Dando Cera.
La pregunta que uno se hace antes de empezar a ver Scott Pilgrim contra el mundo es: ¿Puede un producto de estas características lograr encajar correctamente mundos tan dispares como son los del cine, el cómic y los videojuegos y lograr salir airoso? La respuesta, mientras se está viendo la película, termina cayendo por su propio peso: Si, si la dirige Edgar Wright. Y es que después de haber visto sus dos anteriores películas, Zombies party y Arma fatal (y teniendo todavía pendiente de visionado su serie para la BBC, Spaced), tenía claro lo mucho que admiraba a este director y lo acertada de su elección para llevar a cabo la adaptación cinematográfica del cómic original en el que se basa la película. Lo que no sabía era hasta que punto. Edgar Wright no sólo hace posible lo imposible, marcando un antes y un después en su carrera, sino que, además, se reivindica destapándose como un director global, más dotado de lo que algunos habíamos llegado a imaginar, sacando a relucir todas sus armas en la que, hasta la fecha, para un servidor, es la película del año.
El protagonista de la película, como no puede ser de otra manera, se llama Scott Pilgrim. Se trata de un muchacho de veintidós años, que vive en Toronto, Canadá, y que suele pasar sus ratos libres tocando el bajo en una banda local. Un buen día (es un decir porque en Toronto hace un frio de mil demonios y no para de nevar durante toda la película), Scott conocerá a la (literalmente) chica de sus sueños: Ramona Flowers, una chica norteamericana con una extraña tendencia hacia teñirse el pelo de colores chillones. Scott caerá rendido a sus encantos y, rápidamente, vencerá su timidez para pedirle una cita. Lo que nuestro joven protagonista no sabe es que para lograr estar con ella, primero, deberá vencer, en cruento combate al más puro estilo Street Fighter o el torneo de artes marciales de Bola de dragón, cómo ustedes prefieran, a los siete ex-novios de Ramona, obligado a (literalmente, de nuevo) luchar por el amor de su chica.
Esta claro que en el Hollywood actual, para interpretar a un protagonista joven, de pelo alborotado y cara de empanado tirando a nerd, hay dos alternativas claras: Jesse Eisenberg (Bienvenidos a Zombieland, La red social) y Michael Cera (Juno, Supersalidos). Ellos dos se están repartiendo los mejores papeles. Cera fue el escogido por Edgar Wright para ser, finalmente, Scott Pilgrim. Lo cierto es que es un actor que nunca me había inspirado demasiada simpatía debido, en parte, a su galopante falta de expresividad, pero debo reconocer que, después de ver la película, es imposible llegar a imaginarse a un Scott mejor que él. A su lado, encontramos a Mary Elizabeth Winstead (la animadora de Tarantino en su Dead Proof o la hija de John McClane en La Jungla 4.0) como Ramona y a Chris Evans (la antorcha humana de Los cuatro fantásticos) y a Jason Schwartzman (el prota de Academia Rushmore y el marido de la María Antonieta de Sofía Coppola), entre los malvados ex-novios.
Cualquier persona en su sano juicio, después de leer el argumento de la cinta, habrá llegado a la lógica conclusión de que la película es una absoluta memez. ¡Bingo! Sin duda alguna estamos ante una bizarrada de grandes dimensiones con un nerd metido a luchador de videojuego en continua pugna contra unos malvados, a cada cual más estrafalario, obligados a repartirse estopa y hostias como panes por ganarse el corazón de la chica de la película. ¿Quien dijo que el amor no era doloroso? Pero es que, además, el film es pura diversión desenfrenada, con tronchantes gags que se van intercalando a gran velocidad, ágiles diálogos y una ambientación de videoconsola (iniciada desde el mismísimo principio con el logo de la Universal) que ayuda a crear el mundo fascinante e irreal que envuelve la historia.
Scott Pilgrim contra el mundo es la película más tonta a la vez que rotundamente brillante que he visto en mucho mucho tiempo. Cuenta con un arranque de una media hora espectacular (antes de empezar a luchar), con unos personajes dotados de un carisma y comicidad que se les sale por las orejas, con unos malos de excepción (me encanta el malo made in Bollywood) y unas descacharrantes peleas perfectamente orquestadas y plagadas de fardadas que harán las delicias de los más descerebrados. Alguien podría llegar a pensar que la cinta se arriesga mucho, llegando a bordear el poder caer mal, por pretender ser demasiado cool (¿alguien sabe donde radica el límite para no resultar excesivamente moderniqui?), que podría sobrarle algún minuto de metraje o que algunas de las luchas se alargan en exceso. Podría ser. Pero todo esto se le disculpa porque el film cuenta con ese plus del que muy pocas películas pueden presumir, ese plus que te deja pegado a la butaca durante su visionado y que, tras su finalización, te provoca unas ganas incontrolables de salir a la calle a enamorarte de una chica con los pelos de colores chillones y luchar cuerpo a cuerpo con todos y cada uno de sus ex. Que demonios, si incluso me entraron ganas de ir a vivir a Canadá.
Resumiendo: Pasen, vean, disfruten.
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