos milagros concedidos”. Según Ramos, “si bien Sara Ellen se hizo conocida por ser, presuntamente, una mujer vampiro tiene muchos adeptos que la consideran una “santa del amor”.
En su disco “Algo más de mí…”, el cantante peruano, Julio Andrade, compuso un sencillo llamado precisamente “Sarah Ellen”, según el propio Andrade sólo quiso aprovechar el momento noticioso del posible cumplimiento de la maldición para incluir la canción en su recién estrenada obra. "No soy creyente de estos fenómenos sobrenaturales, y me parece curioso que ahora la gente considere una santa a la que alguna vez temían y calificaban como una bruja y vampiro. No sé que milagros habrá hecho ella para considerarla una santa, pero es solo una coincidencia que no le sucediera nada a la tumba durante el sismo ", declaraba en aquella época Andrade.
Efectivamente la maldición “se cumplió” podrían decir algunos. Sarah Ellen volvió a la vida, tal y como la había abandonado, por la gente de Pisco. Y si hay deidades que arquean las cejas y nos miran a los humanos, no es de extrañar que dejaran esa lápida en pie para moralina de una leyenda que jamás debería ser repetida por creencias “oscuras”.lores frescas cada día, exvotos de creyentes que la rezan, madres con niños que la visitan y besan las inscripción de su lápida, donde reza que la británica nació el 6 de marzo de 1872 y enterrada en un 9 de Junio de 1913, a la edad de 41 años, por lo que las mismas fechas de la supuesta ejecución y presunta maldición estarían trastocadas. Pero en el fondo donde hubo fuego siempre quedan rescoldos y los más aferrados a lo oculto aun esconden un prudente miedo a que todavía su oráculo maldito se lleve acabo no a los ochenta, ni a los noventa años de su muerte, sino a los cien, lo que nos hace pensar que durante este verano, el del 2013, volverán a ponerse en alerta cazavampiros en la población peruana de Pisco.