Mucho se ha escrito de Saramago en estos días después de su reciente fallecimiento. Para mi ha sido un gran escritor y la verdad es que con su forma peculiar de escribir he disfrutado y sigo disfrutando mucho de sus novelas. Una de las que más me gustó fue “Las intermitencias de la muerte”, y de este libro busqué un párrafo que describiera la muerte en toda su extensión.
“Con su vestido nuevo comprado ayer en una tienda del centro, la muerte asiste al concierto. Está sentada, sola, en el palco de primera, y, como hizo durante el ensayo, mira al violonchelista. Antes de que las luces de la sala hubieran sido reducidas, mientras la orquesta esperaba la entrada del maestro, él se fijó en aquella mujer. No fue el único de los músicos en darse cuenta de su presencia. En primer lugar porque era la única que ocupaba el palco, lo que, no siendo raro, tampoco es frecuente. En segundo lugar porque era guapa, quizás no la más guapa entre la asistencia femenina, pero guapa de un modo indefinible, particular, no explicable con palabras, como un verso cuyo sentido último, si es que tal cosa existe en un verso, continuamente escapa al traductor. Y por fin porque su figura aislada, allí en el palco, rodeada de vacío y ausencia por todos los lados, como si habitase la nada, parecía ser la expresión de la soledad más absoluta. La muerte, que tanto y tan peligrosamente había sonreído desde que salió de su helado subterráneo, no sonríe ahora.”
(Las intermitencias de la muerte, pág. 251, José Saramago)
Sí, la muerte no sonríe ahora, se nos fue un gran escritor pero queda su memoria escrita en sus novelas, un pensamiento crítico de un gran librepensador donde vi con sorpresa que escribía en sus textos dios con minúscula en Caín tal como yo decidí hacerlo y lo hago desde hace muchos años. Dios con minúscula porque no deja de ser una creación minúscula de las religiones, un ser creado a imagen y capricho del ser humano. Una dimensión desconocida que afirman conocer y marcar con el sello de verdad absoluta con la mayúscula que tanto gusta poner a los doctores de la Iglesia. Donde en el interior del ser humano más fiel a sus creencias la duda resurge sobre qué dios es el verdadero, o si existe verdaderamente dios. El dios que se necesita para controlar la tanatofobia y cito de nuevo a Saramago cuando afirma que la muerte es al final de todo, la causa existencia de las religiones y de los múltiples dioses a lo largo de la humanidad.
“Nunca tuve educación religiosa. Ni en el colegio, ni en casa. No tuve crisis religiosas en la adolescencia ni cuando uno empieza a preguntarse sobre la muerte. Sinceramente, creo que la muerte es la inventora de Dios. Si fuéramos inmortales no tendríamos ningún motivo para inventar un Dios. Para qué. Nunca lo conoceríamos”. (Entrevista en Babelia, El País, a José Saramago)
Recuerdo tiempo atrás cuando mas de un creyente me echó en cara el por qué un agnóstico como yo escribe y tiene un blog sobre agnosticismo, ateísmo, religión, ensayo y sobre dios. Sí, lo recuerdo. Era una pregunta trampa la cual contenía un “veneno” ideológico, una forma de censura a lo “hostil” para la fe, la fe del creyente. Y no era otra cosa que dejarnos sin voz ni opinión, como si fuéramos humanos de tercera clase, marcados por un “pecado” que ni siquiera ellos conocen, por un dios que ni siquiera pueden afirmar fehacientemente que existe.
“Hay quien me niega el derecho de hablar de Dios, porque no creo. Y yo digo que tengo todo el derecho del mundo. Quiero hablar de Dios porque es un problema que afecta a toda la humanidad”. (Entrevista en Babelia, El País, a José Saramago)
Dios es un problema que afecta a toda la humanidad, es un problema creado por las religiones. Es el control que estas tienen o desean tener en cada sociedad, unas más liberales, otras más fundamentalistas e incluso algunas integristas. Todas teñidas por algún dios particular, un dios al servicio de la patria de turno, un dios violento que violenta la libertad y donde solo la muerte vacía da eterno descanso.
“Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de dios.
[...]
Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la palabra herejía significa. Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en él seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, esto de las torres gemelas de Nueva York, y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las páginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, sólo existen en el cerebro humano, prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el “factor Dios”, ese, está presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de el. No es un Dios, sino el “factor Dios” que se exhibe en los billetes de dólares y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estado Unidos, no la otra…) la bendición divina. Y fuese en el “factor Dios” en el que se transformó el dios islámico que lanzó contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de venganza contra las humillaciones.” (El Factor Dios, José Saramago)
Y con todo este pequeño comentario y citas de este gran escritor solo me queda añadir una última con la cual también me siento identificado. Siendo agnóstico y ateo de infinidad de dioses (los que la humanidad ha creado), son los valores éticos del humanismo lo que nos hacen más sensibles a esta problemática social. Valores que el cristianismo ha tomado para si en algunos casos como algo innato en ello. Como si fuera que sin cristianismo uno no puede tener esos valores, es una falsedad. Es una falacia, es una mentira, se puede ser ateo, agnóstico y tener los mejores valores éticos e incluso morales. ¿O es que la ética debe ser solo exclusividad de las religiones? Se puede ser buena persona como ateo y buena como creyente, también mala persona como ateo y mala como creyente.
“Ateo es sólo una palabra. En el fondo, estoy empapado de valores cristianos, y es verdad que algunos de estos valores coinciden con valores de humanismo. Los acepto. Ahora bien, todo lo que tiene que ver con la creencia en un Dios superior y eterno, que un día me condenará, me parece una chorrada”. (Entrevista en Babelia, El País, a José Saramago)
Al día siguiente no murió nadie…
Jean Pierre Dubarri, junio del 2010
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