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Schengen o la crisis de Europa

Publicado el 24 abril 2011 por Héctor
Schengen o la crisis de Europa
Las consecuencias de las revoluciones populares que se están produciendo en el mundo árabe desde principios de este año son todavía muy complicadas de predecir. Lo que sí parece claro, sin embargo, es que estas consecuencias no se van a limitar ni mucho menos al ámbito norteafricano o del golfo Pérsico, sino que van a salpicar al resto del mundo, incluyendo (especialmente) a nuestro continente europeo.
En estos días, Europa se enfrenta a una realidad que le ha explotado en la cara sin saber bien cómo, por mucho que todo lo que está sucediendo no sea sino la consecuencia lógica de la actuación de las grandes potencias occidentales en las últimas décadas. Hace un par de días, Francia reclamaba la supresión temporal del Espacio Schengen para impedir la llegada masiva de inmigrantes tunecinos y libios procedentes de Italia, donde el gobierno de Silvio Berlusconi ha otorgado un permiso de residencia temporal (seis meses de duración) a las más de 20.000 personas que han llegado al país desde principios de este 2011. La intención francesa no deja lugar a dudas: quiere lavarse las manos ante la lógica avalancha de inmigrantes norteafricanos derivada de la inestabilidad política y social en la zona.
Esta propuesta del gobierno de Nicolas Sarkozy (alentada por el ultraderechismo de los Le Pen) me parece cuanto menos peligrosa. Peligrosa por la imagen que se ofrece desde Europa al resto del mundo, una imagen de división que no favorece para nada a los intereses comunitarios. Pero sobretodo se ofrece la sensación de que los países de la vieja Europa no tienen ningún interés en afrontar los problemas que sus políticas acaban provocando, sino que prefieren encerrarse en su propio caparazón protector para que ningún agente extrano les perturbe.
El Espacio Schengen fue creado en 1985, precisamente con Francia como uno de sus miembros fundadores junto con Alemania, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo. La consecuencia fundamental de este acuerdo era la de permitir la libre circulación de personas entre estos países, suprimiendo las fronteras y las aduanas. Con el tiempo, prácticamente el resto de países de la Unión Europea (además de otros terceros países como Noruega, Islandia, Suiza y Liechtenstein) se adhirieron a este Espacio que ha conducido a la eliminación de las barreras fronterizas entre los países de la Unión y la presencia de una única frontera exterior. Precisamente esta frontera exterior es la que ha servido de parapeto en estos últimos años, silenciada ante la ausencia de problemas de gran calado. Pero ahora, con el conflicto árabe en pleno apogeo, deja en evidencia la división y la desvergüenza de los supuestamente avanzados países europeos.
No es necesario recordar la vehemencia con la que Francia instigó y lideró la propuesta ante la ONU de crear una zona de exclusión aérea para proteger a la población civil de Libia de los ataques injustificables de Muamar el Gadafi. No hace falta ahondar demasiado en el hecho de que esta guerra se ha enquistado en una situación estrafalaria, en la que la comunidad internacional no puede intervenir explícitamente pero donde al mismo tiempo se están produciendo ataques que tanto causan muertes en el bando gubernamental como entre la inocente población civil. No es extraño pues que, ante esta situación de extrema inestabilidad, sean muchos los ciudadanos libios que abandonden su país, la mayoría con destino Italia por su proximidad geográfica. Algo parecido sucede con los tunecinos, que además buscan trasladarse a Francia como destino final por la proximidad en el idioma y la cultura.
Ahora, con la misma fuerza con la que amparó la guerra en Libia, Francia propone cerrar las fronteras internas en Europa. La idea de que "en Europa no caben todos" no deja de ser cierta, pero resulta tan perversa teniendo en cuenta el comportamiento de determinados países que acaba provocando el sonrojo. Por desgracia, la historia nos dice que el colonialismo en África ha tenido unas consecuencias devastadoras en todos los países, y ahora los estados europeos están pagando las consecuencias de su ambición. No es moral aprovecharse de los recursos y socavar la identidad de un país para luego mirar hacia otro lado cuando surgen los problemas y la historia empieza a pasarte la cuenta.
En este marco de crisis económica (provocada, por otro lado, por la corrupción del concepto capitalista llevado al extremo), Europa se encuentra ante una realidad complicada que pone en cuestión su propia identidad como ente supranacional capacitado para afrontar los problemas comunes. La Unión Europea, indudablemente, ha proporcionado mejoras sustanciales en casi todos los países, pero es en los malos momentos cuando debe demostrar su cohesión y su fortaleza. La pujanza de movimientos ultraderechistas, racistas y xenófobos en muchos lugares no es sino la consecuencia del descontento de algunos ante una situación que parece escaparse de las manos. Ahora es el momento para que Europa decida en qué quiere convertirse, si en una verdadera Unión que adopte soluciones comunes ante las diversas crisis, o más bien en una especie de "sálvese quien pueda" en el que cada país vele por sus propios intereses. Por nuestro bien y el de nuestro futuro, esperemos que gane la primera opción.

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