Revista Solidaridad

Satisfechos

Por Pcelimendiz

Observo cierta complacencia con el actual desarrollo del sistema de servicios sociales en nuestro país y en el nivel de protección social que, a través de él, se propone para la ciudadanía.


SatisfechosNo vendré yo de nuevo a "aguar la fiesta" a la gran cantidad de técnicos y políticos que, (me consta que trabajando de una manera honrada y muy seria), se encuentran satisfechos con la situación actual. 
Por ejemplo, en materia de pobreza se están intentando desarrollar programas de rentas mínimas, acompañadas de diversas prestaciones económicas que intentan paliar el problema y sus principales consecuencias, como la falta de vivienda o confortabilidad. Un sistema confuso y desordenado, con muchas grietas en permanente reparación y que, aunque deja fuera a muchas personas, supone para muchas otras la oportunidad de lograr unos mínimos de supervivencia y unas condiciones de vida con algo de dignidad.
Del mismo modo en materia de atención a la dependencia, donde desde diferentes administraciones se intenta dotar presupuestariamente una Ley que requeriría de muchos más recursos para conseguir los objetivos que pretendía, pero sin los cuales no se podrían mantener los múltiples servicios, desde centros residenciales hasta apoyos en el domicilio que, aunque de un modo parcial y muchas veces con retraso, permiten cuidar a muchas personas cuya situación, de otro modo, sería dramática.
En parecidos términos podríamos hablar de los sistemas de protección a la infancia, o de protección a la violencia contra la mujer. Aunque son muy insuficientes los recursos que se dedican a ello, hoy disponemos de cierta red de protección que aunque no consigue por ello errradicar el problema, sí permite atender y proteger muchas situaciones de sufrimiento.
Todo esto es cierto. El problema es que estamos dando por buena la situación. Detecto mucha complacencia con el sistema y, aunque todo el mundo reconoce sus insuficiencias, los matices son cuantitativos. 
Hay cierto consenso político-técnico en que la dirección es buena. Otra cuestión es la velocidad. Y aquí ya hay discrepancias. Unos piensan que es una velocidad suficiente, incluso que habría que reducirla. Otros sin embargo ven imprescindible pisar el acelerador a fondo. Son matices, como digo, de orden cuantitativo.
Por mi parte opino que la cuestion no es cuantitativa, sino cualitativa. El dilema no se encuentra en la cantidad de recursos que hay que dedicar al sistema sino el modelo en el que se ha construido. El modelo actual de encaje del sistema de servicios sociales en el marco de la política social es un fracaso. (Podéis leer más sobre ello en esta entrada.) Es un encaje residual y básicamente asistencialista, cuya función de amortiguador social prima sobre la resolución real de los problemas.
Ya he hablado en otras ocasiones de que el sistema, sus servicios y prestaciones, tal y como están diseñados en la actualidad no modifican de verdad la situación de ninguno de los destinatarios. Tan sólo consiguen aliviar un poco esas situaciones, pero manteniéndoles en el mismo nivel de sufrimiento, colaborando con su cronificación o ineficaces para que se consiga superar la misma. Lo hice por ejemplo en estas dos entradas: "Teoría de los estratos" y "Estratos y coordinación".
Sigo pensando que hasta que no produzcamos un verdadero debate conceptual sobre la protección social en nuestro país, entendiendo por ello qué queremos proteger, a qué nivel queremos hacerlo y quien debe encargarse de ello. Tres cuestiones a las que las respuestas actuales nos han llevado a construir un sistema tan confuso, contradictorio y fracasado como el actual.
Creo que hasta que no superemos las posturas de pensar que estamos en la dirección adecuada o en las de que es la única dirección en la que podemos ir, no podremos dar el primer paso. Que no es otro que reconocer el fracaso.
 Lo cual estamos muy lejos de poder soportar.

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