Aburrirse en el trabajo es normal. A cualquier persona le gustaría contar con una profesión interesante, verdaderamente acorde a sus talentos e inclinaciones personales, un escenario lleno de desafíos diarios que alimenten la motivación. Pero, incluso en ese caso soñado, una jornada laboral de ocho horas da para mucho; también para espacios de hastío y dudas existenciales. No importa lo excitante que sea la profesión (actor, neurocirujano, futbolista, astronauta, detective...), el peso de la rutina siempre acaba atenazando, en alguna medida, a cualquier empleado.
El problema llega cuando esos periodos de aburrimiento puntual se convierten en permanentes. Cuando a la persona le invade esa sensación de vivir atrapada en una rueda de ratón en la que sigue corriendo para ganarse el sustento, aunque ya no parezca tener ningún sentido. Antes de la pandemia, el ámbito de la psicología ya le había puesto nombre a este fenómeno: es el síndrome boreout (o el síndrome del aburrimiento), u na sensación de hastío crónico en el puesto de trabajo que puede llegar a provocar serios problemas laborales -falta de productividad, negligencia, malas relaciones personales en el trabajo, absentismo- como emocionales -depresión, ansiedad, estrés permanente-. Y la pandemia no ha hecho más que alimentar esta sensación: pasado casi un año y medio de teletrabajo, ocho horas de jornada laboral sin relacionarse con ningún compañero pasan factura. De hecho, un informe de la empresa de seguros de salud Cigna revelaba recientemente que el estrés laboral se incrementó un 10% desde que comenzara 2020.
Aislamiento, falta de desconexión y horarios extendidos son algunas de las nuevas variables que alimentan el aburrimiento en el puesto laboral
¿Hasta dónde llega el aburrimiento en el trabajo? Según la startup de psicólogos online, Ifeel, el síndrome de boreout afecta a todas las dimensiones de la persona cuando se desarrolla en su puesto de trabajo. A nivel mental, lo que se traduce en falta de atención y capacidad de análisis; emocional, provocando una ausencia de compromiso; físico, derivando en falta de energía y malas posturas; y de comportamientos, alimentando la tendencia a perder el tiempo. En otras palabras, un empleado boreout es uno desconectado de su trabajo, lo que representa un problema mayúsculo tanto para el profesional como para la empresa.
Como causas de este fenómeno, las tareas repetitivas y mal diseñadas, puestos que no se ajustan al perfil de quienes los ocupan o esa cultura presencialista en la que el hábito de 'calentar la silla' (ya sea digital o presencial) para que el jefe sepa que sus empleados están ahí. Con el teletrabajo, las nuevas variables agravan el problema: aislamiento, falta de desconexión, horarios extendidos y la monotonía de vivir en la misma silla día y noche, de lunes a domingo.
¿Cómo se abandona esa espiral? De base, intentar cambiar de trabajo puede parece la solución más elemental. Pero, a veces, esa ruptura brusca puede traducirse únicamente una huida hacia adelante. El profesional puede creer haber encontrado la solución a sus problemas, pero estos tienen raíces profundas y, tarde o temprano, acabará tropezando de nuevo con la misma desazón en su próximo destino. Por ello, los psicólogos recomiendan pedir ayuda a los superiores e intentar cambiar de actitud ante el propio trabajo. Un ejercicio de autorresponsabilidad en el que, en lugar de echarle la culpa de sus males laborales a fenómenos externos (los jefes, los clientes, las condiciones de trabajo, la monotonía de las tareas), el profesional se implique a fondo, de una manera realista pero enérgica, en la búsqueda de soluciones. Y es que pasamos demasiado tiempo en el trabajo para permitirnos el lujo de aburrirnos en él. Al menos, no más de lo indispensable.
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