A riesgo de parecer una acólita del PP, creo haber dado con la solución a los males que padece España y convertirme así en salvadora de la patria. Aquí lo que necesitamos, vista la experiencia de otros, es un enemigo público número 1, un culpable definido que acabe de una vez por todas con la poco edificante bronca entre PSOE y PP sobre quién tiene la culpa de esta crisis que ha dejado de ser mundial y ahora hemos interiorizado hasta la médula, ya customizada. Toda cultura que se precie ha tenido uno donde exorcizar sus miedos y sus males.
Portada de Time en la pantalla Nasdaq de Times Square (Nueva York). Foto: AFP
Una vez conseguido nuestro villano, toca planificar una campaña para acabar con él. Esto evitaría matar moscas a cañonazos y utilizar la quimioterapia indiscriminada para acabar con las células malignas, aniquilando también lo bueno que queda. El diagnóstico es el de un paciente cada vez más débil, sin defensas ni síntomas apreciables de mejora, que languidece paliducho en una habitación repleta de bacterias. Las ventajas de un enemigo público número uno son sorprendentes. Pero se acaba el tiempo y nuestros villanos de medio pelo no son lo suficientemente dignos por chapuceros y localistas, corruptos domésticos que saludan al vecino y con los que te puedes cruzar cualquier día en el supermercado.
Hasta que encontremos a nuestro enemigo público y dejemos de ser enemigos de lo público, seguiremos matando moscas a cañonazos y acabando con las últimas defensas que nos pueden garantizar un futuro mejor o, al menos, asegurarnos una cama en planta, ya lejos de la UCI.